He tenido la suerte de ver crecer este libro. Durante meses, he compartido con su autora, antes del diario despacho matutino sobre alguna miseria burocrática, buena parte de la fascinación por una religiosa renana como la abadesa Hildegard von Bingen (siglo XII) y sus trances o por la escritura marciana de una vidente suiza, Hélène Smith (1861-1929), a la que ha dedicado esta obra brillante, como todo lo que ha escrito Carmen Galán Rodríguez: Glosolalias femeninas e invención de lenguas. Córdoba, UCOPress. Editorial Universidad de Córdoba, 2018. También, entre la elaboración del orden del día de una reunión, la modificación del plan docente o un pedido de folios para el departamento, me contó que iba a presentarse al XXII Premio Leonor de Guzmán que convoca la Cátedra de Estudios de las Mujeres y financia la Delegación de Igualdad de la Diputación de Córdoba. Y lo ganó. Y no porque diga en sus primeras páginas que la historia de la invención de lenguas se haya escrito en masculino y reivindique la legitimación del espacio propio en femenino de aquellas que inventaron sus lenguas, no. Ha merecido el premio porque el libro está bien escrito y ofrece una investigación curiosísima y muy bien fundamentada. Explica la glosolalia o hablar en lenguas en su evolución histórica y por sus carencias e interpretaciones como patología o desorden psíquico para regenerarla con el neologismo de autoglosia bien creativa. Toda una lección. Carmen Galán se fija en un tratado del profesor de psicología Théodore Flournoy publicado en 1900 sobre las experiencias de una iletrada H. Smith para reivindicar su extraordinaria habilidad lingüística frente a los observadores masculinos que consideraron su capacidad como un trastorno psicótico. El relato sobre las autoglosias astrales de la vidente Smith y su producción marciana a partir de febrero de 1896 es asombroso, por la cantidad de ejemplos sobre esta manera de creación, y se prolonga en la escritura ultramarciana en 1900 y en el análisis de un nuevo ciclo referido al planeta Urano. Uno tiene que pararse un poco y pensar en que realmente está ante un estudio riguroso y sobre textos verificables, de tan chocante que puede resultar leer cómo esta mujer tomaba un lápiz y, en estado de trance, escribía extraños caracteres que —sostiene la autora de este luminoso ensayo— conforman una autoglosia consciente en unas mujeres protagonistas cuyas lenguas son «el espejo lingüístico que devuelve reflejado el efecto de sus deseos, un espacio propio de enunciación en cuyos límites se legitiman sus voces» (pág. 111). Extraordinario.
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