lunes, noviembre 18, 2013

El lago en las pupilas


Tenía arrumbadas unas notas de reseña de la última novela de Luis Goytisolo, El lago en las pupilas (Madrid, Ediciones Siruela, 2012), que no llegué a publicar aquí; y la noticia del jueves del Premio de las Letras Españolas al escritor y académico me ha motivado para rescatar ese texto que ahora escribo casi de nueva planta. Siempre he sentido interés por la escritura de Luis Goytisolo, un interés guadianesco por culpa de algunas ocurrencias del autor que hacían pensar en que debía estar cercana una nueva gran novela después de la monumental Antagonía, reeditada en tomo solo por Anagrama en 2011. En realidad, ni mi texto era una reseña ni la novela me entusiasmó; pero me encuentro siempre a gusto con la lectura del autor de Estatua con palomas, un libro, por cierto, querido. El caso es que compré El lago en las pupilas en septiembre del año pasado y cuando comencé a leer la novela ya tenía en mi cartera el billete de avión a Ginebra para luego tomar un tren hasta Berna. «—Vive Vd. en Zúrich, ¿no?», le dice Gloria a un huésped de un hostal que le responde: «—En Berna. Pero vuelvo vía Ginebra.» Eso está en la página 18. Cerré el libro y me dije: «—El resto tengo que leerlo allí, en Suiza». Y eso hice con esta novela corta —ciento cincuenta páginas— organizada en los cuatro puntos de vista de cuatro personajes: Gloria, Richard, El Moro y Marcel, que se reparten un relato fragmentario con un punto de interés que no acaba de convencer. Ahí quedó todo, después de la lectura de la novela. En enero, sin embargo, volví a acordarme de ella cuando escuché en RNE el programa Nómadas, cuya ciudad protagonista fue Berna. Yo tenía la novela, había estado en la ciudad y entonces escuchaba el programa. No era igual que cuando comencé a leer el texto de Luis Goytisolo por primera vez. No. Pero siempre gusta que te cuenten cosas bien dichas sobre lugares en los que has estado. El día que llegué a Berna llovía un poco, y es verdad que se puede pasear por la ciudad a pesar de la lluvia, como en Bolonia. Mi primera experiencia allí fue acústica. Bandas de vientos y tambores, en fanfarria alegre, llenaban el aire húmedo y gris de la ciudad en domingo. Quedé gratamente impresionado. En fin, que lo que yo creo que quise decir desde un primer momento es que esta novela de L. G. trata, principalmente, del tiempo.

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