De siete a ocho y media de la mañana han sido tantas las veces que he escuchado la misma noticia política, el mismo corte de una declaración o repetida una frase mal construida de un jugador de fútbol —hablan más en los medios, de largo, que los escritores— que cuando ya en el coche escucho Hoy empieza todo en Radio 3 respiro y siento estar en un paraíso íntimo y vivaz. Parecida sensación a la de la hora de comer cuando leo el periódico y a la cuarta página, aún en Internacional, empiezo a sentir una ansiedad por la insistencia en lo que ya conozco y el hartazgo luego en Nacional sobre el mismo exabrupto, la misma obviedad o la misma mentira que a las siete de la mañana. Y no son ganas, no; es pasión la que siento por llegar a la página de Opinión, a la viñeta de El Roto, al chiste de Forges, al obituario..., y los viernes a las críticas de cine. Ay. Ayer, en el patio renacentista de la Taberna El Tostado de Ávila, por el reclamo en portada de una noticia sobre Juan Marsé me salté casi todo el periódico, incluyendo Babelia (Muñoz Molina), para releer encantado que el autor de Si te dicen que caí sigue diciendo que sigue exigiéndose y que no se conforma con la frase que escribe. Qué ganas de empezar a leer Noticias felices en aviones de papel (Barcelona, Lumen, 2014). Y qué bien leer que continúa firme en su protesta y hasta el gorro de tanto politicastro corrupto, «algunos con una verborrea excusatoria tan burda como insultante», en una hartura que lleva explícito el nombre de José Antonio Monago —estupendo, por cierto, el artículo de Irene Sánchez Carrón de hoy en Hoy— y de la que ya uno pudo volver a saber en la entrevista con Nuria Azancot en El Cultural el pasado viernes 14 de este mes. Me gusta cuando Marsé descombra la literatura de la actualidad y de lo real pedestre, y reivindica la ficción y el soberano artificio sobre una realidad, eso sí, estricta; pero estrictamente inventada. Pura literatura. Por eso siempre serán mejores las noticias de Marsé que las de los patéticos papanatas de todos los días.
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