lunes, noviembre 28, 2011

Berta Vias, Premio Dulce Chacón

El pasado viernes tuve la agradable experiencia de participar en el fallo de la octava edición del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española. No es solo un premio para mí estimado por convocarse en Zafra, por llevar el nombre de la paisana, por haber estado implicados desde hace años en él amigos como Luciano Feria o Mª Carmen Rodríguez del Río, sus valedores; sino porque se trata de un premio que se concede a una obra publicada el año anterior tras una selección de diez obras a cargo de un grupo de críticos nacionales y con un jurado que elige una entre un puñado de —al menos, este año— cinco de las diez. Impecable. Este año —mi primera vez— se ha elegido una espléndida novela: Venían a buscarlo a él, de Berta Vias Mahou (Madrid, 1961), publicada en Barcelona por Acantilado. Me cautivó, por encima del resto; y tengo muchos argumentos que exponer aquí, pero no caben. Mencionaré el primero, poco consistente pero personalmente determinante. El punto de partida —aunque realmente es un punto de llegada— de la novela es un libro excepcional como El primer hombre, de Albert Camus, el Premio Nobel de Literatura que perdió la vida en un absurdo accidente de coche junto a su amigo y editor Michel Gallimard, no lejos de Sens, cerca de Petit-Villeblevin. En realidad es este hecho, el accidente, de cuya causa se dice en el apéndice que no ha sido aclarada hasta hoy, el móvil del relato. Pero me gusta mucho que esté presente el manuscrito inacabado hallado entre los restos del siniestro de esa obra mayor, El primer hombre, a la que en la novela de Berta Vias se homenajea de una manera brillante. Es sobresaliente la forma de segmentar lo narrado en capítulos con títulos tan bien puestos que bien valdrían todos para todo el conjunto, que adopta, precisamente, el del último segmento: Venían a buscarlo a él. Es una novela precisa, por esto, por su estructura. Lo es también por cómo maneja el relato de sus acciones, cómo, por ejemplo, vincula una acción con otra a través de elementos insignificantes como el loro, mascota de Antoine, el hijo de su madre. Excepcional. Y es una novela que parte de una devoción literaria, íntima como todas; pero que deviene en una lectura de lo público y de la sociedad en nuestra historia que a mí me ha resultado sugerente y entretenida. Un premio bien dado.

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