miércoles, mayo 01, 2013

Memoria de J. Julián Barriga


De finales de 2011 son algunas de las elogiosas reseñas de este libro que acabo ahora de leer y de disfrutar. Solvente y cercana la que escribió Álvaro Valverde. Me ha durado mucho la lectura de Calleja del Altozano. Memoria de un lector inexperto (Madrid, Beturia Ediciones, 2011*) del periodista J. Julián Barriga (Santiago del Campo, 1943). Porque he ido degustándola a sorbos, como tantas veces se hace en este libro con otras lecturas. Lo permite, ya que la obra está articulada a trozos fechados como entradas de diario en dos niveles diferenciados tipográficamente: el primero es la anotación de un diario rural en el que hay espléndidas estampas, luminosas descripciones y microrrelatos con personajes reales velados bajo iniciales; y el segundo —con el diacrítico de la cursiva— es el apunte de un lector y de un bibliófilo que, en el mismo escenario, abreva en los libros. Son trozos fechados que no siguen una linealidad cronológica porque se someten al ciclo superior de las estaciones. Así que Primavera, Verano, Otoño e Invierno son las cuatro partes de un volumen que contiene textos que recorren años y van desde julio de 1986 —en la segunda— hasta marzo de 2007 —en la primera. ¿Qué mejor juntura que ese ciclo? ¿Quién mejor que Juan Ramón Jiménez, presente en todos los lemas de cada parte, para aunarlo todo? Calleja del Altozano, que es memoria, pero no de un inexperto lector, sino de avezado lector, es un libro delicioso porque está apegado —y bien— a la vida y a la literatura. A la vida rural y a la literatura universal. Cuánto se echa en falta un índice onomástico que permita localizar mañana con facilidad las referencias a Gerald Durrell (pág. 127), a Petrarca (pág. 181), a Antonio Colinas (pág. 257), a Jovellanos (pág. 64), a Hudson (pág. 272), a Canetti (pág. 59), a Goethe (pág. 202), a Rulfo (pág. 159), a Fray Antonio de Guevara (pág. 251)... A tantos que están en estas páginas en las que J. Julián Barriga presta sus ojos para leer o volver a leer páginas memorables; y, sobre todo, para ver el campo, sus habitantes, sus colores, sus modos de ser. La fusión de vida y lectura está en una anotación de febrero de 2006, que se ha colocado al final del libro: «Los pequeños placeres. Por ejemplo, adormecerse en la huerta/jardín, a la hora de la siesta, con un libro en las manos después de haber desbrozado el arriate en el que crecen los bulbos de primavera». Está en esta dualidad textual de este Calleja del Altozano; pero también en la manera en que J. Julián Barriga mezcla ambos niveles en un mismo texto; como en el que se unen la algarabía de los gorriones y los diarios de Jünger, la evocación de Chéjov o la de un Baroja contemplando desde la huerta el humo que salía de la chimenea. El otro día hablaba con Pureza Canelo de la ruralidad excelsa que puede leerse en la literatura última. Salió el ejemplo de Intemperie, de Jesús Carrasco; y, lógicamente, propuesto por mí, de Oeste, el libro de Pureza. Qué rabia no haberme acordado de sacarle a colación el libro de Barriga, que igual conocía. Lo hago ahora. Y ahora también mando estas líneas a Garrovillas, el escenario de este libro, para María José Mendo, que es la responsable de que yo haya reconocido tan bien los parajes de estas páginas. Un disfrute este libro, que también tiene mucha música...

(*) El colofón de mi ejemplar —regalo de su autor— es de 5 de enero de 2012, aunque la fecha del Depósito Legal es 2011. 2012, sin embargo, figura en cubierta; y 20012, por errata, figura en portada. Quizá lo que yo tengo sea una reimpresión inmediata. Ojalá. Merecería el libro tanto eco.

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