lunes, abril 09, 2012

Lunes de Pascua

© El Norte de Castilla
Lejos de Cáceres y de su fervor cercano, la Semana Santa es distinta. En Valladolid —día y medio— parece que la gente sale a la calle orgullosa de tener ese tesoro de imaginería sacra. En sitios como Cáceres el orgullo nace de la interpretación de algunas cofradías —manera sevillana, dicen algunos detractores—, del recogimiento legendario de otra, o del desvarío nocturno de una madrugada en la que lo que menos hay en los que van y vienen dando voces a las cinco de la mañana es respeto por los que están durmiendo. Allí, en Valladolid, uno convalida toda la vida pública sacra y penitencial que le quede. Por poner un ejemplo, el viernes salieron en la General casi treinta y dos pasos. No todos; por culpa de la lluvia, que, al menos, respetó a casi todas las cofradías. Las vimos desfilar en tres sitios distintos y distantes. Mucho frío. Y el sábado fue lo mejor; la mejor expresión del museo en la calle que parece emblema de la Semana Santa de Valladolid. El Cristo Yacente de Gregorio Fernández, trasladado hasta la iglesia-museo de San Joaquín y Santa Ana. Un prodigio de talla de un cuerpo desnudo protegido por un diminuto paño de pureza. Una interpretación en el siglo XVII de la imagen de Cristo que hoy no tolerarían los advenedizos adalides del pensamiento católico ultramontano. Puro teatro; del bueno. Representación callejera de general fascinación. Como en Cáceres; pero de otra escuela, otra compañía.

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