© Fotografía de Elena Fernández de Molina
Antes de irme a Badajoz ayer por la tarde ya había averiguado con más certeza el origen del proyecto de El río Guadiana de Javier Fernández de Molina, Carlos Lencero y Ángel Campos Pámpano. Por ejemplo, en la «Biografía» artística que se publicó en el catálogo de la exposición de Javier F. de Molina en la Asamblea de Extremadura en 1993 se halla una referencia a una obra titulada Guadiana, textos de Carlos Lencero y Ángel Campos Pámpano, dibujos de Miguel Galano y Fernández de Molina, fechada en 1989. En efecto, en aquella exposición y en el catálogo se mostraron varias series hermanadas por el motivo del río Guadiana (cuatro pinturas sobre papel tituladas «Barcas del Guadiana» —I, II, III, IV—; otras cuatro «Cuerpos del Guadiana» —I, II, III, IV—; y una tercera de «Juncos» —I, II, III, IV—) fechadas todas en 1988. Unos años antes de aquella exposición de Mérida, en noviembre-diciembre de 1990, Javier expuso en Cáceres Como pez en el agua, y se editó un catálogo mucho más modesto que prologó Carlos Lencero con un texto sobre el agua y que, además, publicó una primera versión de «A Nemesia, ranera de Guadiana», que es una de las prosas que incluye El río Guadiana que ayer presentamos en el Espacio COnvento de Badajoz. Viajé con Elena y Alberto, y en Badajoz pude saludar a muchos amigos que no veía desde hacía tiempo, como Pedro Almoril, Eduardo Achótegui o Germán Grau; y reencontrarme con otros de más reciente vista, como Carmen Araya, Luis Arroyo o Luis Sáez. Nuevamente con Pura, la madre de los Fernández de Molina —abuela de Elena—, noventa años admirables que me embobaron mientras ella hablaba de sus trajines, que incluían excursiones a Lourdes —yo supongo que va para dar ánimos y como muestra, para que la gente crea en los milagros. Saludé a Esperanza Marina y a su marido; a Teresa Clot y a Joaquín González Manzanares. Conocí a Begoña Galeano y a Julián Prieto, artífices del Espacio COnvento en el que disfrutamos durante unas pocas horas. Un ejemplo de creatividad y de entusiasmo al servicio de quienes creen en eso, en la creatividad y en la pasión al hacer algo. Y nuevamente con Javier Fernández de Molina. Él me contó que fue Luis Costillo quien vio en casa de Luna, la hija de Carlos Lencero, buena parte del material de aquel proyecto truncado de un libro de originales manuscritos y pintados de los tres amigos, de Javier, de Carlos y de Ángel; y que fue Luis quien animó a Javier a retomarlo. Y tanto que lo retomó. Hace ahora tres años, trabajando con un ahínco casi parejo al sentimiento de su amistad insuperable. Ayer, a su manera, estaba emocionado; como sin dar importancia a aquello. Fue un placer volver ayer desde esa orilla del río Guadiana.
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