martes, septiembre 16, 2025

Canciones ilustradas de Alcaíns


Fue en mayo del año pasado cuando celebré en este blog las primeras muestras publicadas de Javier Alcaíns como autor musical. Sí. En aquel momento, cinco entregas de partituras ilustradas que —decía uno— lograrían encontrar intérpretes de sus letras y sus músicas, dado el empeño paciente de este magnífico escritor y dibujante, autor de unas de las creaciones artísticas —también como editor— más singulares de nuestra historia literaria desde los años ochenta. Aquella primera serie de canciones fue creciendo hasta configurar una colección de diez, que es la que este jueves 18 de septiembre se presentará, a las 19:30 horas, en la exposición Canciones ilustradas de la sala de Pintores, 10 de la Diputación Provincial de Cáceres, y que podrá verse hasta el 3 de octubre de 2025. En el catálogo de la exposición, Javier Alcaíns explica que su proyecto en estas Canciones ilustradas consta de seis apartados: letra, música, ilustración, diseño, interpretación y edición, concebidos como un conjunto con sentido; pero que pueden agruparse de dos en dos —letra y música o letra e ilustración—, de tres en tres —letra, música e ilustración o letra, ilustración y diseño, o letra, música e interpretación—, de cuatro en cuatro... Los recorre uno a uno, y dice de las letras quien escribe poemas desde los doce años que son algo distinto, que la letra escrita para ser cantada pide rima, de ahí que todas las que incluye la tengan, en asonante y aguda, en su mayoría, como tanta poesía popular. De la ilustración dice que «consiste en hacer bailar sin que se pisen pinturas y texto», y puede asegurarse que lo consigue en esta colección de diez dibujos sobre diez canciones. A la música dice haber llegado como un advenedizo hace unos cuatro años, cuando empezó a estudiarla; pero en el diseño editorial lleva mucho tiempo el que ha editado libros memorables con esmero y que en este ha cuidado el formato, el tipo de papel y la disposición de la partitura como la escritura bella que es y que se despliega ampliamente en algunas de las piezas de la serie, como en «Cabaliñu». De la buscada confluencia de letra, música, ilustración y diseño resultan los dos últimos apartados, que cabría considerar de producción y que solo tienen sentido en una exposición, que es, finalmente, la culminación de todo: la interpretación musical y la edición del libro-catálogo. Ambas serán el regalo que recibamos quienes visitemos el jueves la muestra. El grupo Budur —bautizado así por Alcaíns, devoto de los cuentos de Las mil noches y una... en la versión del egipcio Joseph-Charles Mardrus, un autor que él editó en varias ocasiones entre 2010 y 2011— está compuesto por Mar Cabezas (voz), Jara Ciordia (piano) y Carmen Valiente (violonchelo). Y el catálogo, si no estoy equivocado, tendrá más de setenta páginas. Ahora bien, a esos seis aspectos de estas Canciones ilustradas cabe añadir otro que me parece especialmente relevante y atractivo, y al que Alcaíns no alude: las glosas o comentarios que ha escrito para presentar cada una de sus piezas. Son escolios que acompañan a la canción, al margen o a pie de página, y solo en dos casos («Cabaliñu» y «Retrato de joven en la fiesta») constituyen textos más largos editados a continuación de los versos y que en su día formaron parte de la edición impresa. En el resto de los casos son textos nuevos para esta exposición. Por ejemplo, para «Tarabilla  y cardo», la primera canción, anota: «Pensé que, para empezar, lo más fácil sería una canción para niños. Ya he visto que no.» Son comentarios informativos, poéticos, irónicos, emotivos y luminosos, o serios y más sombríos, como el último, para el poema en cuartetos decasílabos agudos «Ciudad destruida», con el que cierro este apunte desde la súplica y el anhelo de que termine la barbarie de Gaza: «De todos los desatinos de la humanidad, el más cruel es la guerra; de todas las guerras, las peores son las de exterminio. Salvo aquellos que obtienen beneficio de ellas y algunos otros cuyo pensamiento se perdió en derivas de delirio, no habrá nadie en el mundo capaz de encontrar una razón para ensalzarlas. Sin embargo, ahí siguen prodigándose, como si fueran necesarias. Muchas veces el arte ha intentado darle la dignidad que no tienen, y el cinematógrafo ha creado elegantes coreografías de ejércitos en batalla; pero ante esos juegos la realidad opone la violencia y la destrucción de las bombas, las violaciones impunes, los abusos de fuerza, los niños destrozados... La continua exposición de muertos hace que se desdibujen ante nuestro ánimo, la neutra letanía de las cifras vuelve burocrática la muerte. El pensamiento se acomoda. Hay que tener cuidado.»

sábado, septiembre 13, 2025

Acuse de recibo

Ayer viernes recogí en la Facultad dos sobres que no abrí hasta llegar a casa. Uno venía de Valladolid, de la calle Melendro, donde tiene su sede la Editorial Deméter, que desde 2022 nos está ofreciendo en su catálogo destacados ejemplos de literatura tenebrista y fúnebre, sobre todo, del siglo XIX. El otro sobre, sin remite, venía de la Editorial Candaya. Aunque presumo que debo el envío a la generosidad de Álex Chico, autor del libro que venía dentro, traía una amable carta personalizada pero sin fecha de Olga Martínez Dasi con una presentación de Geografía escrita. Viajes reales por lugares imaginarios, del escritor placentino afincado en Cataluña que tanto ha escrito sobre los lugares. Los textos que componen el volumen fueron publicados, en su mayoría —hay dos inéditos— en revistas como Quimera, Revista de Letras o Clarín, entre otras. Además, la edición tiene el interés añadido de que va precedida de un prólogo de Álvaro Valverde, «El viaje interminable», que conoce bien a Chico desde sus primeros pasos literarios y que tanto y tan bien ha pensado en el lugar como motivo literario —véase el acertado título de Meditaciones del lugar que dio José Muñoz Millanes a la antología poética de Valverde que publicó Pre-Textos el pasado año 2024. Tengo ganas de recorrer todos estos espacios escritos como crónicas, como apuntaciones de diario y como reflexiones ensayísticas de la mano de Álex Chico. Por su parte, Montse Ruiz, responsable de Editorial Deméter y que incluye en su envío un ensayo titulado Bécquer, ¿espiritista? (Editorial Deméter, 2024), con el que espero ponerme muy pronto—, me envía mi ejemplar —contribuí a su campaña de suscripción— de Los que vuelven (Editorial Deméter, 2025): una antología, ilustrada por la artista vallisoletana Lucía Vázquez de Prada, de relatos mortuorios breves de autores decimonónicos como Pedro Escamilla, Emilia Pardo Bazán —se recogen dos de ella, «Mi suicidio» y «La resucitada»—, Enrique Fernández Iturralde, Guillermo Forteza, o Carmen de Burgos, con un cuento, «La mujer fría», publicado en 1922; y que se cierra con un apéndice de textos aparecidos en la prensa desde1789 hasta 1866 sobre la preocupación de enterrar cuerpos aún vivos. Las últimas líneas de esta «antología oscura» van por ahí: «Si hay un sentimiento que deba igualar al respeto a la muerte es el del respeto a la vida» (pág. 149).

viernes, septiembre 05, 2025

Una belleza terrible

Tenía este apunte avanzado, pero sin terminar, cuando leí a finales de julio un texto de Edurne Portela y José Ovejero, «El misterio de Germaine», publicado en el número de verano (julio-agosto) de la revista Tinta Libre, de cuyo índice, por error, se omitió (págs. 56-58). Como un «hijuelo» que le ha crecido a la novela escrita por ambos Una belleza terrible (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2025) presentaban este relato sobre Germaine Huot d'Anglemont, la madrina de Raymond Molinier (1904-1994), el revolucionario troskista protagonista de esa obra, que, cuatro meses después de su publicación, se extendía para sus lectores con esta suerte de apostilla que confirmaba ese carácter de Una belleza terrible como singular ente literario. Para mí, prolongaba el magnífico sabor que me dejó la lectura de esa novela, que comencé muy motivado por la fascinación que sentí con la obra anterior de Edurne Portela, Maddi y las fronteras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2023), la brillante narración sobre la vida de María Josefa Sansberro (Maddi) (1895-1944), una mugalari en la resistencia contra los nazis, que fue deportada y murió en un campo de concentración en Alemania. Añadiré que poco antes había leído Mientras estamos muertos (Madrid, Páginas de Espuma, 2022), el libro de relatos de José Ovejero que se alzó con el XVIII Premio de Narrativa Dulce Chacón en 2023. Teniendo en cuenta que ambos son pareja y que con Una belleza terrible han emprendido una tarea de escritura compartida muy sugerente, estas líneas quieren agradecer a ambos sus trayectorias como escritores y demostrar admiración por lo que hacen, y por lo último que han hecho. Han elaborado juntos una obra a partir de una biografía trepidante con tantos accidentes y derivaciones, «giros y acontecimientos sorprendentes» que «hacen muy difícil relatarla y apenas pueden caber en un solo libro» (pág. 177), con lo que incorporan a su definición —de la vida de Raymond Molinier— la valoración sobre la ejecución del empeño. Una sugestiva propuesta metaliteraria. Sobre una vida, además, que arrastra otra de las virtudes o implicaciones de esta novela, las mujeres que se relacionaron con el personaje principal y que estuvieron en el centro de la historia, pero que no dejaron testimonio ni memoria (pág. 178) —y cuya importancia subraya el apéndice aludido de Tinta libre. Muy a grandes rasgos, hay dos flujos en Una belleza terrible —el título proviene del poema de W. B. Yeats a los rebeldes republicanos irlandeses de 1916—, el de la narración que reconstruye unas vidas al servicio de la revolución —de las principales luchas revolucionarias del siglo XX— y el del relato, como fragmentos de diario, del proceso de escritura de una novela y los problemas que esa escritura suscita. En cierto modo, nos encontramos con una investigación que ficcionaliza a partir de los testimonios que la historia ofrece: imaginar, dicen los autores, frente a inventar; es decir, intentar deducir lo que no sabes una vez que conoces, aunque no enteramente, los hechos históricos: «No es lo mismo inventar e imaginar. No da lugar al mismo tipo de novela. La invención renuncia a acercarse a la verdad de los hechos, la imaginación lo intenta sabiendo que es imposible lograrlo por completo» (pág. 188). Seduce esta forma de revelarse: lo único verdadero, dicen, es su deseo de ver y de encontrar un orden en lo visto, es decir, construir un artefacto literario, una creación que hace presentes los materiales del pasado (pág. 185). La disposición de las cuatro secciones de la obra quizá no refleje estos dos flujos: I. Europa. II. Tierra de nadie. III. América. IV. Los huesos. El corazón. Son rotulaciones que expresan claves o etapas del recorrido biográfico de Molinier, y serán las divisiones internas —también tituladas— las que contengan, en algunos casos, los incisos metanarrativos de los escritores que escriben al alimón, completando esta doble cara que, sin menospreciar la historia —apasionante— que sirve de base a esta novela, la vida real de Raymond Molinier y de su gente, es para mí el gran valor de Una belleza terrible y lo que hace de ella una obra admirable. Y esta excelencia está en la forma que han dado a un material a la mano, el de las vidas de otros; pero también el de la propia vida de los que hacen literatura; de tal manera que el lector se asoma a la intimidad de los autores al mismo tiempo que imagina, gracias a ellos, la de los personajes de la historia, como una suerte de exaltación de la vida que explica la dedicación a la literatura. Excelente demostración de talento y de honestidad literarios. 

domingo, agosto 31, 2025

Cáceres de novela (V)

Valdrán estas líneas como una adenda al artículo en el que derivaron algunas entradas de este blog, entre 2017 y 2022, bajo el título de «Cáceres de novela», que fue el que di luego a las páginas que se publicaron en la revista Ateneo de Cáceres (núm. 22, 2022 págs. 177-191) y que se cerraron con un «Corpus incompleto por orden cronológico» de las novelas en las que esta ciudad ha sido escenario de ficción. Estas líneas, pues, vienen a confirmar las reservas de esa bibliografía que se acrece ahora con una obra publicada en enero de 2001 en Santiago [de Chile], que es la única información de un libro sin más datos de edición y con el escudo de Cáceres y una reseña histórica de la ciudad en la cuarta de cubierta: Luis Magaña Cuadrado, Aventuras de Juanito en Cáceres. Lo encontré en una de mis siempre fecundas visitas al fondo «Pedro de Lorenzo» de la Biblioteca de la Diputación Provincial de Cáceres que se aloja felizmente en la Central de la Universidad de Extremadura en este campus desde junio de 2022. Su autor, Luis Magaña Cuadrado (1920-2008), fue un granadino que llegó a Cáceres a los cuatro años y vivió aquí hasta los diez. Después de la Guerra Civil, en la que fue soldado republicano y fue hecho prisionero, viajó a Chile, en donde pasó el resto de su vida. Escribió dos novelas más: Maldita guerra, de 1994, y Arena, moros y legionarios, de 1999, ambas publicadas en Santiago de Chile, y de las que también hay sendos ejemplares en la biblioteca de Pedro de Lorenzo. En el texto de las solapas de la cubierta de esta edición, que lleva una fotografía de la Torre de Bujaco, se alude a los recuerdos «imborrables» que motivaron la escritura de estas Aventuras de Juanito en Cáceres que carecen, fuera de ser un documento curioso —dedicado «A los niños extremeños»—, de otros rasgos que justifiquen su rescate. Transcribo unos fragmentos sin corregir nada: «A mí mamá le gusta ir en las tardes al paseo de Cánovas, es muy bonito, pero muy aburrido. Es un paseo de arenilla rodeado de macizos de flores y arbolitos pequeños recortados dándole varias formas, también hay árboles grandes y a la entrada del paseo hay una estatua de un señor que se llamaba Gabriel y Galán, yo creía que eran dos, pero me aseguraron que era uno solo, también le llaman el poeta extremeño y tiene un poema, supongo que es de él, escrito en la piedra donde está colocado ese señor, claro que no está entero, es la cabeza y los hombros nada más […] A mí no me gusta este paseo, porque los niños no podemos hacer de las nuestras, nos tenemos que portar bien; está lleno de mamás y de gente grande y cursi, no se puede correr, ni tirar piedras ni pelear […] En cambio al Paseo Alto, no va ese tipo de gente, podemos correr, tirar piedras, subirnos a los árboles, recoger piñas, cascabillos de eucalipto, bellotas de las encinas» (págs. 69-71). Más adelante: «El instituto, como todas las cosas interesantes, está en la parte antigua de la ciudad por la plaza de San Mateo, van a estudiar los niños mayores que ya han estado en el colegio […] En la plaza de San Mateo está su iglesia y a la vuelta el Palacio de las Cigüeñas, es muy grande y bonito, pero lo que más me llama la atención es el nombre, ¡claro que tiene nidos de cigüeñas! Pero todas las torres altas de Cáceres tienen nidos de cigüeñas y no veo la razón de que solo ese palacio se llame así. También están al otro lado la Casa del Águila y la Torre de la Plata, no sé si en esa torre guardarían la plata que traían de América y el oro en la de los Solís, que también se llama casa Sol por su parecido con el oro» (pág. 133). Tierna e imaginativa evocación.

jueves, agosto 28, 2025

Maruja Mallo

La afluencia de público en el Centro Botín de Santander la mañana del sábado 23 de agosto debió de ser la habitual para visitar el edificio, y tomar fotografías de su privilegiado enclave, porque en las salas que albergan la magnífica exposición Maruja Mallo. Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982 había escasísimas personas. Queda poco ya —hasta el 14 de septiembre— para que concluya una muestra que se inauguró el 12 de abril de este año, y es normal que el número de visitantes sea menor cada día. A partir del 7 de octubre, creo, y hasta marzo de 2026, podrá verse en el Reina Sofía de Madrid. La comodidad de estar en esas grandes salas junto a no más de dos o tres personas aumentó el atractivo de conocer la primera gran exposición que se monta de la artista gallega, la primera retrospectiva de casi sesenta años que culmina con la reproducción de la entrevista que Paloma Chamorro le hizo en el programa Imágenes de TVE en 1979, que es un colofón soberbio, formativo y ameno, después de un recorrido tan suculento. Me complació, gracias al profesor y académico Pedro Álvarez de Miranda, sentirme muy cercano a la presencia —in situ, documental— de su madre Consuelo de la Gándara (1920-1986), la autora en 1978 de «la primera monografía realizada en España sobre Maruja Mallo, dentro de la serie Artistas españoles contemporáneos que edita el Ministerio de Educación y Ciencia», como escribe Juan Pérez de Ayala en la «Cronología» que cierra el estupendo catálogo de la exposición (pág. 243). En él, otro atractivo es la inclusión de «Textos de Maruja Mallo» (págs. 181-184), entre los que hay algunos impagables, como la carta «El artista contra el crítico» que la pintora dirige al «Juan de la Encina» que había escrito sobre su exposición madrileña en la Asociación de Amigos del Arte Nuevo (ADLAN) en mayo de 1936: «... también tenemos los artistas derecho a pensar que no es posible trabajar honrada, leal y esforzadamente para que una crítica desatenta y ligera, en lugar de marcarnos con fuego si es preciso nuestros defectos, pase la vista por nuestra obra con una indiferencia y un desdén totalmente injustificados» (pág. 182). O curiosidades como la misiva a Sebastià Guasch de abril de 1928 en la que la nacida en 1902 dice que «voy a cumplir veinte años» (pág. 181). «Maruja Mallo. Trayectoria de la máscara» titula Patricia Molins, comisaria de la muestra, su introducción, que, leída ahora, me confirma la trascendencia y novedad de lo visto, sobre todo en su producción americana y en los estudios sobre el espacio y el tiempo de series como sus Naturalezas vivas. La contemplación en vivo de Sorpresa del trigo (1936) o de La tierra y El mar (1938) emociona, y a la emoción uno suma en la lectura al Miguel Hernández de «las manos puras / de los trabajadores terrestres y marinos» de Viento del pueblo. Una delicia. Un encanto más del verano santanderino.



miércoles, agosto 27, 2025

Fraseo

Escuchó dos frases en su paseo matinal: «—¿Te aburres, Petra?» y «—No me paro, Mamerto». Ambas con la identificación —real— de sus destinatarios. La primera, la interrogativa, la pronunció una señora sentada junto a otra en un banco de un paseo en sombra. La segunda, en su enunciación negativa, era una advertencia proferida en marcha. A Mamerto, que llegaba de frente, se le veía en la cara la gana de saludar con tiempo; pero todo quedó en cruce y en la premura andariega de la frase. «Tengo que anotar esto», pensó. Cumplió. Y escribió estas líneas sobre una mesa en la que había varios libros —dos volúmenes de un mismo título—, tres vasos de cerámica con lápices y bolígrafos, un teléfono móvil y las dos pastillitas de la medicación que había olvidado tomar en el desayuno.

miércoles, agosto 20, 2025

Del viaje


Leo y escribo en estos días sobre literatura de viajes en el siglo XVIII. Es el centenario del nacimiento de Antonio Ponz y los LIV Coloquios Históricos de Extremadura en Trujillo estarán dedicados, del 22 al 28 de septiembre, a viajes y viajeros de Extremadura. Quiero creer que no es lo mismo andar leyendo estos papeles después de haber tenido la experiencia de un viaje que comparte con aquellos de antaño algunas motivaciones y beneficios: desde la adquisición de conocimientos, o el contacto con modos y costumbres distintos, hasta el puro goce estético. No así el deber —que decía el abate Prévost— de escribirlo y publicarlo, aunque estas líneas vendrán a ser como una puntita visible de las notas que servirán, como siempre, para reavivar el recuerdo; o de guía en otra futura ocasión de repetir lo hecho. Haber recorrido lugares como Toulouse, Montpellier, Annecy, Narbonne o Taninges y las poblaciones de la cuenca del río Giffre, ya en la Alta Saboya, representa ahora una suerte de paralelo con los textos que me llevan a muy diferentes puntos de la geografía peninsular, por limitarme al ámbito que me interesa ahora en mi estudio. «¿Hay por ventura un medio más seguro de conocer bien los pueblos y provincias de un reino que el de ir a los lugares mismos y aplicar la observación a los objetos notables que se presentan?», escribió Jovellanos, precisamente a Antonio Ponz, en unas cartas que vieron la luz después de la muerte del historiador levantino. Incluso encuentro guiños como lo que escribe Alejandro Cioranescu en la introducción a su edición del Viaje a La Mancha en el año de 1774 de José Viera y Clavijo, que tomó el Quijote como el manual para ir a los «santos lugares» manchegos: «Con el libro en la mano, el viaje es diferente». Yo creo que sí, y, en esta ocasión, me llevé Anna Karénina, pues no hay libro inapropiado para un viaje, al que en cualquier pormenor cabe encontrar acomodo en la lectura. Por ejemplo, que Tolstói ponga a hablar en francés a los personajes de las altas esferas de la sociedad rusa de su tiempo, que utilizan ese idioma con frecuencia, y con frecuencia para no ser entendidos por la servidumbre. Si, bajando a Chamonix en el tren cremallera desde Montenvers, un perro posaba para sus dueños como una estrella, o en Lérida un pomerania ladraba embutido en una mochila rígida y panorámica, yo recordaba al volver a la novela que Tolstói permite al lector conocer el pensamiento de una perra cazadora en el sexto libro. Cuando uno disfruta, los imperativos del viaje se tornan lecciones esenciales y una mera parada intermedia para reponer fuerzas resulta una provechosa enseñanza sobre un lugar tan singular como la Cartuja de Miraflores en Burgos, cuya exposición permite ver desde un bojarte en madera policromada del XV hasta incunables (la Cronica de Nuremberg de 1493), como detalles de un conjunto histórico de especial relieve. Más didáctica y entretenida es la visita que ofrecen los responsables de la exposición en la Chartreuse de Mélan de Taninges sobre la Edad Media —Quoi de neuf au Moyen Âge?—, que hacen de la visita todo un descubrimiento. Transiciones, derivaciones o pausas enjundiosas de un viaje son al tiempo ratos y tramos de la lectura que uno comparte sin venir a cuento. Así, esa comida de Oblonski y Lievin que motiva el comentario del primero al celebrar el menú de que el objeto de la civilización estriba en que todas las cosas se conviertan en placer; a lo que responde el campesino alter ego del autor: «—Bueno, si ese es el objeto de la civilización, prefiero ser salvaje» (I, x)