viernes, septiembre 02, 2005

Juan Goytisolo

El próximo 6 de septiembre, en Cáceres, Juan Goytisolo (Barcelona, 1931), recogerá el Premio Extremadura a la Creación a la mejor trayectoria de escritor iberoamericano, que un jurado presidido por José Saramago le concedió el pasado junio. En las ediciones anteriores, recibieron el premio Eugénio de Andrade, Ernesto Sábato, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Marsé.
La última novela de Juan Goytisolo es Telón de boca (Barcelona, El Aleph Editores, 2003), y comienza con la no-imagen de un personaje insomne. Un personaje insomne y desamparado en una novela espléndida, de senectute, escrita con la lucidez que quepa aplicar a la voluntad de escrutar la noción de la propia inexistencia. Qué novela espléndida.
Un excurso sobre la “no-imagen”. Porque el escritor en ciernes, es decir, Juan Goytisolo a los trece años, ya eludía el enojoso retrato balzaquiano y pegaba en sus escritos imágenes de artistas de cine con el nombre de los personajes de sus aventuras. Los personajes de Juan Goytisolo abren el libro del Poeta, se desorientan en Fez, descargan la vejiga en el lavabo, se instalan cómodamente en París..., pero difícilmente tienen rostro. Véase, si no, su novela La saga de los Marx (Barcelona, Mondadori, 1993), y la página 216 de esa edición y el retrato —la fotografía— de la fiel Lenchen (Helena Demuth), criada de la familia Marx. Y anoto aquí, tomando de la primera entrega de sus “memorias”, o novelas de lo real vivido, Coto vedado: “mi hermana solía comprar las revistas de cine de la época y, para evitarme la monótona y enojosísima descripción de los personajes, había tenido la idea de recortar algunas fotografías de aquéllas y pegarlas a las páginas de mi cuaderno con un simple indicativo de su identidad. Dicho truco —cuyo descubrimiento y uso habría modificado sin duda el arte novelesco de autores tan concienzudos y detallistas como Balzac y Galdós—, me permitía avanzar directamente en las peripecias de la exploración amazónica que describía sin embarazarme con retratos inútiles ni pormenores cargantes.” (Barcelona, Seix Barral, 1985, pág. 118).La elusión del retrato viene de lejos, si no, léase a Sterne y su Tristram Shandy (1760-1767): “Para hacerse usted una idea adecuada de ella,—pida pluma y tinta; —aquí, bien a mano, tiene usted listo el papel. —Tome asiento, señor, y píntela o descríbala a su entero gusto: —tan parecida a su querida como le sea posible, —tan distinta de su mujer como le permita la conciencia; —a mí me es exactamente igual: —no se preocupe más que de darle gusto a su propia fantasía.” (Laurence Sterne, La vida y las opiniones de Tristram Shandy. Los sermones de Mr. Yorick. Prólogo de Andrew Wright. Traducción y notas de Javier Marías. Madrid, Alfaguara, 1978 (1ª reimpr. 1990, pág. 414).