Hoy he terminado de leer un Trabajo de Fin de Máster de Investigación en Artes y Humanidades de Ana Isabel Ávila Mateos, que se defenderá mañana por la mañana en mi Facultad (estoy en el tribunal que se encargará de calificarlo; es obvio). Se trata de un interesante estudio, dirigido por el profesor Enrique Santos Unamuno, sobre «Crime Fiction» y dispositivos cartográficos: un estudio de caso, que toma como objetos de su análisis novelas como Ciudad de cristal, de la Trilogía de Nueva York, de Paul Auster; El empleo del tiempo, de Michel Butor; Muerte en la vicaría, de Agatha Christie; El nombre de la rosa, de Umberto Eco; El misterio del cuarto amarillo, de Gaston Leroux; La falsa pista, de Henning Mankell; y el cuento de Borges «La muerte y la brújula», de Ficciones. No. Traigo aquí mucho de lo que leo; pero no se me ocurrirá reseñar también los exámenes que corrijo, las prácticas que reviso, los artículos que evalúo, ni las tesis, los trabajos de grado o los trabajos de máster que califico. No. Viene esto aquí porque el estudio de Ana Isabel Ávila Mateos recoge una frase de G. K. Chesterton que dice algo que me habría gustado utilizar en mi entrada de hace unos días sobre «La novela de nuestro tiempo». Esto es: «El primer valor esencial de las novelas de detectives radica en que son la primera y única forma de literatura popular en que se expresa la poesía de la vida moderna». Repito la obviedad:
«El primer valor esencial de las novelas de detectives radica en que son la primera y única forma de literatura popular en que se expresa la poesía de la vida moderna».
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