Ayer llegué a Zafra sobrecogido tras escuchar en carretera en A vivir que son dos días, de Javier del Pino, los estremecedores testimonios de Julia García y Dolores Zamorano, que estuvieron en el preventorio antituberculoso de Guadarrama a principios de los años sesenta. Javier del Pino entrevistó a Montse Armengou y Ricard Belis, autores del libro Los internados del miedo (Barcelona, Now Books, 2016), que viene del documental que realizaron como cierre de la trilogía sobre la infancia víctima de la dictadura que iniciaron con Los niños perdidos del franquismo (2002), que recogí aquí, y ¡Devuélveme el hijo! (2012). En este caso, el mapa de la ignominia lo ocupan los internados religiosos y estatales en los que durante el franquismo e incluso los primeros años de la restauración democrática se practicaron experimentos médicos con miles de niños, maltratos físicos, torturas psíquicas, explotación laboral y abusos sexuales con total impunidad. Me estremeció el énfasis que ponían las víctimas al decir que lo que contaban es imposible inventárselo, casi tanto como los hechos que relataban, sobrecogedores y repugnantes. A pesar de la crudeza, merece la pena dedicar una hora y poco a ver el documental y a medir de nuevo los grados del sentido moral de lo que somos. Está muy bien hecho, tiene el rigor que muestran los créditos por los muchos archivos consultados y el atractivo de las ilustraciones de Joan Casaramona que son cortinillas que subrayan los testimonios. Antes del final hay unos rótulos en los que se lee: «Las secuelas de aquellos abusos han acompañado a las víctimas toda la vida. A diferencia de otros países, ni la Iglesia ni el Estado español han reconocido jamás el daño que se les hizo. Nadie ha sido juzgado».
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