sábado, agosto 26, 2006

Sciascia

El tipo que tenía que venir a casa a repararme un desperfecto no se lo imaginaba. Era posible que en ese momento estuviese intuyendo mi enfado porque habían pasado dos horas desde las ocho y cuarto de la mañana, la hora fijada para su venida. Pero él no podía imaginar que durante la espera hubiese leído casi de cabo a rabo Los apuñaladores, de Leonardo Sciascia (Barcelona, Tusquets Editores, Col. Andanzas, 609, 2006. Traducción de Juan Manuel Salmerón). Quizá por eso no acababa de entender, cuando llegó, que no le recibiese con enojo. Más bien —podría haberle dicho—, gracias a él, durante la espera, pasé un rato muy agradable leyendo esta breve novela en este ejemplar que también tiene su historia cotidiana, unos días antes, naturalmente. Se lo voy a contar, mire usted —podría haberle dicho.
Mi hermano José María, con motivo de mi cumpleaños y en una visita relámpago a su casa en Zafra, me obligó a bajar a la calle, a una librería cercana, me hizo entrar y me conminó a elegir un libro. Fue su regalo. (—Es que, si no, se me pasa—, dijo con fraternal autoridad.) Elegí Los apuñaladores, que tiene poco más de cien páginas de texto en un cuerpo generoso, lo que llevó a mi hermano a decir, delante de la librera y en presencia de mi amigo Miguel Salazar, testigo siempre de tanto, que había sido muy moderado.
La entidad de este gran regalo de mi hermano no se mide, sin duda, por su número de páginas. Es un texto espléndido y me acordé al leerlo de Julián Rodríguez. Primero, porque pensé en que una obra así tiene ese aire que tan bien le va a su Editorial Periférica. O sea, que estoy seguro de que a Julián le encantaría ser el editor de este tipo de obras. Segundo, porque, primero, quizá, se me activó la memoria de algo leído en su blog sobre esta novela de Sciascia. También me acordé de Jesús García Calderón, por la trama procesal del relato.
Las circunstancias que rodean la investigación de trece apuñalamientos simultáneos en la ciudad de Palermo el 1 de octubre de 1862 constituye el centro del relato, que es crónica, ensayo y, al tiempo, alegoría sobre “la derrota de la ley, de la justicia, del sagrado dogma de la igualdad” (pág. 91). Una gozada.

miércoles, agosto 23, 2006

La conjetura de Poincaré

He leído y escuchado que el ruso Grigori Perelman, considerado uno de los hombres más inteligentes del mundo, ha rechazado la medalla Fields de matemáticas. Alguien ha dicho que está chiflado.

martes, agosto 22, 2006

Asperges de notas sobre la novela PARADOJA DEL INTERVENTOR (XX)

Javier Marías escribió hace tiempo sobre los nombres de sus personajes de novela y sobre el nombrar a los personajes de novela. Llegó a decir que, después de Kafka, nadie debería llamar a sus personajes por iniciales, y decía que si se encuentra una novela que lo haga la dejará a las pocas páginas. Así de claro. Qué cosas. Yo nunca haré una cosa así. A mí me vienen ahora algunos nombres de los personajes de las novelas de Galdós, sin iniciales.
El único personaje con nombre de la novela Paradoja del interventor es Cristo. Surge en la secuencia o capítulo 13, pero de una manera muy significativa, porque su nombre se pone en boca de un jornalero (el segundo jornalero), que alude, a propósito de la decadencia de la estación, a una expresión como “ya sólo hay miseria y crujir de dientes”, que atribuye a su autor diciendo “como dice Cristo”. Es obvia la intención del narrador de esconder tras esta mención de una autoridad religiosa, histórica, bíblica o como quiera que sea, al personaje que efectivamente se llamará Cristo y que será quien bautice —secuencia 17— al forastero con el nombre del interventor, repitiendo lo de “En verdad en verdad te digo...” Genial.
La innominación de los personajes es clara para el sentido de la vacuidad de la novela. Están el hombre del rincón (1), el afilador (9), el barquillero (15), el cantinero (13), el amante violento y la mujer (19), el guarda (24), el vendedor de barquillos, con otro nombre también, el estilita... El forastero no conoce a los tipos con los que se topa, y absurdo sería que el narrador nos dijese, por ejemplo, que el portavoz de los albañiles que se mofa del afilador se llama Rafael. Sin embargo, la novela comienza con una evidente alusión a la identidad del personaje sin nombre pero con atributo: “El interventor llegó a la ciudad en tren una noche de noviembre. En aquel momento no era todavía, en modo alguno, el interventor ni había adquirido los derechos o la propiedad del nombre.” ¿El nombre? Genial.

domingo, agosto 20, 2006

Russell P. Sebold

En algunos cuadernos electrónicos he leído entradas celebrativas de aniversario, en las que se recordaba la fecha de creación del propio cuaderno. Yo quiero remitir hoy a una entrada de éste, de Pura tura, del sábado 20 de agosto de 2005, que celebraba el cumpleaños de Russell P. Sebold. Hoy domingo cumple 78 años.
Russell P. Sebold compaginó sus trabajos de investigación, además, con la escritura de breves ensayos o artículos en la prensa española, casi exclusivamente en ABC, algunos de crítica literaria y otros, como él los denominó al recopilarlos en una edición publicada por la Universidad de Salamanca en 2004, "de meditación". En algunos de éstos, reflexionó sobre la vida ordinaria y la edad con admirable serenidad y lucidez. En "Las delicias del jubilado", que introducía con unas alusiones a los años sabáticos, envidiables para un profesor universitario extremeño y para cualquier profesor de Secundaria, escribió: "Aprendizaje es la condición de quien aprende; y de hecho, llegado a esta coyuntura vital, se descubre que seguir viviendo es volver a empezar; sobre todo, es volver a aprender, como en la niñez y la juventud. Y te queda mucho por aprender." La relación de las lecciones aprendidas merece la pena leerla en el texto (ABC, de 11 de mayo de 1998 o Russell P. Sebold, Ensayos de meditación y crítica literaria, Salamanca, Ediciones Universidad Salamanca, 2004).
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jueves, agosto 17, 2006

La papelería

Parecía estar todo fuera de lugar: los libros, el cliente, yo mismo... En una papelería con libros, un cliente, con desenvoltura y autoridad, requería noticia de las existencias de títulos a la dependienta que, azorada ante el ordenador, buscaba sin éxito los nombres que salían de la boca de aquel individuo, extraños nombres, a juzgar por la necesaria repetición insistente y por el lento y a veces dubitativo deletrear de los mismos. C-A-R-S-O-N M-C-C-U-L-L-E-R-S, y recitaba una serie de títulos consciente de estar siendo escuchado por el resto de la clientela, con la cadencia de quien conoce las obras que nombra y con la displicencia del que va a llevarse cualquiera que tengan para un regalo quizá, una sabia recomendación: El corazón es un cazador solitario, Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste... Nada. Absolutamente nada de este autor.
—Autora— corrige el cliente.
Parecía imposible que no hubiese noticia de esta escritora editada en España por Seix Barral, que no es sello raro. Pero el cliente no se amilanó y tomó como normal el resultado negativo de la pesquisa, dados —quizá— los medios y el mes en el que estamos —digo yo.
—Inténtelo con La Marcha Radetzky.
Y por un instante pensé en que el cliente pedía a aquella mujer que tararease el clásico de Johann Strauss padre, final clásico y descocado del Concierto de Año Nuevo. Por darle un medio, decía yo. No; un nuevo gesto conocido me devolvió a la realidad de la escena: Roth, Joseph. Joseph Roth. R-O-T-H. Me acordé de Álvaro Valverde y la casualidad de que él había escrito en su blog un día antes un texto sobre el autor de, ahora sí, La marcha Radetzky, Crónicas berlinesas, El triunfo de la belleza, La leyenda del Santo Bebedor, que fueron los títulos que recitó el cliente con la misma actitud que había demostrado momentos antes con parte de la bibliografía de Carson McCullers.
Decepción. Eso tuvo que ser lo que sintió aquel cliente cuando escuchó el resultado de la búsqueda.
—¿Seguro que es Joseph?— preguntó el cliente.
Sabía que no, que habría tecleado R-O-T-H y que se había colado Philip, y no Joseph. Yo compré mis lápices y me fui, dejándolos a los dos dando vueltas a un expositor de Anagrama, con los “Compactos” de bolsillo, buscando a Roth. Y a McCullers, a John Banville, a David Lodge, a Daniel Pennac, qué se yo. Buscando a Godot en una papelería.

sábado, agosto 12, 2006

Nuevos modos textuales

Sigo leyendo y anotando sobre los textos de creación y de opinión en los cuadernos de bitácora en internet. Principalmente, para hablar de nuevos modos en la crítica literaria, como ya dejé dicho a propósito del Diario de lecturas de Vicente Luis Mora.
Una compañera me prestó hace tiempo un libro sobre estos asuntos. Es una obra colectiva coordinada por Covadonga López Alonso y Arlette Séré, Nuevos géneros discursivos: los textos electrónicos. Madrid, Biblioteca Nueva, 2003, y en sus trabajos hay cierta base conceptual útil y algunos análisis bien fundamentados.
Los contenidos de los comentarios a las entradas de un blog son, principalmente, motivo de discusión y explican la mayoría de los criterios o instrucciones de uso que un autor publica para conocimiento de sus lectores. Normas de conducta basadas en la educación, en el respeto. Pero este segundo nivel textual que conforman los comentarios presenta otros lados menos deontológicos. Por ejemplo: una entrada o post puede generar cuatro comentarios (o cincuenta y siete); pero ese espacio textual queda recogido en un nivel de comunicación subterráneo, que no aflora a la superficie del cuaderno entero, que no contagia al resto de entradas de ese cuaderno. Y no sólo esto, sino que no es habitual que en otras 'superficies' textuales, en otros cuadernos de bitácora, diarios o blogs, haya restos de la actividad textual que ha generado un comentario perdido en el espacio.
Propongo una experiencia que no es nueva: escribir comentarios sobre entradas ajenas o sobre comentarios soterrados en la superficie textual del cuaderno, de tal modo que se le da publicidad a un texto 'oculto', si merece la pena.

viernes, agosto 11, 2006

Adiós a la época de los grandes caracteres

Tenía a Abraham Gragera como poeta pendiente e incompleto. Ahora que he leído su libro Adiós a la época de los grandes caracteres (Valencia, Pre-Textos, 2005) queda cancelada esa percepción limitada de un joven autor al que yo he considerado siempre extremeño, de Montijo, dicho sea sin tono reivindicativo.
Hace quizá más de seis años, tuve que irme de una lectura poética de Abraham en el Ateneo de Cáceres, organizada por Julián Rodríguez, y compartida con José María Cumbreño. Me explico. Escuché los comentarios y los poemas de éste, pero no pude quedarme, por otros asuntos, a la lectura de Abraham, que venía precedido de muy buenas referencias. Había leído los poemas que publicó Abraham en el número 10 de La luna de Mérida, de 1998, que pertenecían a un libro en proyecto titulado Hacia el comienzo, quizá germen de este Adiós... De La luna es igualmente un microrrelato publicado en 2003. También, por gentileza de Antonio Orihuela, leí lo de Voces del extremo. Poesía y conciencia (2000). Ahora lo recupero y lo completo en esta oportuna edición de Pre-Textos.
Hay un tú y un yo humanos en los poemas de Abraham, y un vosotros que se reserva para los objetos, cuya poetización es más cernudiana que nerudiana. Hay una variedad de formas sugerente en los poemas de Abraham en este libro. Y hay un poeta que ha leído y ha sabido dosificar y aderezar los tonos conocidos, como en la suite de “Siete presentes”. Muy recomendable.

lunes, agosto 07, 2006

Cementerio alemán, Yuste (tres)

Tercer apunte sobre un motivo poético del que hablé aquí el 8 de mayo. Tres días después, escribí una addenda para hablar de dos poemas inéditos que añadir a la lista, uno (otro) de Álvaro Valverde y otro de Santos Domínguez, fechado en enero de 2006. Éste, ahora, se hace con el Premio Alcaraván de Poesía, convocado por el Ayuntamiento de Arcos de la Frontera. Mientras escribo esto, el poeta, seguramente, pisa la arena de un litoral más abierto y extendido que el reducido espacio del cementerio alemán de Cuacos. Un motivo poético y, hoy, un motivo para la felicitación.

sábado, agosto 05, 2006

Apuntaciones añejas

Leo un apunte antiguo que recoge una cita de La Bruyère, tan suyo: "La gloria y el mérito de algunos hombres es escribir bien; el de otros, no escribir nada." En el mismo cuaderno, notas desde la habitación 305 del Hotel Presidente de Lisboa, la muerte de Carlos Cano, y "No viene a mí la luz como solía", de José Ángel Valente, un poema de Fragmentos de un libro futuro, algunos brillantes epigramas de GHB y notas sobre el donjuanismo. Entre noviembre de 2000 y marzo de 2001. Hoy la prensa trae la virulencia de los ataques de Israel sobre Qaa, al noreste de Beirut,que han reventado veintiocho cuerpos de sirios y libaneses que cargaban un camión. Yo, mientras tanto, por buscar un dato perdido en la memoria escrita, me demoro en la lectura de cuadernos antiguos.

martes, agosto 01, 2006

Santiago Castelo

No hace mucho, M. Simón Viola le aplicaba las palabras con las que Moreno Villa definió a otro extremeño como Enrique Díez-Canedo: "Fue jovial, animoso y poeta, jugó limpio, vivió en impecable lealtad y ponderación, no dejó un solo enemigo." José Miguel Santiago Castelo. Jovial, poeta, animoso, ponderado, impecablemente leal, sin enemigos... Su etopeya valdría para apuntalar para siempre los criterios por los que se conceden las medallas de Extremadura. Santiago Castelo tiene, además, el don de los pintores venerados, a quienes piden sus pupilos trazos naturales e imposibles:
—Maestro, pinte usted una tarde, pero un poquito sólo.
Y el maestro, entonces:

"En esta tarde así, bajo la ropa
tendida en la azotea, yo quisiera
diluirme en los malvas y en los ocres
que bajan hacia el mar entre las huertas..."
("Azotea", de Cuerpo cierto)