sábado, marzo 15, 2025

Hueso en astilla

La estructura visible de un libro de poemas no lo hace mejor que aquellos que consisten en una gavilla de unos textos en orden cronológico de escritura; pero lo hace libro, y su construcción es un significante que me gusta analizar y que valoro especialmente. Hueso en astilla (Barcelona, Tusquets Editores, 2024), de Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955) atiende al primer caso, el de una notable disposición orgánica de un libro de poemas. Está construido en cinco secciones de un número variable de textos: «El día blanco», «Labdácidas», «Décima luz», «Tinta y pinceles», dividida en dos secuencias, y «Semillas en lo oscuro». La composición de cada una de estas partes es tan precisable que ni siquiera el índice recoge con exactitud los textos que las conforman, pues no detalla que hay poemas que se dividen en dos o tres estancias, ni que hay series de varios monósticos que no están listados sumariamente. De modo que solo la tercera sección, «Décima luz», de diez décimas, se corresponde con el cómputo que establece el sumario, que da como total noventa y un textos. Dicho quede como indicativo de la pensada organización de esta obra. Se aprecia igualmente en cómo están dispuestos en las páginas los poemas que la componen, pues el criterio de la colección de dejar blanca la página par si no es continuación de texto, no se cumple en las dos secciones finales, en las que los títulos como marcas desaparecen en muchos casos y las unidades textuales, en ocasiones hasta el mínimo mencionado del monóstico, se suceden en una sugerente malla. Un entramado que yo veo igualmente en el conjunto de las cinco partes, un global que se abre y se cierra con variaciones sobre el hecho creativo o una especie de viaje a la semilla como vertebrador semántico de todo. Así es la obertura  —matizo un valor musical muy presente— de «El día blanco», que, desde el sustrato de su primer poema —«Subnivium»—, cifra en el silencio, en lo quieto o en lo blanco una poética muy evidente en la escritura de Alfonso Alegre, sugerida en diversos referentes —literarios, cinematográficos, de la naturaleza...— que aparecen en esta parte del libro, en la que se tiende a la concentración expresiva, a veces al juego caligrámico («Retorno», pág. 75), y patentizada en la segunda con casi divisas como «Cada palabra es una huella de lo que una vez estuvo» (pág. 83), que me trae de inmediato «el residuo que sólo nos deja lo que ha sido llama» de José Ángel Valente. Así es también en la unidad de significado que se tiende entre el principio y el final, en donde las palabras, que son «como semillas en lo oscuro» (pág. 179), vuelven a la misma idea: «Hablamos para hacer sensible la inteligibilidad del silencio» (pág. 180). Otro registro o variante de esta indagación en los sentidos de la creación —y otro valor, otro aliciente— está en la propuesta de mirada hacia la tradición literaria, que corona la obra en el título que rescata el verso de un soneto de Francisco de Aldana («Hueso en astilla, en él carne molida») y que se incluye en un tramo bajo el de «Labdácidas», alusivo a la estirpe del ciclo de Tebas y el destino trágico, el de las pérdidas (Ángel Campos Pámpano, Manuel Hermínio Monteiro, el in memoriam de E. H....; a las que Alfonso Alegre tendrá que sumar la de Andrés Sánchez Robayna, su amigo, que ha impactado funestamente sobre el término de esta nota), y el del final del poeta en la batalla de Alcazarquivir. Me cautiva el eco de Aldana en una obra de esta hondura y me ha recordado la recreación que hizo hace ya años Gonzalo Hidalgo Bayal en El cerco oblicuo (1993), con los versos de la Epístola a Arias Montano —muy presente también en su brillante intensidad en el poeta barcelonés—: «Montano, cuyo nombre es la primera / estrellada señal por do camina / el sol el cerco oblicuo de la esfera». En el libro de Alegre, ese tramo contiene el mayor número de poemas en prosa como propuesta de expresión de un tanteo con las tradiciones poéticas, que funcionan como espejos de confirmación de una noción de la poesía o de la creación en general en tanto que búsqueda de una expresión que sea en sí misma la realidad expresada. La evocación del clásico —y del destino trágico— como actitud ante el hecho literario se complementa en el libro con la voluntad formal de adecuar los contenidos a formas prefijadas como la sección mencionada, enteramente compuesta en décimas, o como el soneto, que cierra («El sueño de Jacob») toda la obra... Hay otro soneto en la cuarta sección, como hay otro Jacob, más vertical, en la sección cuarta, por mencionar los muchos trenzados del libro. En fin, me satisface dejar constancia de una de mis más provechosas lecturas de poesía del final del pasado año, que he podido retomar ahora, para ahondar en este Hueso en astilla que celebro como otro regalo, después de El camino del alba (2017), del catálogo de los «Nuevos textos sagrados» de Tusquets.

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