No pudo ser cuando estuvo más cerca —en la Sala Trajano de Mérida o en La Nave del Duende del Casar de Cáceres—; pero ha podido ser en el Teatro de La Abadía de Madrid —penúltima función— este sábado pasado. Fuimos allí a ver Penal de Ocaña, un excelente montaje de teatro creado a partir de lo que no lo es. Penal de Ocaña, ya lo dije aquí, es una novela de la filóloga María Josefa Canellada (1912-1995) a la que ha sacado un sobresaliente partido su nieta Ana Zamora (Nao d'amores), responsable de la dramaturgia y de la dirección. La más reciente reseña de esa novela que quedó finalista en el Premio Café Gijón de 1954 —se concedió a El balneario, de Carmen Martín Gaite— y que se publicó expurgada en 1965 y, ya sin cortes, en 1985, la escribió Pedro Álvarez de Miranda para su último Rinconete de 2015, y su recuerdo estuvo motivado por su asistencia a una de las representaciones de la adaptación de Ana Zamora. Remito a su interesante taracea de pasajes para cotejar las dos ediciones y comprobar lo suprimido por la censura. Pero ahora lo que quiero es encarecer los valores teatrales de un montaje como Penal de Ocaña. Brillante es la interpretación de Eva Rufo, que se planta en el centro de un escenario a ras de suelo, circundada por una alfombra que es el espacio al que está sometida, y sobre el que va marcando con señales de papel —una octavilla hecha trocitos, una carta doblada, un papel arrugado...— cada una de las secuencias en las que se puede articular este monólogo. Espléndido el trabajo de la actriz. Igual que el recurso —se trata de Isabel Zamora— de una acompañante al piano, que es asistenta, pero artífice de la magia de la música en una pieza así. Se nota la mano sabia de Alicia Lázaro, indispensable en el proyecto de Nao d'amores. Falla, Chopin, Schubert... Lo que vio el público —que aplaudió en la penúltima función en La Abadía como si aquello fuese el único pase de una celebración especial— fue una demostración de cómo hacer teatro a partir de un texto así. Así como la expresión sentida de una experiencia extrema en unas circunstancias como las que vivió la protagonista de la historia en unas fechas marcadas: 1936. 1937. El Penal de Ocaña de Ana Zamora logró que este espectador sumase a la palabra que dice la manera en la que se dice. No es la primera vez, afortunadamente; pero hay que celebrar que se repita de esta forma. Una delicia.
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