A Honorio Blasco debo gran parte de la literatura sobre bares y tabernas que conozco. Yo había leído la «Revista de bares (o apuntes para una prehistoria de la difunta gauche divine)» que escribió Gil de Biedma en 1966 y que luego incluyó en sus ensayos completos El pie de la letra. Poco más. Alguna referencia en Gómez de la Serna. Tengo el libro de José-Carlos Mainer La corona hecha trizas (1930-1960). Una literatura en crisis (Barcelona, Editorial Crítica, 2008), que recoge su ensayo «Literatura y coctelería», ya publicado en otro volumen colectivo tres años antes. Lo cita en su prólogo («Trago corto») Honorio Blasco, culpable de que yo tenga este libro de Ginés Pérez Navarro, Impresiones de un barman (Palma de Mallorca, Ifeelbook Editors, 2015). Lo he disfrutado como si fuese un cliente de un bar como el Belvedere, el que regenta el autor del libro en Barcelona, con un sorbo cada día, como un cliente habitual. Se diría que Ginés Pérez Navarro ha escrito con maneras de barman, como si tuviese en las manos un vaso mezclador, y hubiese echado su poco de memorias, su poco de ensayo histórico, de crónica de bares de la Barcelona de los últimos cuarenta años, su pizca de recetario —el libro se cierra con «Siete cócteles capitales»—, e incluso su poquito de manual de autoayuda con observaciones sobre la elaboración del cóctel. Los dos ingredientes principales de estas Impresiones son experiencia y sabiduría. O, en otro orden, ciencia y práctica. Además, agrada cómo se cuenta, cómo está escrito. Con voluntad de agradar al lector y sin pretensiones literarias; pero con el decoro literario de alguien «de una generación que empezaba el aprendizaje en edad muy temprana y desde muy abajo, sin manuales ni reglas escritas donde estudiar las materias que, supuestamente, eran necesarias para la formación. Finalmente, el manejo de la escoba, del recogedor y la bayeta del polvo eran algunas de las asignaturas que revalidaban tu aprendizaje, quienes te daban la oportunidad para ascender de categoría profesional. El bien hacer con tales utensilios era la primera lección de una carrera inacabable […]» (págs. 23-24). Aparte de lo aprendido con este libro, complace mucho leer evidencias como las que Ginés cuenta en el capítulo «El escenario y los actores», en donde habla del barman o copero, de los locales y de los clientes; quiero decir que pone negro sobre blanco a su modo lo que conoce todo el que frecuenta esos espacios de sociabilidad, como algunos dicen ahora. Complace, pues, que sea un relato amable del día en un bar. Imagino la satisfacción de clientes del Belvedere y amigos de Ginés Pérez Navarro como Honorio Blasco y el artista barcelonés Carlos Pazos, que escribe un segundo prólogo («A modo de aperitivo»), pues yo mismo tengo el gusto de leer desde un lado privilegiado del mostrador —como decía mi abuela— en el recuerdo de una visita —de la mano de Honorio— que hicimos C. y yo hace... ¡Uff! Fue en 2003, en febrero. Cuando aquella manifestación contra la Guerra de Irak que congregó a más de un millón de ciudadanos. Estuvimos en el Belvedere una noche que vimos a Enric Arredondo, aquel actor que falleció unos años después y que hizo de jefe en una serie de periodistas. Eso creo yo, según mis notas. En fin, que he disfrutado del libro de Ginés Pérez Navarro.
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