Vuelvo a Zafra en su feria. Me ha costado llegar. Uno no está habituado a carreteras con retenciones y, desde hace unos años que vengo por razones alejadas del atractivo de la Feria Internacional Ganadera (y 563 Tradicional de San Miguel) de mi pueblo y de todo lo que la envuelve, se repite la sensación de que llego a una gran urbe. Con la atención puesta en el vehículo que tengo delante y el morro del que viene detrás —a tramos demasiado rápido—, me acuerdo del más hiperbólico de mis hermanos — JM— y de lo que dice de Zafra. A saber: Zafra es como una gran ciudad, como Madrid, como Nueva York. Hay siempre gente en todos sitios, a todas horas. Él sonríe que no exagera. Lo que distingue a una ciudad grande es que en ella a todas horas hay gente en cualquier lugar. Madrid-Nueva York-Zafra. Aquella conexión la imaginé un día de agosto —nótese—, a las cinco de la tarde, cuando me llevó a conocer alguna restauración del Convento de Santa Clara de Zafra, y había gente. Me dijo: «—¿Ves? Es lo que tiene Zafra —como París—, que a cualquier hora te encuentras con alguien haciendo algo». Aquí ahora todo está tranquilo. Falta poco para que todo ese todo cambie y que vuelva la estridencia de los silbatos de los agentes municipales que controlan el tráfico y el bullicio de la salida de la corrida de hoy —Morante de la Puebla, Ginés Marín y el zafreño Miguel Ángel Silva, en su alternativa. Este año el viento ha tomado las de Medina de las Torres, porque muy poco he sentido la música de la banda. Algo más aplausos y pitos. Y nada el clarín de las suertes. Mi madre y yo hemos visto desde el balcón a un torero llevado a hombros por la calle. Impresionante.
1 comentario:
Parece que te estoy viendo con tu madre, orgulloso de ella, en el balcón. Enhorabuena otra vez maestro.
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