viernes, agosto 23, 2013

Rinconete


No recuerdo desde cuándo conozco la revista Rinconete. Es una revista diaria, como un rinconcito —en homenaje también por su título al personaje cervantino— en el que se recogen artículos breves sobre asuntos de lengua, literatura, artes, patrimonio e historia y que comenzó a publicarse en abril de 1998 en las páginas del Centro Virtual Cervantes (CVC). Hasta la fecha ha publicado más de siete mil novecientos textos, que van desde los avisos de concursos o notas de la redacción hasta los artículos propiamente dichos, los más, que son los que hacen de este rincón un sitio ameno y algo provocador, como quieren sus promotores, que evocaron el prólogo que Cervantes puso a sus Novelas ejemplares (1613): «Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables, antes aprovechan que dañan. Sí, que no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse.» Es probable que una de mis primeras visitas la hiciese por leer alguno de los artículos de José Antonio Millán, creador del CVC; pero me convertí en lector frecuente desde que mi amigo Pedro Álvarez de Miranda se sumó en octubre de 2009 («Absolución») a un elenco de colaboradores entre los que hay nombres como Luciano García Lorenzo, Blas Matamoro, José Ramón Ripoll, Luis Alonso Girgado, un Pedro Montecuadrado, que firmó el primer texto («Gracián tenía razón») o Marta Herrero Gil, la autora del libro El paraíso de los escritores ebrios, que hoy mismo publica una primera entrega de «Literatura drogada en español». Pedro Álvarez de Miranda lleva publicados casi cuarenta rinconetes y a mí me parecen todos excelentes. Aprendo con ellos, disfruto de su prosa y admiro su rigor y su amenidad, además de esa escrupulosidad irresistible que él aprendió de sus maestros, los vividos y los leídos. Un ejemplo: «En un par de ocasiones refiere Unamuno que cuando alguien le señalaba que alguna palabra por él empleada no figuraba en el diccionario de la Academia su réplica era: «Ya la pondrán». Pertinentísima reacción, que implica una coda tácita («… y si no la ponen, a mí me trae sin cuidado») y echa por tierra la burda y extendida creencia de que lo que no está en el diccionario sencillamente ‘no existe’», que es de «Biruji (y sus múltiples variantes)», del 15 de marzo de este año, de recomendable lectura, como el último que ha publicado este mismo mes, «De estampida, de estampía (1)», que he leído hoy y que ha propiciado estas líneas.

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