lunes, mayo 04, 2020

Diario de estos días (LIII)

«Dicho así, de repente, puede parecer raro, fantástico» (Gonzalo Torrente Ballester)

Lunes, 4. Fase 0. Vuelvo sobre anotaciones hechas en la fase dura. El miércoles 22 de abril recordé apenado en estos apuntes al periodista José María Calleja, al que, por cierto, el sábado de esa semana Antonio Muñoz Molina dedicó con mucho sentimiento su columna «Ida y vuelta» en Babelia, con una espléndida fotografía de Bernardo Pérez. Esa mañana fue cuando recibí la grabación de un programa de radio de un instituto de Mérida al que envié un saludo a petición de mi amiga P.; y me sentí —y me sentó— muy bien. Pero no conté lo que ocurrió horas antes. Quizá por pudor o por miedo a que alguien pensase en que estoy perdiendo la cabeza. Ahora creo que no es mal argumento el de perder la cabeza y por eso diré que aquella pasada madrugada mis zapatillas me dieron pie para este apunte. De la palabra simetría hay una definición global y dos específicas. La primera la explica como la correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo; que es la que, adaptada, se aplica al campo de la geometría que tiene en cuenta esa correspondencia en la disposición regular de un cuerpo o figura con relación a un centro, un eje o un plano. Ese cuerpo, de una planta o un animal, cuyas partes u órganos están dispuestos ordenadamente si hablamos de biología. Dos órganos vivos perfectamente equilibrados y alineados eran mis zapatillas, dos barcazas azules y simétricas para llevarme al baño. Cuando volví a la cama el reloj marcaba las 05:50, una hora capicúa que me daba tregua hasta las siete y media, e intenté dejar las chinelas —nunca uso esta palabra— en la misma posición en la que estaban, como si fuese una consigna u orden que luego seguí en la colocación armónica del bote de gel, del frasco de la colonia, de la barrita de desodorante o del espray de la espuma de afeitar. Pero todo se desbarata si uno pierde la concentración. Y así fue. No sé cómo pudo ocurrir. Me había puesto unos calcetines visiblemente desparejados. Y para colmo, la lectura continuada de unos modelos que tuvimos que cumplimentar con los nuevos criterios de evaluación ante la situación presente me hicieron bailar con los adjetivos «síncronas» y «asíncronas» aplicados a las clases y tutorías. Parece ser que yo las hago síncronas y asíncronas. Confío en que esto no sea crónico. 

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