Hace muchos años, un profesor nos ofreció a unos pocos compañeros de clase que habíamos tenido una calificación de sobresaliente en un examen presentarnos a otra prueba para lograr la matrícula de honor. Me negué. En realidad, no sé si llegó a celebrarse aquello y si en el expediente de alguno de mis compañeros de aquel tiempo figura aquella matrícula de honor. Hoy, en el desayuno, he escuchado en RNE a la Consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, Lucía Figar de Lacalle, cómo argumentaba esa propuesta de crear un bachillerato de excelencia y ejemplificaba con deportistas de elite como Rafael Nadal, Fernando Alonso o Andrés Iniesta, que para llegar a lo que son han necesitado una preparación especial. Se le olvidaba un detalle, que uno de los citados se dedica a un deporte de equipo, y no se entrena solo, y en su equipo tiene el mismo trato especial, el mismo mimo, la misma consideración que el estudiante excelente en un grupo de veinte compañeros con perfiles diversos. No es preciso contradecir tal comparación para argumentar contra una medida segregadora que es un reconocimiento tácito del fracaso de la educación pública, cuyo fomento sin concesiones sigue siendo la más lacerante asignatura suspensa de todos los gobiernos desde hace décadas y décadas. Me pregunto de dónde saldrá la dotación de esos centros de excelencia, que, sin duda, repercutirá en los fondos dedicados a los que no llegan a un siete en la prueba de nivel y a un ocho en la media de 4º de ESO. Me pregunto —al tiempo que me acuerdo de don Miguel de Unamuno y de su primera nivola— si los profesores de ese centro de excelencia serán excelentes también, y si les harán pasar por alguna prueba de nivel para segregarlos de los otros. ¡Ay! Como todos los días, tras el desayuno, me he ido a clase, y hoy, casualmente, a hablar sobre El doctor Centeno de Galdós, novela pedagógica donde las haya, entre otras muchas bondades. Su protagonista, Felipe, Celipín, Centeno, Aristóteles, "mi héroe", es madrileño de la más pura cepa literaria galdosiana, y aprendió, y mucho, sobre todo, sentido común; pero hoy, con medidas como la referida, sería tan desgraciado como con tan mal maestro como Pedro Polo. No llegaría a nada; no merecería trato preferente; falto de la excelencia. ¡Ay!
miércoles, abril 06, 2011
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2 comentarios:
España siempre ha sido un país poco igualitario, sobre todo por culpa de esa derechona que gobierna por ejemplo en Madrid pero la izquierda tampoco ha hecho mucho por ayudar. Lo que hay es que subir el nivel general y el medio, los "excelentes" suelen encontrar su propio camino, ello no quita que haya luego centros de investigación que seleccionen con criterios.
Yo lo que me pregunto, también, es por qué en un instituto, o en un colegio, o en la sociedad entera, se nivela por abajo.
Y por qué se le hace más caso al niño que revienta la clase que al tío que estudia y, generalmente, se está calladito en un rincón.
Si se discrimina al matao, es muy malo porque somos todos unos fachas.
Si se discrimina al brillante... Ah. Si se discrimina al brillante no pasa absolutamente nada.
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