© Fantasio (1929)
Un martes de este diciembre que se acaba, mis alumnas —y Javier— y yo estuvimos enredando en clase con un libro. Se trataba de algo muy sencillo: leer. Pero leer hasta las costuras. Algo así como leer bien el manual de instrucciones de un objeto que yo percibo que manipulan con más torpeza que un teléfono móvil o que la caja que contiene un fármaco. Buscar entre las páginas lo que parece que no está y que, sin embargo, cuando lo necesitamos, nos sirve. Por ejemplo, un índice onomástico; o una nota escondida que nos informa que el texto que leemos fue publicado en un periódico pocos meses antes de la muerte del autor, o después de su muerte, muy pocos días después de su muerte. Por otra tarea, he vuelto a esa obra póstuma de Roberto Bolaño, de la que hablé aquí, la recopilación de sus artículos, ensayos y discursos bajo el título de Entre paréntesis (Anagrama, 2004), bien cuidada por su —antaño— editor literario, Ignacio Echevarría, que es la que llevé a clase. Yo recordaba que Roberto Bolaño habló de un par de poemas memorables de un poeta chileno muy desconocido, Carlos Pezoa Véliz (1879-1908), y he vuelto a toparme, buscando otro asunto poético, con esa referencia. Ya he podido saber que uno de los poemas que Bolaño decía que merecía ser recordado era «Tarde en el hospital». Sin duda, es interesante, o como dijo Bolaño, auténticamente bueno:
Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve
Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.
Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve
Entonces, muerto de angustia
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.
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