He traído estas fotos —tengo más y mejores— de la Catedral de Burgos para Carmen, que no la había visto limpia. No han terminado la limpieza, pero el martes por la mañana estaba así. Quizá no se aprecie bien; no sólo por las posibilidades de mi cámara, sino por la luz escasa de un mediodía encapotado, amenazante de lluvia. Veinte horas después dejaba que se alejase esa luz difusa y húmeda a través de la luna trasera de mi coche, camino de Madrid.
Sí, si subí por Valladolid, bajé por Madrid. O lo que es lo mismo: Zi zubí por Valladoliz bajé por Madriz. (Esto, sin duda, necesitará de una nota al pie —ya la preciza para los no avisados— dentro de cien años).
Madrid, lluvioso también. Pasé por la Nacional, la Biblioteca. He renovado mi carnet. ¡Qué maravilla! Todo estupendo. Me hicieron una foto con una webcam y al poco rato ya tenía mi tarjeta —de INVESTIGADOR— remozada. Charlé un rato con el sabio Julián en la parte restringida de la Sala Cervantes, después de haberme asomado a la zona de lectura de esa misma sala sin ver a nadie sospechoso de robar nada. Claro que, antes, en el acceso de todo, el personal de seguridad me examinó de arriba abajo. El pobre se quedó algo estupefacto al hojear mi cuaderno en busca de papeles sueltos. No los encontró, pero sí que se topó con una entrada para acceder a la fortaleza de Sagres, la tarjeta de la cervejaria ‘Dois Irmãos’ de Lagos, un resguardo del AVE de Madrid a Zaragoza y de Huesca a Madrid, amén de una entrada para ver El curioso impertinente en el Gran Teatro de Cáceres, otra para ver las exposiciones del MUSAC de León, y, lo más inquietante, en lo que se detuvo un buen rato, un recorte pegado —como todos los papeles citados— de un periódico, El País, del martes 10 de abril de este año con una carta al director de mi amigo Pedro Álvarez de Miranda, un asiduo de la Biblioteca Nacional. Eso no lo sabía el encargado de controlar todo lo que yo metía en la Biblioteca. De saberlo...; quién sabe. Estuvimos un rato el encargado de esa seguridad y yo hablando sobre el recorte de prensa pegado en mi cuaderno. Fue un diálogo extraño, casi monosilábico, que, al cabo, resultó favorable a mi cuaderno, que entró conmigo. A la salida, al presentar mi flamante carnet, el mismo guardia de seguridad volvió a hojear a conciencia —a exigencia— mi cuaderno, elevó el mentón para mirarme y me sonrió, dándome la venia. La mueca, yo sabía, era más para mi cuaderno que para mí. Lo reconozco, al bajar por la escalinata principal y señorial, di una palmada a mi cuaderno en señal de afecto. Me sentí mal de inmediato, pues parecía que habíamos robado algo.
He llegado a casa a las cinco y media de la tarde y Carmen no ha disfrutado de la limpieza de la Catedral de Burgos.
jueves, octubre 25, 2007
Burgos
Publicado por Miguel A. Lama en jueves, octubre 25, 2007
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5 comentarios:
La última vez que la vi (a la catedral de Burgos; no a la Biblioteca Nacional) estaba negra. Negra de verdad, por una de sus caras. Allí (en Burgos; no en la Catedral) me tomé el mejor café de mi vida. Los Arcos, creo que se llamaba el sitio (fue hace trece años: bastante que recuerdo la taza, la compañía y el sabor del café).
Lo que me pregunto es cómo puedes llevar tantas cosas en el cuaderno. Unas entradas... ¿no estarían mejor en una cartera, un billetero, sin peligro de perderse? (Quizá eran entradas usadas, me digo ahora). Mucha seguridad para entrar, vale.
Lo que me pregunto es... ¿Hay al menos un par de vigilantes en cada sala?
La Catedral de Burgos está cambiando. La Biblioteca Nacional ya cambió para los usuarios, y ahora lo más notorio es lo de la seguridad. Lástima que la Nacional salga en los papeles sólo por esto.
No, no hay al menos un par de vigilantes en cada sala. Y espero que no los pongan. Ni que fuera la BN una cámara de seguridad de un banco.
En mis cuadernos no llevo nada de eso; son pequeños recuerdos reales pegados en sus hojas, como una entrada, una tarjeta de visita, un recorte de periódico... La misma extrañeza fue la del guardia de seguridad de la BN, cuando vio tantas cosas pegadas ahí.
Mi cuaderno y yo podemos contarlo.
¿No te llamo Isabel Boega?
jm
Josemari, no. No me llamó Isabel. Pasé a verla a la Sala Goya de la Nacional, pero me dijeron que tenía turno de tarde.
Espero que vuelvas antes de que terminen de limpiar la Catedral, que yo esté mejor del estómago y que nos comamos un buen cuarto de cordero entre los dos. Fue un placer tenerte entre nosotros.
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