lunes, agosto 15, 2011

Justa Hernández

Acabo de llegar de Zafra. Desde el sábado a la siesta, he estado con mi madre, hasta la noche de ayer, hace un par de horas. Entre los libros que me han acompañado, uno que ya estuvo cuando estuve con ella. Tengo una prueba. Es la novela de Antonio Prieto El manuscrito sellado, sobre la que he escrito un breve artículo prometido a la revista Zafra y su Feria, una de esas publicaciones que rompe los índices de los índices de impacto. Mi madre ya no viene a casa; soy yo el que va a la suya. Pero lo que viene aquí es que he visto en mi ejemplar de la novela de Prieto su firma, la prueba. ¿Cuándo lo hizo? Estoy seguro de que esta vez no, porque difícilmente escribiría hoy su nombre con tanta limpidez y con esa inclinación hacia arriba que siempre ha sido la de su firma. ¿Cuándo cogió mi ejemplar y estampó su firma en él, debajo de la del autor, "Antonio"? En tinta verde la de él; en azul la de mi madre. Tuvo que ser en diciembre del pasado año, la última vez que pasó el mes en casa. Fue cuando le hablé de la novela, cuando le dije que salía Zafra y que allí la presentamos, en el Parador. ¿Por qué furtivamente ella cogió mi libro y se lo apropió firmándolo? Imagino que creyó que se lo regalaba, con dedicatoria del autor y todo; o quizá fuese que ella también quería estar presente en una celebración zafrense. Ahora es una propiedad que no sabe que tiene. Pero el libro ya es suyo.

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