El paseo de ayer sábado me pareció distinto; más completo y saludable después de haber estado en la presentación de briznas de quien (Madrid, Sial Pigmalión, 2024), de Emilia Oliva (Malpartida de Plasencia, 1957). Allí, sentado en el salón de actos de la Biblioteca Pública «María Brey-Antonio Rodríguez-Moñino», escuché y leí el penúltimo poema del libro, que resultó un eco muy grato de la rutina de la mañana; como el recuerdo, sin molestias y en verso, de un ejercicio físico realizado en un lugar que en el texto «es extenso paraíso de verdor / con surtidores / con pilas de agua / que corre / escalonada / en cascadas / hasta el estanque / de la alameda», pág. 65). El poema se titula muy significadamente «no todo son ruinas», así, en minúscula y con ese primer verso en negrita como diacrítico, de ese modo que ya está en otros libros de Oliva como Quien habita el fondo (Celya, 2011) o Cifras de una fracción periódica (De la luna libros, 2013) y que tiene un precedente de similar intención en la poesía de Olvido García Valdés, en la que los poemas no inician nada, sino que sugieren la continuidad de un discurso, un continuo que en briznas de quien subrayan otras recurrencias del libro, como el omnipresente quien como sujeto poético, como la medida del tiempo en cuarenta jornadas (pág. 56) o estaciones (pág. 67), o como las repeticiones («a ras de suelo», págs. 28 y 61); y que, además, refuerza la idea de circularidad de la que habla José Luis Bernal en su prólogo sumario de la autora y esclarecedor del libro («Una urdimbre poética de briznas», págs. 9-16). Ayer Emilia Oliva hizo más visibles —ella escribe unas «Notas sobre la gestación» que van al final (págs. 69-70)— la motivación y circunstancias de sus poemas —precedidos por uno proemial que es toda una poética: «escribir contra / con voz de quien» […]—: la necesidad («cuida la salud del cuerpo», pág. 43) de su caminar como prescripción, la posología («por cuarenta estaciones en círculos», pág. 67), los lugares del recorrido —entre ellos, ese Parque del Príncipe que comparto también ahora como lector—, y las circunstancias de los incendios periurbanos cacereños y del post-confinamiento de 2020. Pero la verdadera clave está en la esencialidad del lenguaje, el «despojamiento expresivo radical» (dice Bernal, pág. 14), en el cómo dicen las palabras que construyen una realidad nueva en la página, en la línea de otras entregas de Emilia Oliva, y que se configura como un espacio de representación en el que los blancos y sangrados constantes, los paralelismos o las repeticiones reemplazan a todo signo de puntuación, ausente salvo en algunos casos de enumeraciones («latas, toallitas, vidrios,» […] pág. 24; «¿bola, semilla, insecto?», pág. 54), que, en mi opinión, deberían eliminarse, por coherencia de forma con un artificio muy pertinente. En fin, ha sido curiosa esta manera de congeniar con un libro de poemas. Un paseo muy placentero.
domingo, febrero 25, 2024
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1 comentario:
Agradecidísima por la escucha atenta, la lectura y este eco en tu blog.
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