El otro día una alumna me halagó sin saberlo cuando me dijo que ella tenía entendido que a mí no me gustan las conclusiones en un trabajo académico. Así es —le dije—, siempre que esas conclusiones ocupen más de una frase, repitan parte de lo dicho, resuman brevemente los puntos principales y sinteticen la información que se ha venido dando anteriormente. Si son eso, sobran. Y, sobre todo, si llevan un epígrafe titulado «Conclusiones». No ocurre lo mismo, felizmente, con la conclusión del libro de Álex Chico, que está en la casilla 20 del tablero en el que ha convertido su modelo de indagación crítica sobre un autor (José Antonio Gabriel y Galán) y sus textos literarios. Esto sí es interesante y motivador para un lector que guste de estas formas de ruptura de los estrechos límites de los géneros convencionales. Un invento histórico al que seguimos aferrándonos. Y a propósito, cuando escribía sobre Un hombre espera me llegó otro libro del mismo autor placentino, Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (Sevilla, La isla de Siltolá, 2016); y me reafirmo en que la prosa de Álex Chico —hay un Álex Grande en la novela Farándula, de Marta Sanz, que estoy terminando de leer en los desayunos— es una nueva propuesta para vencer estacadas genéricas. En este caso, se trata de la invención de un texto polimórfico a partir de la recreación de una comunicación —labor de edición y exhumación de textos— con un escritor identificado con las iniciales E.P. del que se espigan unos cuantos fragmentos de ocho obras: Cuaderno de apuntes (1980), Libro de las anotaciones (1984), Si es que son ajenas las palabras (1987), Ciudades inventadas (1988), Confesión en Santa Marta (1992), Cuando regresen los bárbaros (1994), En préstamo (1997) y El libro de las habitaciones (1998). Los textos se completan con ocho insertos del editor. El resultado es un mosaico compuesto por teselas sobre la escritura, sobre lo leído, sobre los lugares vividos y sobre lo recordado, que no es más que otra forma de ficción. Se lee bien esta afirmación del hecho de escribir como «una consecuencia radical de la lectura», como una manera de estar en la realidad. Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas son, realmente, los fragmentos de un diario.
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