jueves, julio 26, 2012

Notas de un viaje (II)


© CMD
El sábado 21 fue el tercer amanecer fastuoso en Torla. La vista desde la cama era el monte, espeso y verde, imponente, sin cielo, de tan alto. Hasta la tarde, en Aínsa —en la foto—, no compramos el periódico. Y en el periódico —además— otra de las espléndidas "Relaciones imposibles" —una serie de verano— de Juan José Millás; esta vez sobre Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez bajo el título de "Por qué no se casan". Sostiene Millás que estos dos secretarios generales de los dos principales sindicatos de España se quieren, y salta a la vista; que van juntos a todos sitios, a las manis, a las ruedas de prensa, a los funerales..., y que "si un día, por casualidad, entrevistan solo a uno de ellos en la radio o en Antena 3, nos preocupamos por el otro. ¿Estará enfermo? ¿Le habrá ocurrido una desgracia?" Genial. Me recordó lo del chiste del pastor con sus ovejas y la pareja de la Guardia Civil. Esa pareja de la Benemérita que un día sí y otro también reconvenía a un pastor por tener sus ovejas en medio de la carretera y fuera del cercado. —Aquí, jefe, sus ovejas no pueden estar. Se las lleve inmediatamente. Parece que decían los dos números de la Guardia Civil que un día tras otro advertían a aquel pastor adusto pero cándido, ceñudo y sin malicia, que cada día, sin pronunciar palabra, recogía su ganado en el aprisco. Hasta que una mañana, con las ovejas otra vez fuera de su sitio y la carretera invadida, volvió la Guardia Civil a reconvenir al pastor. Pero ese día iba solo uno de los dos números, uno solo de la pareja. —Jefe, que las ovejas no pueden estar aquí; que cuántas veces tenemos que decírselo. Y ante el silencio del pastor, que nuevamente se disponía a reconducir su ganado, el guardia le preguntó alterado: — ¿Pero es que no va a decir nada? A lo que el pastor respondió con mirada merina: —¿Y tu hermano? ¿Dónde está tu hermano?

1 comentario:

Carlos Medrano dijo...

Al final, la escapada a la montaña comenzada con la seducción de la primera entrada resulta invadida por la necesidad del conectarse al ruido de la vida diaria previa: la prensa, el repaso de sus noticias consabidas o rutinarias, y seguramente la conexión al móvil, los WhatsApps, el Facebook, el ordenador... y las sensaciones de la naturaleza y su momento de vida con otras coordenadas se diluye como en el chiste sobre la supuesta mirada merina de un pastor...

¿Y qué pasaría si estuvieramos unos días al año en un lugar apartado, en pequeños grupos y desconectados al máximo de todas estas rutinas electrónicas que enchufamos desde que despertamos, y nos quedaramos apenas con unos pocos buenos libros, unos discos selectos, unos cuadernos para escribir y el tiempo por delante de la tarde y la noche para la conversación?

No se si hay un vértigo a volver al silencio, a la parsimonia de lo que se hace despacio por la abundancia del tiempo que no agobia y otras serie de valores que nada tiene que ver con mucho de lo que artificialmente hemos creado y nos esclaviza o presiona en un trabajo que no nos convence ni procura salud. Al menos, nuestro transcurrir diario es cuestionable y pese al mito del adelanto tecnológico y ciudadano no nos ayuda.

Más que alabanza de aldea, creo que uno de los errores de nuestra vida actual es la separación que tenemos respecto a la naturaleza, convertida en postal o en materia explotable, en lugar de un espacio para encontrar, comprender y cuidar lo que necesitamos. Somos la especie que más se ha rebelado contra su ecosistema para demostrarse a sí misma la inutilidad de su destrucción. Cultura sería a partir de ahora empezar a desandar lo andado.