domingo, julio 13, 2025

Ya casi no me acuerdo

Solo Malén Álvarez sabía hasta ahora lo que me gustó este libro cuando lo leí. Fue mientras compartimos la tarea de puntuar los títulos seleccionados en la primera fase del Premio de Narrativa Dulce Chacón de este año, sobre obras publicadas en 2024. No conocía a su autora, Clara Morales, que «se crio en Huelva y se gana la vida como bibliotecaria», según reza la solapa de esta edición de la Editorial Tránsito, que añade que Ya casi no me acuerdo es su primer libro. «Nísperos dulces en invierno» y «Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» son los dos primeros relatos, causantes de mi buena predisposición para el resto de la lectura. Comparten el punto de vista de la primera persona que se mantiene en todo el libro, salvo en «Aquí», que es el último texto antes del «Epílogo. Causa 105», hilado también desde un yo que escribe la frase final de ese fragmento («Ya casi no me acuerdo») que sirve para el título general y subraya lo memorativo como clave general de la colección. Ambos relatos iniciales muestran la variedad de tono y de ambientación que buscará todo el conjunto, una diversidad que refleja igualmente el libro como inteligente muestrario de registros y formas narrativos en el género del relato corto: está un formalismo textual como bastidor del contenido —«Sé el coautor de tu propia vida» y «Jabón neutro»—, está la exploración de lo subjetivo de «Y supondréis que no sabemos responder» o «Verbena»,  y está, por ejemplo, la pauta epistolar que sustenta «Thanksgiving Day». Ya casi no me acuerdo contiene relatos memorables; pero, a la vez, es un buen libro de relatos. A los valores de las piezas que lo componen hay que añadir la voluntad constructiva general del volumen, que comienza con una especie de declaración-marco a través de la cual el lector sabe que estará ante alguien que recoge una historia que le han contado y que va a contar, a pesar de todo («Y esto lo sé yo, me decía al calor del brasero o en primavera por alguna vereda junto al río, y lo sabes tú y no lo sabe nadie más, así que no lo andes repitiendo», pág. 14). El epílogo no disuena en este afán de bucear en el pasado como fuente de historias; pero añade una rúbrica personal sobre su bisabuelo paterno, represaliado por masón en la guerra civil, que desvela una implicación ideológica que el lector percibe desde el principio. Me refiero a este lector que soy y que intenta expresar su experiencia de una lectura con una pizca de imprecisa complicidad o cercanía con quien ha escrito estos relatos. Y por eso quizá tenga sentido contar esta anécdota que me parece curiosa: fue en Badajoz, en la antesala de la sede de la calle San Juan de la Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz, en el piscolabis que siguió al acto de presentación del boletín de su biblioteca —del que ya hablé. El historiador Germán Grau, responsable del diseño y maquetación del boletín, se me acercó un momento mientras yo conversaba con Sara Espina, directora del Centro de Estudios Extremeños, para pedirme que cuando terminase, me sumara a su corrillo porque quería presentarme a alguien. Llegué y me presentó a una amiga como la madre de una escritora extremeña que había publicado un libro que quería recomendarme. Era María José Fernández, profesora de francés ya jubilada. «—Su hija ha escrito un libro que te gustará —añadió Germán—; se titula Ya casi no me acuerdo». Sin palabras. Bueno, sí: «Clara Morales» —completé rápidamente la ficha y dije que lo había leído y que me había encantado. La sorpresa fue grande y la madre, además, mostró una alegría orgullosa que yo compartí cuando me contó que eran originarias de La Codosera y que ella había dado clases en el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra en los años ochenta, antes de su traslado a Huelva. La coincidencia me pareció deslumbrante y la mejor culminación de una cercanía intuida en la lectura de un libro tan interesante y tan bien hecho, que merece mucho la pena leer también como expresión de una conciencia que se empeña con razón en seguir defendiendo la dignidad de las agresiones del pasado y del presente. Clara Morales, Ya casi no me acuerdo. Madrid, Editorial Tránsito, 2024, 198 págs.

miércoles, julio 09, 2025

El olmo de la Ribera

En noviembre se cumplirán dos años desde que plantamos aquel olmo en la Ribera del Marco. Hace un par de semanas pasamos por allí. En realidad, no fue de paso, sino que tuvimos que adentrarnos aposta en un terreno sin desbrozar, descuidado, lleno de una maleza que no sé si todavía sigue ocultando el discreto sendero que cruza el arroyo Concejo hasta los bajos de Fuente Fría. La praderita verde que parecía aquella parcela era ese día un terreno poco agraciado en el que todo estaba crecido sin control. (Espero que no por mucho tiempo, en previsión de fuegos). También nuestro olmo está crecido, y llega casi a los dos metros de arbolito. Mantiene todavía la malla metálica que fijamos al alcorque y el cartelito embridado en el que se lee que ese olmo «se plantó el 19-11-2023 bajo la mención de Universidad de Extremadura» en la campaña «La Ribera de la Educación». Gusta ahora ver que arraigó aquel gesto incierto —yo, al menos, dudo de mi mano para el campo— e imaginar, que, salvo catástrofe, habrá un árbol más que declare el tiempo con la gracia de sus ramas verdecidas (Antonio Machado).

sábado, julio 05, 2025

De la belleza en León

Va de confluencias. Acababa de tomar notas por la lectura de La belleza de la escritura, de Miguel Casado, y en León, en la galería Ármaga, tenían varios números a la venta de la colección «De la belleza» (Eolas Ediciones). También había algunos ejemplares de la amarilla colección de Dilema Editorial de la poesía reunida de Víctor M. Díez A un amanecer, otro crepúsculo (Dilema Editorial, 2025). Este poeta, como dije, intervino en el acto de presentación de la exposición de Antonio Gamoneda y Javier Fernández de Molina El hospital y el sinsonte, aprender a volar, con la lectura de un texto que glosaba la propuesta conjunta del pintor y del escritor; pero también participó en el acto el poeta Ildefonso Rodríguez, que fue el encargado de leer el poema de Gamoneda en su ausencia. Hacía mucho que no veía al escritor y saxofonista leonés que también publicó su obra reunida en Dilema (Escondido y visible 1971-2006, 2008), y me presenté recordándole un lejanísimo encuentro en Lisboa en febrero de 1997 por una de nuestras reuniones del proyecto de Hablar/Falar de Poesia, y al que acudieron, en representación de El signo del gorrión, él, Miguel Suárez, Esperanza Ortega, Luis Marigómez y Tomás Salvador. Le agradó mucho la evocación de aquello y, expansivo, me habló de su libro, precisamente, Pliegue a pliegue. El libro de Tomás. Con Tomás Salvador González (1952-2019), publicado el año pasado en Libros de la Resistencia, que lamentaba no tener allí para regalármelo. Sí, empero, acudió a la mesita en la que estaban los tomitos de «De la belleza», tomó el suyo (La belleza de los muertos) —el número 1 que abrió la colección en 2022—, me lo dedicó y me lo dio como brindis con gentileza de cómplice en aventuras antiguas. Fue el día de San Antonio. Y el sábado leí en algún sitio que esa mañana, en la librería Tula Varona, muy cerca de mi hotel, se presentaba La belleza de lo trágico, de la poeta, profesora, dramaturga y actriz Maru Bernal, número 26 de la misma colección en la que confluyen mis querencias. Poco antes de la una del mediodía, que era la hora anunciada del acto, estaba sentado en una de las mesitas de la librería-café, con un expreso, un vaso de agua y mi ejemplar del libro de Maru Bernal, que, tras los inevitables minutos de retraso por cortesía a los impuntuales y desconsideración a los presentes, hizo una lectura interpretada —dramatizada— de fragmentos del recorrido de La belleza de lo trágico por los diferentes linajes de los personajes principales de la tragedia griega, preferentemente femeninos, desde Clitemnestra y Electra, o la Andrómaca de Príamo y Hécuba, hasta Sémele, hija de Cadmo, rey de Tebas, que ocupa el «Panegírico al vino» de la última parte y remata el último de los cuatro cuadros genealógicos del libro, como un rasgo didáctico de quien lo escribió durante su último año de docencia como profesora de latín y griego. Al terminar aquello, no más de una hora después de haber llegado, sentí que había estado en un espacio de acogida, por el atentísimo trato de las libreras del sitio, que compartieron mi entusiasmo por encontrar allí también otra entrega (16) de la misma colección con la que ando, La belleza de la materia, de María Ángeles Pérez López (Eolas, 2024), y por añadir a mi conocimiento de Maru Bernal una reedición en Reino de Cordelia de su libro No todos volvimos de Troya, que fue XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, y cuyos versos me llevaron también a la emoción poética de La belleza de lo trágico, en donde, para culminar esta crónica de concurrencias, hay dos exergos de apertura, uno de John Keats y otro, ay, de Tomás Salvador González.

domingo, junio 29, 2025

La musa juguetona y divertida

Todavía no lo tengo en papel. Viene de camino. Pero he podido ojearlo en la página del IFESXVIII (Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo) como una de sus novedades digitales. Entusiasmado, me pongo ya a difundir la publicación de una obra de cuya elaboración tengo noticias desde hace más de veinte años: La musa juguetona y divertida. Poesía erótica española del siglo XVIII. Censura y resistencia (Oviedo, IFESXVIII y Ediciones Trea, 2025, 510 págs.), de Philip Deacon. Sabíamos que este brillante hispanista, de los más expertos sobre nuestra literatura del siglo XVIII, estaba escribiendo un libro sobre la poesía erótica española dieciochesca. Sabía que iba a ser una aportación notable en el estado de los estudios de la malparada lírica de la época de las Luces en España, y el paso del tiempo venía a confirmar la manera concienzuda y rigurosa de trabajar que siempre ha demostrado el que fuera profesor de Hispanic Studies en la Universidad de Sheffield. Dio muestras de lo que le ocupaba cuando habló del libro erótico dieciochesco en un congreso salmantino del Instituto de Historia del Libro y de la Lectura en 2004, o cuando escribió sobre el erotismo poético de autores como Arriaza e Iglesias de la Casa en el volumen de homenaje (2011) a otro de los grandes estudiosos de lo sexual literario dieciochesco, Emilio Palacios Fernández (1944-2017). Luego, otros avances del contenido de esta musa juguetona y divertida —que es un verso del primer canto del Arte de putear de Nicolás Fernández de Moratín— trataron Los besos de amor, de Meléndez Valdés y la certera atribución a Bartolomé José Gallardo de las Fábulas futrosóficas o la filosofía de Venus en fábulas, que es la obra que cierra cronológicamente el recorrido de un libro organizado en tres grandes secciones: I. Un cambio de mentalidad sobre la sexualidad; II. Frenos a la lectura de textos en torno a la sexualidad; y III. La poesía erótica española, 1770-1821. Contexto y pensamiento, persecución y censura, y recuento y análisis de los testimonios. Estoy deseando tener el volumen en las manos, y aprender y disfrutar de una monografía eminente y esclarecedora sobre la poesía dieciochesca, otra prueba que engrandece los estudios dieciochistas en este tiempo.

sábado, junio 28, 2025

La belleza de la escritura

Son muchas las páginas escritas por Miguel Casado de las que me he beneficiado como interesado en la poesía española contemporánea, en la obra de autores como Antonio Gamoneda, José-Miguel Ullán o Luis Feria, o como mero lector de poesía. En los últimos tres años, han sido numerosas las novedades que he conocido de primera mano de su trabajo, todas de extraordinario interés: en el otoño de 2023 apareció Deseo de realidad. Poesía reunida (Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados), que juntaba en un único volumen sus libros de poemas desde 1986 hasta 2015, es decir La condición de pasajero, Inventario, Falso movimiento, La mujer automática, Tienda de fieltro y El sentimiento de la vista, toda su obra en verso, que aumentará pronto con una nueva entrega exenta en la misma colección. Un año después, nos dio a conocer a los lectores españoles la primera traducción de la poesía de la poeta china Liu Xia (Pekín, 1961) en la sugeridora antología Sillas vacías (Libros de la resistencia, 2024). Y este año 2025, esta primavera, ha salido Cosas contemporáneas. Ensayos sobre poesía (Libros de la resistencia), que es una compilación de sus trabajos críticos sobre poesía publicados —alguno inédito en español— en muy diferentes lugares entre 2008 y 2024, incluido el esclarecedor epílogo sobre la poesía de Xia que cerró aquella traducción. La componen también lecturas de nombres como César Vallejo, Roberto Bolaño, Tania Favela, Luis Feria, Claudio Rodríguez, Pedro Provencio, Mariano Peyrou o Gastão Cruz, cuyo poema de La moneda del tiempo, un libro que tradujo Miguel Casado en 2017 (Abada Editores), se toma como título del volumen («As aves de que sou contemporâneo / as árvores, os barcos que na ria / se movem ou se fixam sendo imagens / que simultaneamente brilham / em todos os momentos em que as vimos […]»). Además, en los primeros meses de este año se difundía otra obra de distinta índole de Miguel Casado, una nueva entrega de la sin par colección ideada por Gustavo Martín Garzo «De la belleza», que viene publicando Eolas Ediciones desde 2022. La belleza de la escritura (Eolas, 2024) hace el número 21 de una serie que se ha preguntado antes por lo bello de la infancia, de lo pequeño, del barrio o de la huella. La aproximación de Miguel Casado a la belleza de la escritura toma un poema de Carlos Piera («Ermitaño») para abrir y cerrar una reflexión articulada en la descomposición de los dos elementos del título y la suma que este propone: «De la belleza», «De la escritura» y «De la belleza de la escritura», rematadas por un listado de «Lecturas» que han servido para el conjunto. Como si el resultado dependiese de despejar las dos partes, los dos elementos. Por otro lado, la última sección es menor pero no menos significativa, pues «El que habla de la escritura la está leyendo» (pág. 27); de tal manera que la propuesta de Miguel Casado sobre la escritura es, sobre todo, una lectura. De una escogida selección de autores en la que están Arguedas, otra vez Vallejo, otra vez Gastão Cruz —ahora traducido: «Las aves de las que soy contemporáneo / los árboles, los barcos que por la ría / se mueven o se fijan como imágenes / que simultáneamente brillan / en todos los momentos en que las vimos». El breve recuento de la bibliografía de Casado de los últimos tres años cobra justificación por las páginas de este luminoso ensayo, porque en él están afectadas las facetas de poeta, de crítico, de lector y de traductor que son del autor. La escritura como acto y como habla está en todas, y desde todas esas dimensiones o actitudes cabe adentrarse en la reflexión sobre la belleza de la escritura que propone el libro. Que no es tanto la belleza sino la experiencia de la belleza que surge —verbo constitutivo— con la lectura de un texto, poético, por ejemplo. Tensión, instante, esencialidad o latigazo son síntomas que asoman en el recorrido por los fragmentos escogidos en el ensayo de Miguel Casado, que insiste en una idea de Émile Benveniste: «Todo hombre inventa su lengua y la inventa toda la vida. Y todos los hombres inventan su propia lengua en el instante y cada quien de manera distinta, y cada vez de modo nuevo. Dar a alguien los buenos días cada día de la vida es una reinvención cada vez». Insiste porque la recoge en la página 73 de su libro y la repite en su colofón. En tanto que acto de habla y de vida, La belleza de la escritura prolonga su huella mucho más allá de este simple comentario, y sigue aportando beneficios a este lector favorecido. Cómo se acomoda en esto la definición de 'escribir' que da María Moliner y que me ha recordado Andrés Neuman en su novela Hasta que empieza a brillar (Alfaguara, 2024): «Representar sonidos o expresiones con signos dibujados» (pág. 189). El pasado mes de abril, Miguel Casado habló sobre su libro en el programa de Fernando del Val Círculos concéntricos de Radio 5 y aquí puede oírse.

jueves, junio 19, 2025

Gamoneda, Javier y el sinsonte

El hospital y el sinsonte, aprender a volar es el título de la exposición de Antonio Gamoneda (textos) y Javier Fernández de Molina (dibujos) que se inauguró el pasado viernes 13 en la galería Ármaga de León. El conjunto de esta obra en colaboración es un libro de artista compuesto por trece grabados en diversas técnicas, y un poema manuscrito de Gamoneda concebido a partir de una suerte de revelación primera en una cama hospitalaria, con un pájaro, con Javier Fernández de Molina y con César Vallejo al fondo como arúspice de la palabra: «[…] Vallejo andará por ahí bendiciendo fusiles chuecos, o clamando universal el mendrugo […]». Una situación de partida que se ha venido reflejando en las diversas variantes que el texto ha tenido desde su concepción antigua. Recuerdo haber visto hace más de un año en el estudio del pintor en Mérida algunas de las propuestas del poema de Gamoneda, y algo de esta dinámica creadora puede observarse en la muestra, en la que hay algún vestigio de otros estadios previos que lo titulaban: «El sinsonte, Vallejo, nosotros mismos». O así. «El libro —puede leerse en el texto firmado por el poeta que está en la página de la galería— se inició con unas veinte líneas de texto poemático que confirmaban esencialmente el tema y los acuerdos previos, de los autores. Seguidamente, se dio un tramo dibujístico que produjo matices y variantes. El poeta, procurando ya la “obra integrada”, los hizo suyos en gran parte, y produjeron cambios textuales en el literal ya redactado del poema». Por su parte, el poeta leonés Víctor M. Díez escribe en otro texto que presenta la exposición: «El libro es de ver, es de abrir, es de escuchar. El libro es de leer con los ojos cerrados y la mente abierta. Este libro es una fiebre amistosa para sentir el jipío del planeta». Lo leyó en la inauguración mientras sostenía un teléfono a través del cual escuchaba Antonio Gamoneda, al que un virus lo retuvo en casa. Se lamentó su ausencia; pero se disfrutó de un buen jamón extremeño en León cortado por un experto de aquí y del reencuentro con buenos amigos como Tomás Sánchez Santiago, tan cercano. Un ejemplar del libro acompañó una muestra selecta de obra anterior de Javier Fernández de Molina, de piezas colgadas derivadas del hospital y del sinsonte, y de una magnífica representación de las extraordinarias cerámicas que aún esperan una exhibición pública del artista. El hospital y el sinsonte, aprender a volar es un magnífico epítome de un prolongado y sorprendente diálogo creativo entre el poeta y el pintor, y fue una ocasión estupenda para visitar la galería Ármaga de León.

domingo, junio 08, 2025

Moñino en la Económica de Badajoz

La semana pasada se presentó en Badajoz el número 27 —primavera de 2025— del Boletín de la Biblioteca de la Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País de Badajoz dedicado a don Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970). Me alegro por este nuevo recuerdo del gran bibliógrafo de Calzadilla de los Barros, pues no sobran los gestos que subrayen la relevancia de las grandes figuras de la historia, en este caso, de un hijo de Extremadura, que como tal se reivindica en estas páginas. Lo hace una sociedad como la Económica de Badajoz en la que Rodríguez-Moñino ingresó como socio en mayo de 1927, es decir, con diecisiete años casi recién cumplidos, y en la que desempeñó la labor de bibliotecario hasta 1933. Las huellas documentales de su relación con la RSEEAP quedan oportunamente recogidas en el trabajo que cierra esta entrega de la revista —de sesenta y ocho páginas—, firmado por Laura Marroquín Martínez y Remedios Sepúlveda Mangas, responsables de su biblioteca, y que completan esa presencia con la relación de libros de y sobre Rodríguez-Moñino existentes en sus fondos, y con una addenda a manera de estrena —que se entregó al público asistente a la presentación— con los artículos y noticias relacionados con la vida y la obra del bibliógrafo publicados en diarios y revistas del siglo XX. Ellas, junto a Carmen Araya, componente como vice-bibliotecaria de la junta directiva de la RSEEAP, han sido las motivadoras y coordinadoras de esta publicación en la que se ha dado cabida a colaboraciones sobre aspectos biográficos de Moñino —en los textos de Julia Rodríguez-Moñino Soriano, de Ángel Zamoro Madera, de Ricardo Hernández Megías o de Adelardo Lozano Durán—, sobre su acción en defensa del patrimonio bibliográfico y artístico durante la guerra civil —en el artículo de Pablo Ortiz Romero, cuyo libro Antonio Rodríguez-Moñino. Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX, de 2021, ocupa el trabajo en el boletín de Manuel Pecellín Lancharro—, sobre otros lados de la extraordinaria figura del extremeño, como su poesía —en torno a la que escribe José Luis Bernal Salgado— o sus relaciones amistosas y epistolares —en las páginas que firman Juan Antonio Yeves Andrés, Antonio Ramiro o José María Lama—, o, en fin, la imponente presencia de las obras de Moñino en el Centro de Estudios Extremeños —Sara Espina Hidalgo—, en la Biblioteca del Seminario San Atón de Badajoz —Rocío Pérez Ortiz— y en la Biblioteca de Extremadura —Javier Paule Rodríguez. Entre un conjunto de veintidós aportaciones. Me alegra mucho, además, que este homenaje a una figura intelectual de tal envergadura en la cultura española del siglo XX llegue sin efeméride redonda, en 2025, como, en feliz coincidencia, la próxima publicación en el sello de la Unión de Bibliófilos Extremeños —otra sociedad cuya fundación está ligada al reconocimiento del nombre de Rodríguez-Moñino— de un imponente estudio bibliográfico que es continuación del que don Antonio publicó en 1955 con el título de Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico y que es obra de Alejandro Pérez Vidal:  Bartolomé José Gallardo. Bibliografía. Todo un homenaje doble a dos eminencias relacionadas, Gallardo y Moñino, que espero divulgar aquí en breve.