lunes, diciembre 31, 2018

Último día de 2018

Recuerdo ahora tal tarde como la de hoy, hace un año, como por mirar atrás, sin ninguna nostalgia ni apego alguno por nada material que no sea un cuaderno en el que poder escribir en cualquier parte. Como siempre, me apoyaba en palabras ajenas, y hoy son las que leí ayer de Manuel Vicent («La luna»), que dice que la felicidad —esa metáfora de la luna como lo inalcanzable que dejó de serlo cuando se llegó a ella y no nos hizo más felices— puede concedérsela uno a sí mismo si no pide más de lo necesario. Vicent —qué lástima que todavía no hayamos logrado traerle a Cáceres al Aula «José María Valverde»— que escribe que «[...] cualquiera que remonte el río de la memoria hallará un aroma, el tacto en otra piel, un sabor en el paladar, el sonido de una música evanescente o una imagen velada en el espejo del pasado cuyo recuerdo le nublará el cerebro y le hará saltar las lágrimas de placer. Un instante de esta felicidad da sentido a toda una vida y en esas sensaciones hay que apoyar la palanca para sobrevivir», hace recuento de algunas de esas experiencias que durante el año que se acaba le han permitido alcanzar algo de esa luna de la que habla: ver dos o tres buenas películas, alguna exposición, sobremesas agradables con los amigos, una música y los resultados de una analítica favorable. Y es verdad, porque una de las mejores definiciones de la palabra «salud» que conozco es la de que «La felicidad consiste sobre todo en que el cuerpo guarde silencio por dentro», que escribe Manuel Vicent en esa misma columna, que esta última tarde del año me motiva también a recordar un libro excepcional, un desayuno con Pedro en la calle València de Barcelona, otro con Julia en una terraza de General Perón en Madrid, una visita reparadora y una espalda recorrida, la noticia que llegó por teléfono de la alegría de un amigo escritor por un premio merecido, una mañana con mis alumnas —y Javier— en la Biblioteca Pública de esta ciudad ante unos cuantos incunables —con Teresa Gómez—, otro desayuno en casa —la mejor comida del día, sin duda—, y, ojalá, un buen resultado de los análisis que no me he hecho. Feliz año nuevo.

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