miércoles, diciembre 25, 2013

Mañana de Navidad


La lluvia tenue de esta mañana, después del chaparrón de primera hora, ha colmado el gusto de un paseo casi sin nadie en la calle, y sin nadie en el parque durante un buen rato. Me habría gustado tener a mano un libro de poemas, alguno de esos textos con los que poder establecer analogías con lo sentido, alguna muestra de esa memoria de paisajes que tantas veces es la literatura. «Sin la poesía la realidad se desprecia», dejó dicho Cioran. No se lo leí al rumano en su momento, sino a Joaquín Araújo, que lo citaba en un libro apacible del que también me he acordado esta mañana, La sonata del bosque, con ilustraciones de Regla Alonso (Barcelona, Lunwerg Editores y Caja Madrid, 1999). No un bosque; pero sí un parque de ciudad, tan céntrico que su naturaleza exuberante potencia la admiración por tenerlo tan a la mano. Caminar acompañado por el sonido del agua del canal del centro, escuchar a los gorriones —o lo que uno cree que no es canto de mirlo ni de abejaruco—, contemplar el entorno y pisar la alfombra mullida que forman las ramitas que caen de los pinos o la que se siente bajo los pies cuando el camino lo traza la grava mojada por la lluvia. Observar cómo cambian en un instante los tonos grisáceos y verdioscuros a poco que salga el sol, tan remiso todo el día, e ilumine las hojas de ocres y amarillos. Qué difícil decir lo sentido. «Sin la poesía la realidad se desprecia». Porque a veces la realidad es poesía. Ah, sí, el libro de poemas. Unos versos de un poema: «Del invierno / la luz, / La claridad de la visión, la espera, / El contorno preciso que el aire da a los cuerpos, / La desnudez suprema de los árboles, / La tierra en su matriz, henchida de los granos, / El frío con sus alas, ángel tan aterido, / El gris nácar del cielo.» De José Luis Puerto, un poeta sabiamente contemplativo.

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