Hace más de siete meses que experimenté de manera más especial esa sensación de retomar la posesión de un mundo como el de la infancia y la juventud, sobriamente, sin épica alguna, con una pizca de melancolía. Ayer y hoy he vuelto a encontrar un entorno amable, acogido en el interior de una casa casi propia y recibido en un exterior que te ofrece gratas novedades. Ayer volví a la Plaza Grande y a la Plaza Chica, anegadas —esto no es tan grato— por un mar de terrazas de los bares que les dan vida y ambiente nocturnos. Esta mañana he recorrido con mis hermanos el parque de mis tardes y noches de adolescente y he descubierto el Rincón de Ajedrez «Ruy López», que tanto dice de las buenas iniciativas de personas que creen en los valores de la educación. No sé si el grande Leontxo García sabrá de esto. Seguro que sí, y estoy convencido de que se habrá alegrado de que exista en una ciudad extremeña como Zafra un espacio público así. Como hay que alegrarse de que exista otro espacio admirable que, en este caso, he revisitado. Es el Museo Santa Clara de Zafra. Sigue sorprendiéndome encontrar un espacio expositivo así, más esperable en una gran capital, tan bien planteado y en un continente tan singular: «El Museo ocupa una parte sustancial de la clausura monástica: la iglesia y sacristía conventuales, la enfermería nueva y una serie de espacios de tránsito que permiten dar a conocer la grada, una celda y el claustro: espacios todos, construidos entre los siglos XV y XVII, sin los que el visitante difícilmente podría hacerse una idea de lo que es un convento desde el punto de vista material», se lee en la página web del museo, de recomendable lectura. Me impresiona y me emociona pensar en que podría llevar a Zafra a mis más cercanas amistades y faltarme días en un fin de semana tan corto como el mío para mostrarles sus lugares de interés.
domingo, julio 15, 2018
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