Vi en el Gran Teatro de Cáceres Insolación, la adaptación teatral de Pedro Víllora, dirigida por Luis Luque, de la novela que doña Emilia Pardo Bazán publicó en 1889 dedicada a José Lázaro Galdiano «en prenda de amistad». Fue el viernes 23 de enero. Resulta fascinante que haya gente de teatro que tenga tal ojo para cumbres de la narrativa del siglo XIX como esta historia amorosa y que logre poner en escena de una manera tan atractiva y notable un texto así. Es muy difícil apreciar en un escenario de teatro todos los matices del texto de Pardo Bazán, tan original en su planteamiento narrativo, tan naturalista en algunos rasgos y tan espiritualista en lo principal. Y a pesar de eso, el montaje de Producciones Faraute es muy sugerente y logra captar la esencia de la novela, cuya estructura respeta —desde la jaqueca hasta el final—, gracias a algunos recursos como una suerte de aparte mudo, meramente gestual, que remeda las acronías de la novela y técnicas casi simultaneístas que parecen querer recordar a las de La Madre Naturaleza, otra cumbre anterior. ¿He escrito Producciones Faraute? Sí. Pues no me esperaba conocer en Cáceres a Celestino Aranda, al productor, a quien tenía que haber conocido junto a Miguel Narros (q. e. p. d.) hace ya unos años aquí mismo, en uno de los cursos de verano sobre teatro clásico que organizábamos por aquellas fechas. Con cordialidad, se lo recordé ese viernes y no supo darme una razón para aquel desencuentro. Aun así, resultó ser un minuto muy agradable. Es lo que tiene esta ciudad, manejable aún, pequeña. Si antes de la función allí estaba a la puerta tan productor, tan experto en teatro como Celestino Aranda; después, en el Mesón Ibérico, pudimos compartir barra con algunos actores de Insolación, con José Manuel Poga, con Pepa Rus. Cañas y unas tapas frías, dada la hora. (Si yo tuviese un bar cerca del Gran Teatro, los días de función abriría la cocina hasta un poquito más tarde para dar algo caliente a las compañías). Me sorprendió María Adánez, a quien nunca había visto en escena, que yo recuerde. Espléndida en el papel de la Asís. Porque solo la conocía de una serie de televisión en la que los buenos actores se contagian —siguiendo el guion— de los malos e interpretan como si fuesen tan malos como ellos. Insolación, sin embargo, es teatro que no se presta a frivolidades; es verdadero. Y una buena propuesta de recuperación de un clásico de nuestra novela del XIX.
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