© Álvaro Serrano Sierra
«—¿Por qué la matan?», me preguntó anoche un conocido al salir de la admirable representación en la Plaza de las Veletas de Nise, la tragedia de Inés de Castro, otro montaje de la compañía Nao d’amores, que no suele faltar a la cita del Festival de Teatro Clásico de Cáceres, y que llegó aquí anoche después de su estreno —creo— en La Abadía en Madrid en diciembre de 2019. La pregunta no fue la del que se ha perdido algo o no ha estado atento; y quizá estuviese motivada porque el público no avisado sobre la leyenda o historia trágica de la gallega Inés de Castro, amante del infante don Pedro de Portugal, pueda necesitar una demostración más explícita en esta versión de las injustificables e incomprensibles razones políticas y solo políticas de la muerte de esta Nise lastimosa que luego será laureada. Esas son las dos partes (Nise lastimosa y Nise laureada), que se funden en esta espléndida versión de Ana Zamora de los textos de Jerónimo Bermúdez publicados con otro nombre como Primeras tragedias españolas de Antonio de Silva en 1577. La que cuenta cómo el heredero se enamora de Inés de Castro y puede, ya viudo de su anterior esposa, casarse con la que ya tenía descendencia y cómo ve que algunos «envidiosos del reino» la asesinan. Y la que, como segunda parte, cuenta que, muerto el Rey don Alfonso, el Príncipe su hijo desentierra a su Inés y la corona como reina —Reinar después de morir, de Vélez de Guevara, que me falta por ver en la dirección de Ignacio García con la Companhia de Teatro de Almada y la Compañía Nacional de Teatro Clásico—, a quien ofrece los corazones arrancados de sus matadores. Quizá una torpe sinopsis como esta pueda justificar el ejercicio de síntesis sobre el texto de una conocida leyenda y la utilización de determinados recursos escénicos, espléndidos, como el estanque que se abre con el agua luminosa de la vida sobre la que se abate la muerte de la heroína y que tapa la tierra oscura de la muerte. Como es norma, el trabajo de la compañía de Ana Zamora —tan filológico siempre con el subrayado de una dicción que nos muestra un decir mixto de antaño—, es impecable, por la dramaturgia, por la interpretación y por ese elemento tan imprescindible ya de la música —grande la dirección musical de Alicia Lázaro—, que añade más excelencia a una creación brillante que pone el acento en la mala gestión del poder, con todas sus reminiscencias contemporáneas en términos de monarquía, por ejemplo. Recuerdo que yo conocí la leyenda de Inés de Castro por la historia de Raquel, de García de la Huerta, y toda la tradición en la que también estuvo el Lope de Vega de Las paces de los Reyes y judía de Toledo. Recuerdo la llamada de atención de Juan García Gutiérrez en un artículo de 1993 sobre la relación entre la Raquel de mi paisano y la Castro del portugués António Ferreira, precedente de las piezas de Jerónimo Bermúdez. Anoche, en las gradas con aforo limitado de la Plaza de las Veletas, sin perder hilo de una historia tan bien contada y tan plástica y sugerente en su escenificación, pensé en estas referencias que están en la base de un trabajo tan serio y tan riguroso como el que por fortuna nos viene ofreciendo una compañía como Nao d’amores, que solo por ocuparse de géneros tan insospechados en la escena contemporánea como la tragedia renacentista merece una respuesta entusiasta, aunque sea de una butaca sí y de una no.
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