Otra vez por aquí. No acabo de comprender a esas personas tan coquetas que no quieren que se sepa la edad que tienen, que intentan ocultarla con ropa juvenil, un maquillaje infame o una fecha falsa. Salvo a mi madre, que sigue extrañándose —con razón— cuando le digo con cariño que ya tiene noventa y tres. Recuerdo ahora aquello que me contó de un tipo que le preguntó por sus años y cómo ella respondió que tenía la edad suficiente para saber que aquello había sido una impertinencia. Me repito; lo sé. Fue en esta entrada del día de su cumpleaños de 2007. Ahora me acuerdo de esto por haber leído el otro día que Ramon Gener, el gran divulgador de la ópera, un personaje más que interesante, no precisaba en qué año nació en Barcelona. Ni en Wikipedia. Además, decía de su padre, fallecido en 2013 —a quien dedica su libro El amor te hará inmortal (Barcelona, Plaza & Janés, 2016)—, que murió dos veces por haber sido enfermo de alzheimer. Protesto. Por muy abisal que sea el mundo en el que están sumergidos quienes padecen tan terrible deterioro, creo que estas personas entrañables siguen sintiendo y agradeciendo una palabra, una caricia, un buen trato. E incluso unos deliciosos acordes de una de esas piezas de música que Gener tan bien sabe valorar y difundir. Es posible que alguien crea que mueren cuando enferman de tanta gravedad; pero no creo que sea así en estos casos de aislamiento y pérdida de la memoria, en los que deben de pervivir los hilos justos para sentir un entorno cordial. Mi madre, por fortuna, no padece esa enfermedad; pero tiene mermas físicas y cerebrales que la postran la mayor parte del día en su otro mundo. Decir que mueren antes de morir es otra forma de egoísmo por nuestra parte. Quizá mueran para el que quiera seguir teniéndolos como si estuviesen sanos; pero siguen viviendo. Salvo caso extremo de pérdida de consciencia irreversible, no hay más muerte que la muerte. Ahora mismo quiere decirme algo y no lo logra. Algo referido a un periódico que hay sobre la mesa y algo sobre la imagen de una monja que sale en la televisión. También me dice que me nota más delgado (sic). Lo dicho: en su mundo.
3 comentarios:
Precioso, amigo. Toda una lección de humanidad. Y de humanismo. Con un beso para tu madre. Abrazos.
Gracias, amigo. Un abrazo.
Tan triste como precioso. Y cercano. También mi madre me dice que me ve mejor.
Un abrazo
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