Podría decirse que, a la hora de la verdad escénica, Héroes necesitaba un subtítulo explicativo que diese al público una orientación sobre lo que iba a ver. Así, Una comedia confinada vendría a ser la credencial del texto hecho ya gesto en un escenario. El proceso se consumó el pasado viernes 12 en el Gran Teatro de Cáceres, con el patio de butacas y buena parte del anfiteatro llenos. En efecto, la condición del libreto como dramaturgia se confirmó en la fidelidad de lo que vimos con respecto a la pauta de la que partía; con un notorio subrayado del ingrediente cómico de la historia. Esta fue la clave que me permitió responder a una persona con la que me encontré luego y que no acudió al teatro porque no le movía ir a ver una obra que le recordara aquella situación que vivimos. Cierto, pero es diferente si te ríes, y creo que en eso pensó Isidro Timón al acentuar la comicidad de todo, por si acaso alguien se ponía intenso. Y funcionó. El público favorable a los trabajos de Maltravieso Teatro y a los intérpretes de Héroes se lo pasó bien y salió muy satisfecho con lo visto. Fue mi caso. Todo estreno es una prueba crucial de funcionamiento de la maquinaria que se ha estado probando con mucho sacrificio durante un tiempo. La primera representación siempre sirve para realizar ajustes que van aplicándose en subsiguientes funciones, si no son tan contadas como para que tanto afán no se concrete y sepa a poco. El estreno de Héroes pudo servir para afinar un ritmo al que no se le puede poner reparos, o para matizar las transiciones en las escenas, que alternan, jugando con la luz y con el sonido, dos acciones que sugieren la superposición, por ejemplo, de lo que hay y de lo que se anhela, y que permiten variedad, cortes reflexivos y algunos cambios de los pocos elementos del decorado, propósitos, entre otros, que se lograron el viernes. También esa función puso de manifiesto el mérito de un elenco extremeño y conocido: la experimentada Ana Trinidad (Abuela), Carola Veidhlin (Hija), la más joven y menos vista ahí arriba, y Rubén Lanchazo (Hombre) y Amelia David (Mujer), habituales fundamentos de la compañía. Los cuatro, creo, acusaron la tensión de una primera representación que podrá servir para regular la frecuencia con la que latió su músculo interpretativo, por debajo del punto en los tres primeros y por encima en Amelia David. Al trío de la madre, la nieta y el yerno le faltó una velocidad para soltarse y redondear su resignado frente común por culpa de «una mujer amargada que amarga la vida de todos los que tiene alrededor […] enganchada al alcohol» —del dramatis personae—; y a este papel le convendría levantar el pie del acelerador para no caer en la sobreactuación en algunos momentos de su progresiva melopea, innecesaria para conseguir su retrato preciso sin perder lo cómico, que Amelia David logra sobradamente con una gestualidad más contenida. Quizá todo sea por evitar generar en el espectador un recuerdo amargo de un hecho trágico, y que salga del teatro con la sonrisa en el rostro; por soslayar —no renunciar— la carga moral del juicio sobre determinados comportamientos. Un lance bien expresivo de esta intención fue la imitación —que está en el texto— que hace la Abuela del archifamoso Fernando Simón —aquí Ana Trinidad alcanzó su fuerza— y que, a pesar de ser uno de los momentos en los que suena la carcajada, se potencia todavía más y con mucho acierto con la grabación de la voz real de un personaje que todos tenemos grabado en la memoria. Por insistir, pues, en lo de «comedia confinada». En fin, sigue ganándome esta manera de tomar un texto, levantarlo y ponerlo en pie ante el público con todos los recursos que convergen en el hecho teatral, y más me gana cuando quienes lo hacen con tanta entrega y honestidad son tan cercanos y tan auténticos.
lunes, enero 15, 2024
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