En la más reciente novela de Juan Marsé, Esa puta tan distinguida (2016), que va sobre las estrategias del olvido, hay un personaje llamado Felisa, que trabaja en la casa del narrador y que se apuesta con él adivinanzas de diálogos de películas, lo que llama «acertijos de celuloide». Ella, por ejemplo, le suelta: «Ahora corre y dile a tu madre que todo está arreglado, y que ya no queda ninguna pistola en el valle». Y cuando su jefe le suplica que no es el momento, ella insiste en que se apueste un duro si sabe quién le decía eso en una peli a un niño rubio de ojos asombrados. Más adelante, la sin par Felisa, con más de quince años de impecable servicio en la casa, vuelve a la carga: «Quienquiera que sea, siempre he confiado en la bondad de los desconocidos. ¿Quién dijo eso? Seguro que lo recuerda. ¿Quién es esa pobre mujer que se declara tan desvalida, y en qué película? Cinco segundos, y va un durito en la apuesta». En la novela de Marsé no hay nada que desvele esos enigmas, que quedan ahí prendidos, en la línea argumental, para que el lector se preste, si quiere, a la apuesta. Y aventurarse, entonces, a evocar aquello de Adan Alda en Raíces profundas (1951), de George Stevens, o lo de Vivian Leich, la pobre Blanche, en Un tranvía llamado deseo (1951), de Elia Kazan. Y ganar el durito a Felisa, que —dice el personaje de Marsé— «cree que el cine resuelve los acertijos de la vida».
No es la primera vez que el cine ocupa por alusiones las páginas de la narrativa de Juan Marsé, aunque en esta ocasión buenas dosis de la atmósfera, del espacio, del género, de los personajes y de los olores de esta novela son cinematográficas. Y no será la primera ni la última vez que cine y literatura se den la mano, compartan fila en butacas contiguas y propicien un diálogo tan fresco y enriquecedor como el juego doméstico de la Felisa de Esa puta tan distinguida. Lectores y escritores —siempre en este orden— que a través de la letra se acercan al séptimo arte; y cinéfilos y cineastas que saben que vuelven a tener en un texto literario el placer de encontrar confirmación de sus pasiones.
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© Fotografía de Sergio Lorenzo. Diario Hoy.
Hasta aquí el principio de lo que escribí como «Editorial» del número extraordinario —el 250— de Versión Original (VO), la revista cultural extremeña más longeva, que ayer presentamos en Cáceres, en Mastropiero, Paco Rebollo, Javier Remedios —dos de los responsables de la hazaña—, María Llanos García Medina —profesora y colaboradora habitual de VO, que estuvo acompañada por su madre, la viuda de Romano García. Fue un gusto saludarla, después de años—, José María Clemente —redactor jefe de Cine Movistar + y crítico sensato— y servidor. Una excelente forma de tomar el aperitivo del sábado. La entrada siguiente, más extensa de lo habitual, recogerá lo que falta de ese editorial para una revista única.
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