Viene de la entrada anterior. Porque, estimulado al salir del teatro el pasado sábado 15 por la fuerza de las actrices de la Bernarda de José Carlos Plaza y la carga simbólica de los personajes, retomé la lectura de Las mujeres de Federico (Lunwerg Editores, 2021), un libro compuesto por el relato de la profesora y periodista Ana Bernal-Triviño y por los dibujos de la ilustradora Lady Desidia, seudónimo de Vanessa Borrell. El resultado es una bella edición, en la que las ilustraciones dialogan con el texto en las páginas en las que se integran o se muestran con colorida presencia a toda plana, a veces doble, como entreactos extraordinariamente sugerentes. Y es que Las mujeres de Federico puede ser un relato representable en cinco cuadros o actos, como si fuese una obra teatral, que para eso trata de unos personajes buscando —más bien esperando— a su autor. La «Galería de personajes» se resume en ocho, con sus retratos (Doña Rosita, Belisa, La Zapatera, Bernarda Alba, familia y servicio, Novia, Yerma, Dolores, la Conjuradora y Mariana Pineda); y para eso están tratados, en espacio y tiempo reducidos a la casa de la Huerta de San Vicente —un espacio de memoria— y a las veinticuatro horas anteriores al 18 de agosto de 1936, que van siendo marcadas por el lenguaje de una flor, la rosa mutabile que es «roja por la mañana, a la tarde se pone blanca y se deshoja por la noche» (pág. 14). Son ocho menciones agonistas, pero hay otras mujeres, como Poncia, Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio, la Adela resucitada, la Criada o la abuela María Josefa. Relato en femenino —también quien me regaló el libro fue una mujer amiga, M.— y feminista, en donde encuentra su verdadero sentir, aparte la pasión por Lorca y la intención poética. Sería fácil, sí, trasponer al teatro este relato que contiene también una representación teatral de sus personajes y que por momentos muestra una voluntad clara de dirección de actores con su disposición en escena y sus movimientos, como en una especie de acotación en la tercera parte: «Belisa y Rosita se cambiaron al banco de la izquierda de la entrada para estar más cerca de Dolores. La Zapatera permanecía al lado de la Novia y, algo más separada de ellas, Yerma. Detrás, juntas y sentadas en unas sillas del comedor, Angustias y Martirio, quienes giraban de vez en cuando su rostro hacia Bernarda, que permanecía sentada en una silla de la cocina en el umbral de la puerta verde […]». La autora ha imaginado este homenaje al universo lorquiano a partir de la convocatoria que esas mujeres de Federico reciben en una carta que escribe doña Rosita para que todas se reúnan en la Huerta y hablen de sus realidades, de sus dolores y limitaciones delante de quien les dio vida textual. «—¡A casi todas nos hubiese salvado ser hombres!», exclama Dolores (pág. 129), en uno de los preanuncios de la justificación de este viaje en el tiempo de un escritor tan grande para ser interpelado y hablar sobre la mujer en el siglo XXI a partir de las historias de estas figuras que se autorrepresentan —a veces con demasiada reiteración— en este poético libro, teatralizable, de justificados artificios —incluido su peliculero remate «Mañana del 18 de agosto»— por su buen fin reivindicativo de la posición de la mujer en el mundo contemporáneo. Y esto, lamentablemente, será lo que no gustará a algunos de esta obra.
lunes, enero 24, 2022
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