«—¡No huyáis, cobardes, que un solo caballero es el que os acomete!», bromeé. Fue decir eso y detenerse uno de ellos. Se dio la vuelta, me miró fiero y se vino hacia mí. Los otros también. Y entre todos fue tal la somanta de leches que me dieron que todavía hoy me duran los dolores de aquella estúpida aventura.
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