lunes, octubre 10, 2022

Einaudi

Fue el 14 de septiembre de 2017, en el Palacio de Vistalegre de Madrid. Pedro y yo viajábamos al día siguiente a Barcelona; cuando leímos en los periódicos que la asistencia al concierto de Ludovico Einaudi se calculó en 10.000 personas. En efecto, el pabellón estuvo a rebosar. El concierto comenzó con casi una hora de retraso, y hubo mucho ruido entre pieza y pieza por el ir y venir de los encargados de la seguridad; y, a pesar de todo, el sonido fue bueno. El monumental Einaudi era una diminuta figura intuida en un lejano escenario acompañada por un conjunto de cuerdas también diminuto. He guardado aquella experiencia con afecto hasta que el pasado sábado 24 de septiembre volvimos a escucharlo en el Teatro Romano de Mérida. Agotadas las entradas. Sin embargo, semanas y días antes, me preocupó la cara de extrañeza de personas cercanas, conocidas, y de buen nivel cultural, cuando les hablé de Ludovico Einaudi, tan extraordinario pianista, hijo de Giulio Einaudi, el famoso editor italiano, y a quien hacía pocos días entrevistaba Jesús Ruiz Mantilla en El País Semanal (18 de septiembre de 2022, págs. 52-57). Alguien que, en esa entrevista, decía que llamaba a Italo Calvino «el tío Italo» —¡madre mía! Quien sea se lo ha perdido hasta ahora. Como yo, salvando las distancias, a C. Tangana, a quien conocí no hace más de un año y pico. Quedarán el influyente rapero madrileño y sus actuaciones, como quedará lo sublime del sábado 24. Llegamos casi con el tiempo justo, porque, además, el concierto comenzó tan solo cinco minutos más tarde de lo previsto, que era a las 22:15. El esquema de la actuación viene siendo siempre el mismo: tres o cuatro piezas del pianista en solitario y luego la parte magra del concierto en compañía, en este caso, de un violinista, un chelista y un percusionista, para cerrar finalmente, con alguna pieza más en solitario, que son de otros discos, algunas más conocidas. Pocas veces, en la sala más recogida de un gran teatro o auditorio, he apreciado un silencio como el de esa noche. El público —muy joven— solo se notaba cuando se apagaba momentáneamente el foco del artista para señalar el final de una pieza y arrancaba a aplaudir. Tanto respeto que ni siquiera, cuando la mayoría sabíamos qué estaba tocando, nadie aplaudió para celebrar piezas tan populares como «Una mattina», de la banda sonora de Intocable (2011), la película de Olivier Nakache y Éric Toledano. Por momentos, tuve la necesidad de cerrar los ojos para escuchar mejor; pero la imagen del teatro iluminado, sus gradas llenas, los músicos, el pianista y su piano invitaban a mantener los ojos bien abiertos y a disfrutar del marco incomparable. Underwater es el disco que Ludovico Einaudi está presentando en esta gira española en la que Mérida ha sido privilegiada, con Sevilla, Córdoba y Madrid. Al salir del concierto, pasadas las doce y media de la noche, vimos aparcada en la puerta lateral del Teatro la furgoneta en la que viaja en esta gira ese otro personaje que es el piano Stenway de Einaudi, y también vimos otros furgones con matrículas italianas; e imaginé la ruta que creo que sigue en Francia y en Reino Unido, antes de recogerse en Italia, en los conciertos de Milán. Volvimos a casa con la satisfacción de haber reducido aquella lejanía de Vistalegre a unas pocas decenas de metros desde la orchestra y haber sentido la música de Einaudi a su manera, en la que hay tanto silencio en su misma construcción armónica que uno sabe cuándo empieza pero no cuándo termina, salvo un final rotundo, si lo hay. El minimalismo musical de Einaudi es antológico en su forma de combinar acordes con pausas, música y silencio. Un placer que llevaba días desde ese sábado queriendo compartir. Lo hago ahora. 

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