Estuve el último martes del año pasado en el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear. Y volví a contar los pasos que separan el umbral de mi casa de la puerta de entrada a este espacio de arte contemporáneo. Ciento treinta y cinco. Fui a conocer la propuesta de Julián Rodríguez como comisario de la exposición con los fondos de la Fundación y el pie forzado de la naturaleza como motivo temático. No sé si alegrarme por el medio natural creado —de incontestable efecto— por la exposición y la manera de vivirlo, yo solo, sin nadie —salvo el personal vigilante de la casa— en ninguna de las plantas del edificio; o lamentar que un atractivo turístico como este no tenga más visitas. Por eso me pareció muy destacable que en febrero de 2017 se llenase una de las salas más grandes del Centro cuando presentamos la antología Escribir y borrar, de Ada Salas y su libro Diez mandamientos, con los dibujos de Jesús Placencia. Todos suponemos que, cuando culmine la segunda fase de construcción del Centro, serán muchas más las oportunidades de abrir las puertas de un espacio expositivo de primera línea a más público. Incluso para quienes conocemos someramente —sin solvencia alguna— el fondo cacereño de Helga de Alvear, una muestra como la que propone Julián Rodríguez puede resultarnos «familiar» en algún momento de su recorrido, y llevarnos a decir que ya nos suenan algunas piezas. Todas las palabras para decir roca se articulan en un entorno que es muy relevante y significativo: Extremadura. Aunque en la muestra no haya casi ningún indicio de ello —quién sabe si uno puede apropiarse del inquietante y caótico zarzal de Álvaro Perdices—, esta lectura extremeña de la dualidad de Naturaleza y conflicto, que es el subtítulo explicativo y teórico de la exposición, es muy pertinente. Insisto, aunque lo que el visitante vea sean obras que provienen de Japón, Reino Unido, México, Austria, Alemania, Estados Unidos de América... Qué sugestiva esta manera de convivir con tan diversas percepciones de la naturaleza. También desde la lectura de los textos —de H. D. Thoreau, de R. Macfarlane, de Eva Lootz, de César Rendueles— que reciben al visitante de cada espacio, o desde la escucha de la lista de Spotify para la exposición, con piezas —elegidas por Julián Rodríguez y muy bien presentadas en el folleto por Luis Francisco Pérez— de Beethoven, Schubert, Mahler, Wagner, Webern y Richard Strauss. Esta música se escucha aquí, en este espacio, en esta calle. Así lo he sentido yo, y no solo porque el comisario de la exposición sea extremeño —de Ceclavín— y haya escrito mucho sobre el entorno rural que le ha educado, y que insista en la presentación de esta muestra que estará a ciento treinta y cinco pasos hasta el 27 de mayo de 2018. De mi calle. De todos los países. De todas las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario