domingo, junio 04, 2023

Junio

¿A quién puede interesar saber la hora (11:36) a la que voté el pasado domingo? Sin embargo, «En el castillo de Luna / tenéis al anciano preso» es el principio del romance de Bernardo del Carpio que tengo asociado a la voz de Jaime Gil de Biedma en una grabación antigua, y que recordé hace días al pasar por Alburquerque, viniendo de San Vicente de Alcántara, y camino de Zafra. Pongo el mismo grado de interés en el quiebro adversativo que en la nota al sesgo de un viaje. Me acordé el martes con agrado, a más de quinientos kilómetros de casa, sin lograr escribir nada que mereciese en ese momento el plácet tan costoso cuando uno está inseguro, y duda si sabrá escribir sobre lo visto, si sabrá decir —más difícil— lo pensado. En trance así, la lectura abre los poros predispuestos de la sensibilidad y nos empuja a discurrir, a imaginar y a poner por escrito en forma de anotaciones, esparcidas entre citas literales de un hallazgo ajeno o entre un dato cualquiera, una certeza, un sentimiento, o aquello que ni siquiera todavía es confidencia. Siente uno el privilegio de convivir con las palabras ajenas, que motivan tantas veces las palabras propias en una torpe tentativa de una emulación que implica un esfuerzo mayúsculo. Escribo ahora como el que copia de un borrador mal escrito que mejora muy poco en el texto resultante. Aspira uno a tener la misma precaución y el mismo esmero en la conversación íntima entre dos, con un café de por medio y unos cuantos anhelos por delante. Pensaba en ello mientras recorría en el mapa de carreteras la Vía de la Plata hasta casi arriba del todo. La rapidez con la que va quedando atrás el paisaje, y por la que desaparece el asfalto por los bajos de un vehículo durante cinco horas, es una exacerbación de la vertiginosa rutina de los días. Parar en una zona de descanso durante unos minutos es una buena manera de contemplar desde fuera el arrebato de lo cotidiano que representa el agresivo paso de los coches y camiones por una autovía. Con todo, es un momento de serenidad y de sosiego, tan reconfortante como la lectura y la escritura, extrañas a cualquier clase de urgencia. Y al que añado siempre el raro privilegio de leer para trasmitirlo a otros, compartir el alimento. Renuncio a hacer más crónica que unos apuntes en el cuaderno de una excursión a un paisaje de mi juventud: la Albuera del Castellar —en la fotografía—, y me excuso por haber trasladado aquí tan torpemente una parte de lo anotado por mirar a mayo desde los primeros días de junio. Sin más.

1 comentario:

José A. García dijo...

Podrás renunciar a escribir de una manera en particular, pero la escritura nunca nos abandona a nosotros.

Saludos,
J.