miércoles, septiembre 19, 2007

La BVPB

El otro día conversaba con una colega sobre actitudes y modos en la enseñanza de la literatura, y, en concreto, sobre los usos y abusos de internet por parte de los estudiantes —y de los profesores, añado. Me decía, entre otras muchas cosas sabias que siempre tengo a gala compartir y aplicar en mis clases, que están acostumbrándose —estamos acostumbrándonos, añado— a no visitar las bibliotecas ni las hemerotecas, a que todo —parte de todo— puedan bajarlo de la red, y que llegará el momento en que no sabrán qué es una biblioteca.
Días después de aquella conversación y vuelto a la tarea cotidiana de buscar información en la biblioteca, entre papeles y libros que huelen, y en la red, utilísima e inodora, no estoy con mi dilecta colega en aquello que decía. Y apuesto por un estudiante de filología que, sin perder el contacto con las bibliotecas —algo, por el momento, imposible según a qué altura de su formación—, saque todo el partido —y qué maravilla, y qué bien si nosotros, cuando hacíamos nuestras tesis, hubiésemos tenido esa posibilidad— a consultar desde la silla de su estudio en casa las 675 páginas de las Definiciones de la Orden de Calatrava elaboradas por Jerónimo de Mascareñas y otros, y publicadas en 1661. Sin pisar la biblioteca. Porque no es lo mismo trabajar sobre bibliografía material, para lo que es inexcusable tocar el libro, que buscar casos de oraciones de relativo en el Persiles.
Saludo, pues, la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, un proyecto del Ministerio de Cultura y las Comunidades Autónomas para la difusión mediante facsímiles digitales de colecciones de manuscritos y libros impresos antiguos, y que incluye, por el momento, más de doscientas cincuenta mil páginas de casi mil títulos conservados en las Bibliotecas Públicas del Estado. Sin salir de casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Miguel: ya estan estudiando que las páginas de Internet huelan.
Tono desde Sesimbra

UnaExcusa dijo...

Estoy en Pontevedra. Hay una librería, y perdonen la publicidad, que se llama Michelena. Una maravilla de no sé cuántos mil libros, con unos dependientes que se los conocen todos, saben dónde están, los colocan por temática o por editorial (he visto, que no los había visto antes, los de Periférica bien puestecitos uno detrás de otro) y en la que te puedes sentar a leer. Y a hablar. Pontevedra es preciosa, pero la Michelena es, sin duda, la mejor razón para visitarla. Con una buena dosis de billetes, añado.

Internet es maravilloso, por supuesto. Y ofrece la posibilidad de no salir de casa y no gastarte una pasta en billetes de tren, bus o avión para ir a esa biblioteca a buscar ese dato perdido.

Hablan de la desaparición del formato papel en libro, o de la desaparición de las bibliotecas. Y de las librerías que cierran porque nadie lee. Y bueno: puede que se transforme en un acto de resistencia. No lo sé. Sólo sé que no lo veré: que no creo que vayan a volatilizarse en... en al menos cien años por lo menos.

Y supongo que el inicio del curso ha sido más duro de lo que pensaba... (¿Has visto qué manera más sutil y bonita tengo de pedirte que actualices?).