«Ninguna multitud de gente que se ha juntado» (Emily Dickinson)
Lunes, 11. Fase 1. En la otra vida, a las tres en punto, coincidiendo con las señales horarias, cambiaba de emisora antes de que —los domingos con estridencia telúrica— empezara el informativo de deportes. Ni que decir tiene que ponía Radio 3. Y dónde va a parar, ay. Pero desde que La ventana de Carles Francino en la SER ha adelantado su hora, me encuentro todas las tardes con este grupo de amigos con sentido común y del humor que aportan tanto y tan bien a los que estamos solos, y es una delicia. También Beethoven ayuda con la Séptima que sonó en Radio Clásica el otro día en una reposición de Música y significado, de Luis Ángel de Benito, que es el único presentador a quien consiento que hable tanto entre música y música. Tomo aire —a pesar de la mascarilla— durante el paseo, ya cuando cae la tarde, y se lleva mucho mejor volver a la clausura ya de noche. Se acentúa, sin embargo, aquello del afecto frustrado que dije el primer sábado que salí, pues cada día hay más gente conocida con la que uno se encuentra. Y volverse aquí cuesta. Quizá eso explique que más de una noche haya compartido con alguien la música que escucho. Ahora, en esta fase, como si las autoridades tuviesen miedo a una rebelión, podemos reunirnos con nuestros allegados y abrirán las terrazas en ciertas condiciones estipuladas, además de otras medidas que se han publicado y seguirán difundiéndose en los próximos días. Yo estoy contento porque en algunos de mis paseos en la semana puedo ver a P., con quien recorro la ciudad monumental como si fuese una experiencia insólita de un padre con su hijo. Todo parece insólito. Ya se ha dicho y repetido infinidad de veces en todos estos días. Ahora, de fondo, está sonando una rana o un grillo, no sé. Debe de haber sido una alarma que ya se ha callado.
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