La responsable de que estas dos cubiertas estén hermanadas en la ilustración de arriba es Elena de Lorenzo Álvarez, profesora de Literatura Española de la Universidad de Oviedo, directora del Instituto Feijoo de Estudios sobre el Siglo XVIII y autora de esa magnífica edición de El Pelayo, la tragedia de Jovellanos (Gijón, Ediciones Trea, 2018). Magnífica, espléndida, rigurosa, bien hecha, un modelo de hacer en filología y en investigación histórica que he intentado mostrar en una reseña que hace poco terminé de redactar para que sea publicada en el Anuario de Estudios Filológicos de mi Universidad de Extremadura, y que ha sido la que me ha llevado al libro de Salinas. Me permito excederme aquí en los calificativos y ser más desenfadado y apasionado pues parece que en el género de la recensión uno se contiene para no dar la impresión de compadreo. El compadreo, la admiración y la efusiva objetividad que hay en lo que escribo en esta entrada. Una alusión y una nota de Elena de Lorenzo en su introducción han sido las que han provocado que haya ido al mítico libro de Pedro Salinas Jorge Manrique o tradición y originalidad (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1947). Elena comienza uno de los capítulos menos importantes de su estudio preliminar curándose en salud y confesando que podría merecer la reconvención de aquel Pedro Salinas que repudiaba lo que ella llama «la crítica hidráulica, y la obsesión por las fuentes», por tratar en ese momento sobre las rutas literarias —francesas y españolas— de la tragedia de Jovellanos. Así que por su culpa he vuelto a leer que Salinas motejó a las fuentes como «adormideras de tantas labores críticas bien intencionadas» (pág. 115); pero, sobre todo, he vuelto a aquellas palabras que dedicó a la tradición, para él, «vasta presencia innumerable, como el aire circunda al individuo y se entra en él, es algo que está presente en nuestra vida espiritual» (pág. 116): «¿Qué sabe la moza que recolecta la aceituna en un olivar de Andalucía de la copla que canta? Esas palabras que ella echa al aire, con la inocencia del pájaro, están recogidas por los eruditos, yacen en alguna compilación de cantos populares, han sido confrontadas con otras parecidas, de muchos países; se ha rastreado su antigüedad, y hasta quién sabe si estará ya probado que lo que dice esa cuarteta amorosa es desgaje de un soneto de Petrarca. La muchacha actúa de agente inconsciente y purísima de una gran fuerza, que a su vez la contiene: la tradición» (pág. 117). Este primor tan sencillo lo escribió Pedro Salinas hace bastantes años en un libro formidable al que ahora he vuelto gracias no sé si a Jovellanos, si a don Pelayo; o, finalmente, no sé si gracias a una colega tan competente como Elena de Lorenzo. En realidad, gracias a todos y a su presencia innumerable.
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