©Real Academia de Extremadura
De la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, sábado lluvioso, alegría por el agua que viene del cielo, esa claridad que es un don, dijo Claudio Rodríguez. Un poeta, un poema. Un poeta, José Miguel Santiago Castelo, fue el primero de los evocados, sí, en la dedicatoria de este discurso. Un poema, «Breve tratado de la ignorancia», del libro de José Luis Bernal Tratado de ignorancia (Mérida, De la luna libros —Col. Luna de Poniente, Y— 2015), el comienzo del exordio de este nuevo académico que llenó de poesía y vida el salón de actos del Palacio de Lorenzana, sede de la academia extremeña, repleto de familiares, amigos, compañeros de José Luis Bernal, y, sin embargo, tibiamente arropado por ocho colegas —o por ahí— de una corporación de más de veinte miembros. «Literatura para vivir. El profesor y el poeta, cuerpo a cuerpo» es el título de este discurso tan bien dicho la mañana de un sábado lluvioso por quien tanto se ha dedicado al estudio de la literatura, a la creación literaria y a la gestión académica y cultural, que fueron las tres patas sobre las que montó su contestación Carmen Fernández-Daza Álvarez —me dan ganas de llamarla excelentísima señora—, que es, hablando en plata, amiga del recipiendario, y, por consiguiente, más que autorizada para saltarse, sin indumentaria ni retórica, el protocolo. No lo hizo, como yo siempre quiero. Viajé a Trujillo con las iniciales femeninas C., L., M. y G., todas mujeres, que son las menos en una institución como la Real Academia de Extremadura. Deseo que pronto cambien las cosas. En su exordio, y en el consabido elogio del antecesor, José Luis Bernal también fue pródigo, pues repartió su homenaje entre las figuras de Juan de Ávalos —que «tuvo, siendo republicano (un republicano cristiano y en ello no hay paradoja alguna), el carnet número 7 del PSOE» (pág. 15)— y de Félix Grande, elegido académico en 2009 y que murió en 2014 sin llegar a tomar posesión de su medalla. Juan Manuel Rozas como maestro, la familia, los amigos, la literatura y un montón de guiños intencionados a la tradición, a lo que han dicho otros, sobre cómo las obras literarias son «compañeras insustituibles para la vida (Jorge Urrutia), que llenaron el salón de nombres como Álvaro Valverde, otra vez Santiago Castelo, Antonio Machado, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Jorge Luis Borges... Si «Breve tratado de la ignorancia» fue el poema del comienzo, el nuevo académico concluyó con «Las palabras», otro poema del mismo libro, que resume en su título lo que fue la esencia del acto del sábado. Un profesor y poeta palabra a palabra, palabra sobre palabra. Cuando esas palabras se dicen como las dijo José Luis ocurre algo que a uno le gustaría definir con más sentimiento que razón. No sé. Lo único que ocurrió allí fue que estuvimos durante un tiempo que no se hizo largo, envueltos en palabras y palabras, como si estuviésemos sintiéndolas, reconociendo lo que son, respirando como ellas en el ambiente creado por alguien que las pronunció ese día. Ayer mismo.
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