miércoles, noviembre 30, 2011

Rocío Cerón

He leído a la poeta mexicana Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) gracias a José María Cumbreño. De eso se trata. El amigo Chema anda empeñado en difundir por aquí la obra de poetas de otros ámbitos. Lo ha hecho siempre que ha podido con un entusiasmo que no decae; al contrario. Tras su labor en Littera Libros, se ha embarcado en el proyecto de las Ediciones Liliputienses, en cuya Biblioteca de Gulliver, en tiradas reducidas —pero ampliables bajo demanda bendita sea— han salido ya cuatro números: del chiapaneco profesor de Filología Clásica en Salamanca Luis Arturo Guichard, del jiennense Manuel del Barrio, de la mexicana Rocío Cerón, que es del que doy cuenta aquí, y el más reciente del uruguayo Emilio J. Lafferranderie, que aún no he visto; pero que me consta que ya ha salido. Rocío Cerón tiene ya una obra nutrida, e incluso la ha reunido en una recopilación titulada Gramática del nudo. Poesía 2000-2010, creo que editada este mismo año en Costa Rica. Por eso, el rasgo antológico de esta biblioteca, que ofrece muestras de obra publicada, seleccionada por sus autores, es en este caso muy efectivo. Bajo el título de El ocre de la tierra los lectores que, como yo, no conocían a Rocío Cerón, tienen un puñado escogido de textos que recorren cinco estaciones de la trayectoria de la autora: Basalto, Soma, Apuntes para sobrevivir al aire, Imperio y Tiento, que se corresponden con cinco entregas poéticas en diez años de escritura (y once de vida), de 2000 a 2010 (y 2011). Hay tal dominio instintivo del ritmo del poema (en prosa) en esta escritora y tal riqueza verbal y variedad de intenciones que van desde lo íntimo hasta la América madre, padre, gritada, casi, en el último poema, que se cumple con El ocre de la tierra el fin principal no declarado de la colección: incitar a la lectura de todo lo que falta.

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