jueves, julio 15, 2021

Sin pronunciar tu nombre

Mañana viernes tenía que celebrarse la presentación de la antología de Santiago Castelo, Sin pronunciar tu nombre. Antología poética (1976-2015), publicada, con selección y prólogo de Carlos García Mera, en la colección «Avis rara» de la Editorial Urutau de Pontevedra. Iba a ser en Don Benito, en el Museo Etnográfico «Agustín Aparicio» a las 21:00 horas, con la actuación musical de «Las Nietas del Charli». Lamentablemente, y por la puñetera situación pandémica que padecemos, no podrá ser. Esperemos que en septiembre. Como había querido estar, escribo esta nota sobre este libro de pequeño formato y atractiva apariencia —hay segunda edición— que contiene textos de José Miguel Santiago Castelo desde sus comienzos poéticos (Tierra en la carne, de 1976) que me han permitido revisitar su obra por la ajustada selección de poemas de todos sus libros: tres textos de su primer libro, cuatro de Memorial de ausencias (1979), cinco de La sierra desvelada (1980), seis de Cuaderno del verano (1985) —el primer libro que yo leí de Castelo—, siete de Siurell (1988), dos de Al aire de su vuelo (1993) y de Diario de a bordo (1994), cuatro de Hojas cubanas (1998), dos de Cuerpo cierto (2001), seis de Quilombo (2008), nueve de La hermana muerta (2011), tres de Esta luz sin contorno (2013), y doce, en un colofón tremendo, de La sentencia (2015), su libro póstumo. La lectura seguida de estos sesenta y cinco poemas es una experiencia de reencuentro con uno de los poetas más singulares de las letras extremeñas; así, como a él le gustaba. Que el prólogo de Carlos García Mera solo dedique unas pocas —y acertadas— palabras a la poesía de Castelo en sus dos párrafos finales, y que todo lo anterior sea sobre la persona, dice mucho de lo que aún pervive de la extraordinaria figura que fue. Un ejemplo de la admiración de quien le retrata en el delantal de esta antología, que ojalá se convierta para un lector que no lo conozca en la puerta de entrada a la poesía toda del autor: «A Castelo le encantaba pertenecer a otro tiempo donde se estilaban las galanterías y los ademanes nobiliarios. Le rodeaba siempre un aura de misterio, esbozada con una sonrisa socarrona, pero sin malicia, seguro de gustar —porque gustaba, y lo sabía— donde se escondía toda la verdad del mundo. Sin duda, su voz, como de tormenta estival, refrescante y tronadora, dictaba sentencias inequívocas o susurraba los consejos certeros en los momentos precisos. O, de pronto, te acogía en su declamatoria, rebosante de anécdotas, que adornaba con paréntesis o silencios exactos para mantener la atención del público […]». Esta manera de subrayar la persona, la vida y la carne, y no los matices de su poesía, nos arrastra a todos, por estar ante una personalidad tan arrolladora. Quede, sin embargo, en esta nota, la vida y la carne de estos alejandrinos sobre la hermana muerta: «Temo volverme oscuro y el dolor siempre andando; / por eso en vuestros ojos quiero ser sol de un día». Sol de muchos días en su recuerdo. Un beso, sin pronunciar tu nombre. 

No hay comentarios: