domingo, noviembre 25, 2018

Ángel

Instituto Español de Lisboa, febrero de 2008
Muy temprano esta mañana he bajado al kiosco a recoger la prensa. G. siempre bromea conmigo cuando me la da. Hoy que las elecciones en la UEX del próximo martes vienen en la portada de El Periódico Extremadura, me ha preguntado que cuándo me presento yo a rector. No sabía G. que, dentro, en la página 63, a toda plana, el titular «Diez años sin Ángel» me concernía tanto como para teñirme este domingo lluvioso y gris de noviembre con una inevitable melancolía. La periodista Rocío Sánchez Rodríguez ha dedicado una página a Ángel Campos Pámpano, en una evocación bien hecha que le agradezco, también por tenerme en cuenta después de nuestra conversación del pasado martes. Hoy será un día de recuerdos. Ya he leído a Álvaro Valverde en su blog, y en facebook a Elías Moro y a Carlos Medrano, y ya anoche recibí la prometida acción poética de mi cuñada Eva y de Josemari leyendo los poemas «Rossio» y «Concerto no Carmo», de La ciudad blanca (1988), en esos dos lugares —plaza y convento— de Lisboa. Hace un par de horas me escribía Tomás Sánchez Santiago unas líneas llenas de «fe en las palabras y en la amistad» en las que lo recordaba. El viernes 23 estuvo en casa Ángela Campos Fernández, la hija menor de Ángel. Me gustó compartir con ella este espacio en el que está tan presente su padre, de una manera o de otra. Por ejemplo, acababa de recibir un ejemplar de la edición de los Ortónimos 1902-1913 de Pessoa que ha publicado Abada Editores con prólogo de Miguel Casado en edición bilingüe de Juan Barja, y se la enseñé. Desde aquí nos fuimos a San Vicente de Alcántara, el pueblo en el que nació el 10 de mayo de 1957 Ángel Campos Pámpano, para asistir al homenaje que todos los años desde hace diez su amigo José Juan Cuño y la Asociación Cultural Vicente Rollano organizan en su memoria. Desde hace tres, creo, se reúne un grupo de amigos, familiares y vecinos en la casa de su madre, Paula Pámpano, fallecida en abril de 2001 y a quien Ángel dedicó La semilla en la nieve (2004), y allí acudimos para leer textos del amigo o de otros autores en una velada realmente emotiva. Volví a casa, como siempre, muy de noche, y en esta ocasión inquieto y alerta ante la falsa inminencia de un peligro que cuando pasa se transforma en un presagio funesto también ficticio. Quizá fue una manera de estimular el pensamiento de la muerte con el peso y el paso de los diez años desde la de mi amigo Ángel, a quien he vuelto a leer esta mañana. Y a tantos otros por culpa de una obra tan intertextual como Siquiera este refugio (1993). En la dedicatoria de ese libro que me escribió en enero de 1994 me aludió con tres adjetivos: «empedernido», «impertinente» y «entrañable». Los dos primeros calificaban a «lector» y el último a «amigo». Son dos de las cualidades que más estimo entre las que gracias a Ángel me hice menos incapaz, menos torpe; son dos atributos que todos los días espero merecer. Lector y amigo.

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