Hace unas semanas Julia me habló de este libro. Se había rayado con la sinopsis: «Tara Selter y su marido Thomas viven en Clairon-sous-Bois y son libreros anticuarios especializados en libros ilustrados del siglo XVIII. El 17 de noviembre Tara se despide de su esposo y viaja a Burdeos para asistir a una subasta. A última hora de la tarde toma un tren de Burdeos a París y se aloja en el hotel de siempre, situado en la rue Almageste, donde hay muchas librerías anticuarias. Su plan es dedicar los dos días siguientes a visitar a colegas y realizar más compras para su negocio. El 18 de noviembre va a una de esas librerías y se quema la mano con una estufa de gas. De vuelta en el hotel se lo cuenta a Thomas por teléfono y se acuesta. Y entonces sucede algo inaudito: al despertarse por la mañana en el hotel, no tarde en descubrir que continúa en el 18 de noviembre. Su marido no es consciente de ese bucle temporal y es inútil intentar explicárselo. Solo ella parece percatarse de que están atrapados en un día que se repite hasta el infinito. Y solo ella parece sometida al paso del tiempo: su quemadura sana, lo cual quiere decir que —a diferencia de los demás— ella sí envejece. Y Tara, que es la angustiada narradora de su propia historia, se va quedando cada vez más aislada en un tiempo sin tiempo...» (Solvej Balle, El volumen del tiempo I. Traducción de Victoria Alonso. Barcelona, Anagrama, 2024). A Julia le intrigaba mucho cómo podría resolverse una situación narrativa así, tan coincidente con la de la película de Harold Ramis de 1993 que todos conocemos como El día de la marmota (Groundhog Day), que se tradujo en España como Atrapado en el tiempo, con Bill Murray y Andie MacDowell como protagonistas. Y lo que más le sorprendió fue haber leído que bajo ese título de una desconocida escritora danesa como Solvej Balle (1962) hay una serie de siete novelas. El citado es el volumen primero, que apareció en noviembre del año pasado, y en marzo de este apareció también en Anagrama El volumen del tiempo II. Me hice con los dos en julio y he terminado de leerlos ahora, antes de que Julia vuelva a Irlanda, después de pasar unos días aquí, y así pueda llevárselos. No sé qué ha podido más; si las ganas de lector de competir o el afán de padre de dar gusto a la hija. Me resulta muy atrayente la intención especulativa de una narración en primera persona que incorpora a su trama la escritura como medio para preguntarse por ese día que vuelve una y otra vez: «Esa es la razón de que comenzase a escribir. Porque lo oigo en la casa. Porque el tiempo se ha roto. Porque encontré un paquete de folios en la estantería. Porque intento recordar. Y el papel recuerda. A lo mejor las frases son sanadoras en algún sentido» (pág. 31). La narración comienza a partir del día # 121 e irá avanzando, en anotaciones diarias no consecutivas, con la esperanza de que pase un año y un nuevo 18 de noviembre detenga el bucle en el que la protagonista ha quedado atrapada. Al tiempo detenido responde un desplazamiento en el espacio cada vez mayor y más febril, que ocupará real y simbólicamente el volumen segundo: «Camino por el borde de un abismo, cuento días y lo anoto todo. Lo hago para recordar. O para evitar que los días se me escapen. O tal vez porque el papel recuerda lo que digo. Como si yo existiera. Como si hubiera alguien escuchándome» (pág. 20, de II). No quiere Julia que le desvele nada más de una lectura tan sugerente, de este modo de acompañar al personaje de Tara Selter que mueve a reflexionar sobre la relación que tenemos con el tiempo. He leído que cuando Solvej Balle concibió la idea de su obra aún no se había estrenado la película de Bill Murray; que, por cierto, he vuelto a ver, y su banalidad cómico-romántica no resiste una comparación con la ambiciosa meditación de esta novela sorprendente. He indagado sobre la autora y parece ser que nació en Sønderjylland el mismo día y el mismo año que yo. Cosas del tiempo cronológico.
lunes, agosto 18, 2025
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