sábado, septiembre 29, 2018

Mi «De re rustica»

A Beatriz Crespo Cadenas
Realizar mis labores en el campus es mi manera de trabajar la tierra.

miércoles, septiembre 26, 2018

David T. Gies

Llamo a Madrid a unos amigos y se pone al teléfono este tipo de la foto. Dicen que es  Commonwealth Professor of Spanish and former Chairman of the Department of Spanish, Italian and Portuguese de la Universidad de Virginia (USA). Es, desde 1993, director de la revista Dieciocho, y uno de los hispanistas más hispanistas que he conocido, si cabe denominar así a un profesor de español en los Estados Unidos de América que ha sabido zambullirse en la cultura y las gentes de España, hasta ese punto de inmersión que un español admira en un extranjero que demuestra más pasión por las cosas de aquí que muchos de aquí. Es un orgullo tenerlo cerca. Me ocuparía demasiado espacio en esta página referir aquí lo principal de su currículum científico en el campo de los estudios —por citar uno de sus muchos intereses— sobre la literatura española de los siglos XVIII y XIX, en el que ha trabajado sobre autores como Nicolás Fernández de Moratín, ha editado textos clásicos como Don Juan Tenorio o ha abordado la historia del teatro español decimonónico. Me da reparo resumir así lo mucho que David T. Gies ha escrito. Entre 2013 y 2016 fue presidente de la Asociación Internacional de Hispanistas, y ese año del final de su responsabilidad en la AIH, la Academia Norteamericana de la Lengua Española le otorgó, junto a la profesora Raquel Chang-Rodríguez, el Premio Enrique Anderson Imbert, que reconoce la trayectoria de quienes han contribuido con sus estudios al conocimiento y difusión de la lengua, las letras y las culturas hispánicas en los Estados Unidos. A principios de este mes de septiembre, David enviaba el anuncio de la publicación del último número (41.2. Fall 2018) de su Dieciocho, con artículos interesantes de Philip Deacon sobre dictámenes de la Inquisición y el Arte de putear de Nicolás Moratín —qué ganas de conocer pronto ese libro sobre el erotismo poético en el siglo XVIII—, de Sally-Ann Kitts sobre la Raquel de García de la Huerta y los aspectos ilustrados, filosóficos e ideológicos de la obra relacionados con la subjetividad moderna, o la transmisión manuscrita de la poesía de Feijoo de un joven y feijooniano, y también poeta, como Rodrigo Olay Valdés... Esta revista, es, hoy por hoy, obra, casi exclusivamente, de David T. Gies. Genialidad y alegría son palabras que siempre me vienen cuando me acuerdo de David, el personaje de la fotografía. Y no digamos si llamo a Madrid a unos amigos y se pone él al teléfono para hacer alguna chanza.

domingo, septiembre 23, 2018

Vecina extremosa

© Fotografía de Demetrio Fernández Vaquero
Hay veces que la noche enmarca sucesos que por la mañana tienen la misma precariedad que un sueño mal recordado. Eran las seis cuando me desperté a causa de las voces y el llanto de una mujer que llegaban desde la calle, desde alguna vivienda con los balcones abiertos, como los míos en estas noches del veranillo de mi santo. Al poco, todo parecía muy alarmante, y la presunción de que aquello estaba provocado por algún infame nos puso en alerta a unos cuantos vecinos desvelados. Llamar a la policía. Lloraba desconsoladamente, y gritaba; pero no decía un nombre y yo sería incapaz ahora de reproducir alguna frase de su expresión extrema en el silencio de la noche de un sábado en una calle estrecha. Poco a poco se serenó todo y tan solo un aislado gimoteo se hizo audible. Y me quedé dormido. A las siete volví a despertarme y reconocí la misma voz. A esa hora —me alegré— eran jadeos y gemidos cadenciosos sin reparo alguno de perturbar el sueño de la vecindad. Qué maravilla entonces, qué ganas de poner la parte más conocida de la obertura de la Caballería ligera de Suppé, para que toda la calle la escuchase. Desde mi cama, alegre y agradecido, no habría podido saber si aquello era fingido o la entrega tras una reconciliación. Me quedé con lo último, cómo no. Si ella disfrutaba, sus vecinos también. Ella, la protagonista de una tragedia y, por fortuna, de un vodevil, seguía viviendo la vida, como yo, que continué tumbado, con las manos sobre el pecho, sin tiempo para excitarme, con media sonrisa, diciéndome, casi dormido: —«Ya escampó».

sábado, septiembre 22, 2018

Serrat

Foto © Efe
Disfruto de la lectura de la prensa sentado en mi terraza favorita de la Plaza de San Juan. Se está muy bien, incluso cuando se llena de gente y, sin poder evitarlo, te llegan las conversaciones de las mesas vecinas. La preocupación de una hija con un bebé en los brazos que cuenta a sus padres los problemas digestivos de la pequeña. Lo mucho que le ha gustado a una señora la ciudad, que hacía tantos años que no visitaba. De quién habrá sido el entierro de esta mañana —yo lo sé; estoy leyendo la esquela. Suele ocurrir cuando ya llevo un buen rato de lectura apacible y sin sobresaltos, ni siquiera de un tráfico que no acaban de restringir. Estremecido aún por la lectura de la noticia de ayer de la muerte súbita de una criatura de ocho meses en la guardería de la UEX, levanto la vista y veo en la acera a Joan Manuel Serrat —esta noche canta en el Teatro Romano de Mérida—, muy sonriente y amable con las personas que le saludan. A mi lado, desde una mesa ocupada por tres parejas, una de las mujeres pregunta al cantante si pueden hacerse una foto con él. —«Diez euros», responde Serrat, con una sonrisa de oreja a oreja mientras rodea con su brazo la cintura de la mujer rubia encantada de la amabilidad, la simpatía y el sentido del humor del autor de Mediterráneo. —«Es admirable —dice uno de los hombres —pelo oscuro de brillantes caracolillos, camisa blanca y bronceado de verdad— que alguien así sea tan atento y que, en lugar de quitarse de encima a los pesados, no le importe hacerse unas fotos. Qué simpático». Serrat sigue su camino, hacia el hotel, quizá, donde debe de alojarse, y desaparece. Si yo fuese como uno que yo me sé, me habría levantado y le habría invitado a sentarse a mi mesa para que tomase lo que quisiese, por los muchos ratos estupendos que me ha hecho pasar. —«¿Desde cuándo no nos vemos, Juan?». Fuera de bromas, quien desaparece sin darme cuenta es uno de los maridos de la mesa de la foto. Ha debido de ser en el mismo momento en que reconocimos a aquel señor con atuendo informal y una gorrilla como Joan Manuel Serrat. Y ha tenido que desaparecer por lo siguiente: al cabo de unos quince minutos, durante los que mis vecinos han seguido hablando del encuentro con el genial artista, ha vuelto el tipo —más bronceado de verdad que el otro, camisa blanca de Ralph Lauren, entradas marcadas por esa manera de peinar hacia atrás un cabello inseguro que acaba caracoleando con brillantez en la nuca y gafas de sol que para mí todas son Ray-Ban—, haciendo un gesto con su brazo derecho, como el que espanta un olor pestilente, y ha preguntado a todos —«¿Ya se ha ido el rojo ese?». Y ha añadido a voces, para que todos los que allí estamos lo escuchemos: —«¿Sabéis que ese quiso cantar «Mediterráneo» [sic] en el Festival de Eurovisión; pero en catalán? ¿Y sabéis lo que le dijo Franco? Pues sí, vas a cantar «Mediterráneo»; pero en la ducha, je, je.». He pedido la cuenta, y mientras espero, el energúmeno ha dicho a la que he supuesto su mujer con mechas: —«¡Déjame hablar, hostia puta!». A lo que ella ha contestado: —«Tranquilo, X, relájate». En un sorprendente cambio de tercio y para contemporizar, uno de los maridos ha dicho que Garcilaso de la Vega tuvo muchas disputas literarias con Miguel de Cervantes. Lo juro. A pesar de todo, se sigue disfrutando mucho de la lectura de la prensa en la calle y hoy ha sido un buen día —toco madera, que aún no ha terminado—, y «que todo cuanto te rodea / lo que han puesto para ti / no lo mires desde la ventana / y siéntate al festín. / Pelea por lo que quieres / y no desesperes / si algo no anda bien. / Hoy puede ser un gran día / y mañana también». Sigue gustándome leer la prensa en papel; pero basta con levantar la vista para ver la vida de otro modo.

viernes, septiembre 21, 2018

Esperando las noticias del agua

Suele pasarme con libros memorables sobre los que escribo. Es una sensación extraordinaria, de plenitud y de placer —casi podría decir que de salud física, por completar la manera de expresar un bienestar que, aunque parezca exagerado, puede llegar a ser el motivo principal de una recomendación literaria. Es, insisto, muy gustoso —un privilegio— dedicar un tiempo a la lectura y a la reflexión sobre lo leído para escribir algo sobre un libro de poemas como Esperando las noticias del agua, de Basilio Sánchez (Valencia, Pre-Textos, 2018). No soy yo de los que creen en la crítica literaria impresionista y de retórica evanescente; y por eso ando una y otra vez sobre estos cuarenta y ocho poemas (I-XLVIII), sin títulos, que son como estancias de un único texto que comienza con «Fue el año de la sed» y que termina cuando ella dice, respondiendo al segundo poema del principio, en el que él decía lo que decía, que podría haberle mirado de distinta manera y haberle dicho no «cuando nos conocimos / en vez de, sonriéndote, responderte que sí». Todo, claro, habría sido distinto para la entereza y la perseverancia, que son palabras clave (*) para mí de este libro de Basilio Sánchez que conozco desde noviembre de 2015 gracias a su confianza. Esperando las noticias del agua es una historia de amor en clave de libro de poemas; así que no espere el lector una historia de amor al uso, sino una de las buenas. De las que uno disfruta, y en las que hay una casa como espacio de la intimidad, y una ciudad como lugar de convivencia, en la que el tiempo se hace paisaje, en la que los sentidos, claro —poema XXII—, son protagonistas, y en la que hay poemas que deberían figurar en esa antología imaginaria e imposible que todos tenemos de la mejor poesía escrita desde hace un siglo, por lo menos. Los últimos versos del primer poema son «Pero fui yo el que estuvo / sentado junto al pozo / esperando las noticias del agua». Estoy feliz escribiendo sobre esto para decir unas pocas palabras que no tapen las principales, las del poeta Basilio Sánchez cuando lea sus versos el jueves 4 de octubre —qué lujo, también, con Álvaro Valverde— en el Salón de Actos del Instituto de Lenguas Modernas de Cáceres, a las ocho de la tarde. Será en el «Aula de la Palabra» de la Asociación Cultural Norbanova.

(*) «En las construcciones formadas por dos sustantivos que constituyen una unidad léxica, en las que el segundo de ellos modifica al primero como si se tratara de un adjetivo, normalmente solo el primer sustantivo lleva marca de plural: horas punta, bombas lapa, faldas pantalón, ciudades dormitorio, pisos piloto, coches cama, hombres rana, niños prodigio, noticias bomba, sofás cama, etc. No obstante, hay casos en que el segundo sustantivo puede adquirir un funcionamiento plenamente adjetivo y adoptar también la marca de plural, como es característico en esta clase de palabras. Normalmente esto sucede cuando el segundo sustantivo puede funcionar, con el mismo valor, como atributo del primero en oraciones copulativas; esta es la razón de que pueda decirse Estados miembros, países satélites, empresas líderes, palabras claves copias piratas (pues son posibles oraciones como Esos Estados son miembros de la UE, Estos países fueron satélites de la Unión Soviética, Esas empresas son líderes en su sector, Estas palabras son claves para entender el asunto, Las copias requisadas son piratas).
Es decir, tanto palabras clave o copias pirata como palabras claves o copias piratas son expresiones posibles y correctas. En el primer caso, clave pirata están funcionando como sustantivos en aposición y no adoptan la marca de plural. En el segundo, están funcionando como adjetivos plenos (con el sentido de ‘fundamental’,  en el caso de clave, y de ‘ilegal o no autorizado’, en el caso de pirata),  de ahí que adopten la marca de plural en consonancia con el sustantivo plural al que modifican. (Real Academia Española)


jueves, septiembre 20, 2018

Glorias de Zafra (XXI)


Me acuerdo de mi padre (Zaragoza, 1915-Zafra, 1992) cuando, después de haber tenido una conversación con alguien, apago el teléfono —ya no lo cuelgo. Y recuerdo aquella casa en Zafra de la calle Cánovas del Castillo (hoy Gobernador), esquina con Cristóbal de Mesa (hoy Cerrajeros) las mañanas de verano con los balcones abiertos y abiertas las ventanas de la planta baja, donde estaba la oficina de CAMPSA, la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima, que fue uno de los primeros nombres extravagantes para otros y familiares para mí que yo aprendí de memoria, o decía de carrerilla, como decíamos entonces. Se escuchaba todo lo que venía de abajo aquellas mañanas de verano: el tecleo de las máquinas de escribir, el zumbido tenue y constante de los ventiladores, las conversaciones de quienes allí trabajaban, la melodía misteriosa —así la denominaba mi padre— que silbaba siempre un vecino cercano, los pocos coches que pasaban, y, sobre todo, esa manera estentórea de mi padre de decirnos que estaba trabajando, que hablaba por teléfono —aquel sí se colgaba— con algún proveedor, con la subsidiaria, como yo siempre creí que se llamaba la parte más industrial del adminículo zafreño del monopolio, y que daba esas voces que a mí, ahora, cuando hablo por teléfono, después de tantos años, me vienen como una reconvención de que yo también hablo a voces por el aparatino. Antiguamente, podría comprenderse, cuando era «conferencia», y había que hablar alto para que llegase tan lejos... No es lo mismo ya, claro; y esta tarde, que he conversado con una colega de Barcelona, que sabe mucho de literatura y que es una gran señora, me ha dado la sensación de que yo daba las mismas voces que mi padre cuando hablaba a lo suyo. La gran señora se llama Rosa Navarro Durán y me ha gustado mucho hablar —alto— con ella. Me ha contado que el próximo mes de enero vendrá a Extremadura para inaugurar la exposición, que sigue itinerando desde 2016, Dieciséis personajes que maravillan... y Miguel de Cervantes, de Acción Cultural Española, que recalará en la Biblioteca Pública «Bartolomé José Gallardo» de Badajoz, donde hemos quedado para que mis alumnos la visiten y que mis antiguos alumnos que sean profesores lleven a sus alumnos. Y así todo. Y así ha sido que me he acordado de mi padre.

RCEH

No conozco personalmente a la profesora Rosalía Cornejo Parriego, de la Universidad de Ottawa (Canadá), que ha sido directora hasta su más reciente número (42.2. Invierno 2018) de la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos. Sustituyó en 2014 a Jesús Pérez Magallón, que dirigió la revista desde 2003, y a quien sí tengo el gusto de conocer desde hace mucho. Me ha llamado la atención la «Nota de la directora» con la que se abre el número dedicado al suicidio en las representaciones culturales españolas e hispanoamericanas que lleva el antetítulo de Muerte por mano propia. Recoge este volumen, compilados por Rita de Grandis y María Teresa Grillo, trabajos sobre suicidio y creación literaria en autores como Ganivet, Horacio Quiroga, Azorín, Vila-Matas o José María Arguedas, entre otros. Pero me he detenido en la nota en la que ella se despide de la dirección, y en la que, después de decir que ha sido un honor desempeñar su puesto y recordar las palabras con las que asumió dirigir la revista —que se referían a los criterios pragmáticos dominantes y la minusvaloración de las Humanidades—, subraya que «el pensamiento crítico, la reflexión innovadora, el análisis cultural desde perspectivas múltiples, lejos de ser irrelevantes, son fundamentales y cada vez más urgentes para cualquier sociedad democrática que quiera estar a la altura de los retos que plantea el siglo XXI». Claro que sí. Son palabras con las que todos podemos estar de acuerdo, siempre que no escondan una defensa de los estudios culturales como la única manera de acercarse a la literatura actual, despreciando a veces la verdadera filología como ciencia que interpreta a los autores y los textos, con especulación general de todas las demás ciencias. Bien está, en cualquier caso. Y enhorabuena a Rosalía Cornejo —y a Jesús— por haber logrado una revista de la calidad de la RCEH y bienvenida sea la nueva etapa con Odile Cisneros en la dirección. No sé, a lo mejor esto interesa a alguien.

martes, septiembre 18, 2018

Menú

Hoy he ido a la Biblioteca Central a devolver unos libros y he vuelto a cruzar la plaza que nos separa desde la Facultad —qué pena (o no) que aquella pasarela que iba a comunicar los dos edificios no se hiciese— al sol y sin sombrero. A mi edad, tan provecta como el que quiera considerar cincuenta y seis años de vida, conviene reparar en las manchas que salen en la calva —rasgo físico que para personas como Federico Jiménez Losantos puede merecer el vejamen intencionado de «calvorotas», que así llamó al periodista José Antonio Zarzalejos, y, con otras lindezas, por el que fue condenado a pagar un porrón de miles de euros. Más, sin duda, que mis hipotecas. Bueno, yo no quería hablar de esto. Otra vez me pasa que me voy por los ramos. Ramos & Ramos, imagino, sería una empresa distribuidora de frutas en mi pueblo. De lo que yo quería escribir hoy es que he ido a la Biblioteca de mi universidad a devolver unos libros, y, entre ellos, un ejemplar de la Bibliografía fundamental sobre la literatura española (Madrid, Editorial Castalia, 2003), de Francisco Muñoz Marquina, en el que me he encontrado, empaginada entre la 506 y la 507, una cartulina azul con este menú que muestro en la foto de arriba. En la biblioteca había mucho jaleo —no sé si algo como un curso para quienes allí trabajan o son del servicio en otras partes del campus— y los despachos a los que llamé estaban cerrados; de manera que no pude mostrar mi hallazgo —solo a A.C., que, la verdad, no pudo entretenerse conmigo; pero que sí reparó en postre tan enigmático como «Magia negra». Todo, otra vez, por un libro. Bien. 

lunes, septiembre 17, 2018

Huelva

De la Ría de Vigo, frente a las Islas Cíes, a las Marismas del Odiel de Huelva en el mismo Atlántico. Dentro de unas horas comienza el tercer Taller Metodológico «Contextos, métodos y retos de la investigación doctoral en Lenguas y Culturas» y que terminará mañana, martes 18. Lo organiza la Universidad de Huelva y es una de esas actividades que ofrece el Programa Interuniversitario de Doctorado que Jaén, Córdoba, Huelva y Extremadura compartimos como oferta sostenible para los estudiantes que quieren cursar estos estudios, algo tan difícil en universidades pequeñas, con menos población que otras. Quiero hablar de bibliografía, de cómo organizar toda la información bibliográfica que un investigador maneja en el desarrollo de su investigación. No, no son solo cuestiones técnicas. Me gustaría citar, cuando venga al hilo, una frase de Unamuno en el preliminar de sus Tres novelas ejemplares y un prólogo: «La pereza mental, el no saber juzgar sino conforme a precedentes, es lo más propio de los que se consagran a críticos». Porque nos hemos dado que la acumulación de datos es erudición. Y no, no es eso; y menos en los tiempos que corren. También me gustaría comenzar —lo he improvisado hoy— con una ilustración de actualidad, un corte del programa Hora 25, de la SER, en el que Antón Losada —entre el minuto 10 y el 15— habla, a propósito de la polémica de la tesis de Pedro Sánchez, y, de paso, sobre el asunto que dentro de unas horas nos ocupará en este taller del Doctorado Interuniversitario de las Universidades de Jaén, Córdoba, Huelva y Extremadura, que tanto nos lo llevamos trabajando. En Huelva, pues.

sábado, septiembre 15, 2018

El club de la comedia

Tienen el escenario y los focos. El escenario puede ser la calle, un pasillo o el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Los focos pueden ser de verdad, como en el teatro, o las luces de las cámaras que graban o, simplemente, los flashes de las fotográficas. También tienen los aplausos, en vivo y en directo, como en cualquier espectáculo que se precie. Por ejemplo, en el discurso del presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, cuando hace el chiste de que hay dos Valles de los Caídos, uno el que está «cerca de El Escorial», y otro el que está en La Moncloa, en el que ya han caído dos ministros —él y ella— y una directora general. Luego, o antes, da igual, sale la exministra de Sanidad, Carmen Montón, que dice a propósito de las sospechas de irregularidades sobre su máster en la Universidad Rey Juan Carlos que «fue hace ocho años y a estas alturas me supone un gran esfuerzo recordar y recuperar el trabajo que hice». Otro chiste. Sin aplausos. ¿Ocho años? No hace nada que me puse, como muchos compañeros que conozco, a defender mi currículum con documentos originales que provienen de hace treinta años. Mañana podría mostrar un ejemplar de mi tesina de licenciatura, encuadernado en pasta dura marrón, un mecanoscrito que tiene la friolera de treinta y dos años. También conservo los trabajos que hice en la carrera y en varias carpetas de mi ordenador tengo hasta tres versiones de una treintena de trabajos de fin de máster de mis alumnos, por si alguno tiene la necesidad algún día de demostrar que lo hizo. Mi tesis está publicada en otro formato, distinto al que fue cuando la defendí; pero mis trabajos, y los de todos mis compañeros pueden leerse en la red, y a ninguno se nos traspapela nada que pueda probar lo que hemos hecho para que alguien de los ministerios a los que acceden los de los másteres de filfa nos reconozca que los profesores e investigadores no somos unos gandules. Qué lástima que ya no esté Eva Hache para presentar de otro modo esta comedieta vulgar a la que tanto contribuyen —será porque no está ya E. H.— los medios de comunicación que tanta cancha dan a futbolistas de primera como a políticos de segunda. Menos mal que los filósofos, los que juegan al ajedrez, los maestros de escuela y miles de personas con dignidad no salen en esos medios en los que siguen trabajando tan dignas mujeres como Pepa Bueno o Àngels Barceló. Claro, ellas no pueden compararse con la Hache en dirigir el desalentador teatrillo de casi todos los días. Comencé a escribir esta entrada ayer y me alegro hoy de leer en el editorial de El País —que en pág. 34 de su edición en papel trae la flaqueza ortográfica «La juez no haya ni rastro del dinero» cuando trata el caso IVAM— «Cortina de humo», sobre el asunto de la tesis doctoral de Pedro Sánchez, que «Las acusaciones sin pruebas no hacen más transparente la vida política española. Más bien lo contrario: en la versión ibérica de Trump, reducen la política a la cultura del espectáculo». Eso, más o menos, el club de la comedia. Lástima.

jueves, septiembre 13, 2018

Ignacio

Hace casi treinta y tres años, en octubre de 1985, me hice cargo de las asignaturas de Literatura Hispanoamericana que impartía mi compañero y hoy amigo Ignacio Úzquiza (Burgos, 1948). Aquella situación, por circunstancias que ahora resultaría prolijo enumerar, me permitió convertirme en profesor de la Universidad de Extremadura. Este curso pasado, después de cuarenta y tres años dando clases en Cáceres, Ignacio se ha jubilado, y las asignaturas que deja de impartir, «Fundamentos de la Literatura Hispanoamericana», en primer curso del Grado de Filología Hispánica, y «Textos de la Literatura Hispanoamericana», optativa en el tercer curso de ese mismo grado, las incorporo a mi plan docente, y cierro una especie de ciclo, orgulloso de volver a vincularme desde lo profesional en lo afectivo, esas dos caras de la vida que muchos no quieren que se mezclen. Una especie de símbolo de los que me gusta mostrar después del paso del tiempo. Un gusto, como pasear con el compañero y amigo por el campus extraordinario de la Universidad de Vigo. Una gozada en una mañana luminosa y azul a una temperatura que le lleva a decir a un vigués de un bar de la Plaza de América que el tiempo está volviéndose loco. Un apego apacible. Que de Apegos feroces, el libro de Vivian Gornick (Sexto Piso, 2017), que tanto ha tardado en ser traducido al español desde su primera publicación en inglés (1986), habló ayer por la mañana la periodista y escritora peruana Gabriela Wiener en la sugerente plenaria —que concluyó cantando— del XIII Congreso Internacional de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos, que, hasta el viernes, se celebra en esta ciudad de Vigo en la que Ignacio y yo no hemos parado de hablar, como si nos fuese la existencia en ello. En pocas horas hemos levantado acta del sabor a vida que tiene cada gesto pequeño en una ciudad en la que a cada paso uno se gradúa en sociabilidad. Como un joven travieso, mi amigo ha querido presentarme a una joven a la que ha preguntado en la calle por una dirección que ya conocíamos, y le ha besado la mano. Como un compañero responsable que me cede un testigo importante, me ha presentado a colegas conocidos y desconocidos, y me he sentido como aquel inexperto de veintitrés años que, sin pensarlo, se atrevió a dar sus primeras clases. En esta Galicia tan cálida un taxista apasionado y amable nos ha recomendado un paseo, hemos disfrutado de la buena comida y de largas caminatas por itinerarios tan raros como unos muelles con olor industrial y pesquero, o tan deseables como los verdes senderos que te llevan hacia esas playas sobrevenidas y pequeñas de la zona de Bouzas de este Vigo —o no— desde el que escribo estas líneas por la pura gana de darme un homenaje.

domingo, septiembre 09, 2018

Un cadáver exquisito

Ayer acudí a ver en el Teatro Maltravieso Capitol el espectáculo de Estudi Zero Teatre Un cadáver exquisito, sobre textos dadaístas, que se estrenó hace un par de años para conmemorar el centenario de la fundación del movimiento Dadá en el Cabaret Voltaire de Zúrich en 1916. Estudi Zero es una compañía y escuela de teatro de dilatada trayectoria —me contó anoche Isidro Timón que llevan remontando uno de sus primeros trabajos, La cantante calva, de Ionesco, desde hace tres décadas— y se nota esta experiencia y esta sabiduría en la muy trabajada propuesta que han hecho, difícil de ejecutar cuando el referente objetivo de un texto convencional se pierde, como es el caso. De ahí que la música, las imágenes proyectadas sobre el foro, el extraordinario juego de la tela elástica, el movimiento de los actores, el vestuario colorista, sugerente, la expresión gestual, todo muy bien trenzado, sostengan un divertimento teatral de gran calidad en el que sobrevuela la palabra histórica, plural y compartida de un Hugo Ball y su poesía fonética, de un pionero como Georges Ribemont-Dessaignes o del mismísimo y principal Tristan Tzara y su diálogo El corazón a gas, que es una de las bases de las que parte el texto de Un cadáver exquisito; y no en vano los seis actores se corresponden con el número de personajes de ese texto (Ojo, Boca, Oreja, Nariz, Ceja y Cuello). A la salida, compartí con Luis Molina (La Almena Producciones) la satisfacción por haber visto algo que no se suele ver en estos tiempos; un espectáculo difícil, radical y antiartístico —sin zapatillas—, del aire de aquellos —decíamos— que hace veinte o treinta años veíamos con frecuencia y con una naturalidad que casi diría que era ideológica. En una más que voluntariosa recreación de cierto ambiente antiguo de vanguardia, los actores te reciben en la sala y te invitan a pasar al ambigú para tomar un vasito de absenta y, minutos antes de que empiece la función, departir con ellos junto a alguna simulación de poemas dadaístas —ya se sabe: lo de coja un periódico, coja unas tijeras, recorte...— para abrir boca a una proposición digna de verse. Enhorabuena.

sábado, septiembre 08, 2018

Primera persona


He terminado de leer otra novela escrita en primera persona. Esta, diré, en primerísima persona; y muy interesante como indagación —de nuevo— sobre el hecho de escribir, por mucho que el motivo que la pone en marcha sea tremendo y cree unas expectativas que el autor ha sabido resolver con mucha maestría y honestidad. Me envuelve una manera de contar que tanto acerca al narrador a hechos intransferibles y que, a pesar de todo, pueden resultar muy próximos al lector que soy. Me veo a mí mismo escribiendo ahora y la lectura de un fragmento en el que el personaje principal conduce su coche me devuelve mi imagen al volante, una mañana muy limpia por una carretera con tráfico escaso, trazado conocido y parajes hermosos. Yo volvía a casa, como el que regresa para encontrarse, paradójicamente, con una despedida inevitable. De no haber resultado una imprudencia que nadie puede permitirse, habría pasado más tiempo mirando por el espejo retrovisor que hacia aquel asfalto que el frente de mi coche se tragaba a más cien kilómetros por hora; pero con mucha precaución. Dejaba atrás una delicia. Una despedida puede llegar a ser tan solo una más de esas despedidas que se olvidan con un reencuentro. Aquella forma de separarse y ponerse en marcha es un hecho tan digno de ser escrito como el relato real o ficticio que uno tenga ante los ojos. Estoy en ello. Por emulación, como tantos escritores inseguros cuando terminan de leer un buen texto literario.

viernes, septiembre 07, 2018

Desayuno


Comparto con alguien que el desayuno es la mejor comida del día. Después del aseo, es el segundo rito con el que uno recibe la dicha de seguir vivo; y también es deleite para el cuerpo. Es más que eso. Lo preceden el gesto a veces arisco de apagar el despertador e, insisto, el de abrir el grifo de la ducha, que todavía a esa hora sigue siendo un despertar embargado. Pero desayunar ya lo dice todo. Es la única comida que no se devalúa por repetirse estrictamente todos los días; vamos, yo creo que es especial porque se repite, por consistir, y a conciencia, siempre en lo mismo. Hay quien cena, sí, un yogur todas las noches; pero a mí en eso no me parece ver la sana disciplina y la naturalidad que tiene la presencia en tu vida de unos trozos de frutas, un café caliente y una tostada de aceite que, sin entrar en disputas de ortorexia, son razones por las que yo, al menos, me levanto un poco más temprano. Hay un texto de Cortázar que se titula «Desayuno», de la segunda parte de Último round (1969), del que me he acordado alguna vez, aunque no tiene ninguna relación con este sentimiento que me lleva a escribir sobre esa situación que es lo mejor que a uno le puede pasar también en compañía. Además, por lo que puede acabar por haber significado. Y me ha pasado, claro. Afortunadamente. Desayuno solo y no puedo salir a la calle sin haber desayunado. Sin embargo, mis mejores recuerdos son en compañía, y el último, curiosamente, en una cafetería de una calle cualquiera. Y bien, siempre bien.

jueves, septiembre 06, 2018

Libros

Siguen llegando libros a casa. Uno de ellos se ha hecho notar. Con sus 1.062 páginas sus 29 x 23 cm., la edición facsimilar de la revista Espadaña (León, 1978), que me ha regalado mi hermano José María, me recuerda mis primeros años en el departamento de Literatura Española en la antigua Facultad y aquellos ejemplares de los facsímiles de algunas de las revistas más importantes de la vanguardia y la posguerra españolas. Otro regalo me lo traje antes, el de mi compadre: la «edición completa» de las Poesías de Meléndez Valdés que se publicó en 1849 en Barcelona (Juan Oliveres, impresor de S. M.), y que reproduce en paginación y contenido la de 1838 (Barcelona, Francisco Oliva), que también tengo, y que los editores del poeta, los hispanistas Polt y Demerson, decían no haber visto. Y hoy ya está en casa el último libro de Pureza Canelo, Retirada (Pre-Textos, 2018), con cuarenta y cinco textos en prosa como apuntaciones de dietario más uno de cierre, de tan solo una línea, que es como un pie a un fondo musical (flamenco). Merece lectura más sosegada y un espacio aparte. Como también ya están aquí los Poemas póstumos de Luis Eduardo García, que ha editado Cumbreño en Liliputienses y que han llegado con el tercer número de la «revista microscópica de poesía» Los poetas no son gente de fiar, que trae también un poema del mexicano García. Esta noche es más de asientos bibliográficos, como puede comprobarse. Es que yo siempre he tenido afición a escribir; pero una vez que me pongo a la tarea, me sale esa inclinación inevitable a escribir tonterías. Y últimamente escribo demasiadas. A mí me suena que en El tío Vania de Chejov alguien le dice a alguien que solo escribe tonterías. Pues yo debo de ser ese. Yo necesito a alguien que me diga no sé qué de los tontos y que siempre queda alguno. Qué gracia. En serio, siguen llegando libros a casa y es mi problema buscar la manera de acogerlos.

martes, septiembre 04, 2018

Dice

Dice que ha escrito en una servilleta de papel «Busco refugio en la lectura», y que no sabe a qué se refiere. Que no huye de nadie y que nada necesita, que no sabe por qué ha escrito eso. Ahora me doy cuenta, pues soy yo mismo quien habla ante algún espejo imaginario. Lo que yo no sé es por qué me lo dice. Yo sí que necesito refugio... En la lectura y en cualquier cosa que valga la pena. No me canso de decir a quien tengo a mano que he vivido como nunca la importancia de cualquier detalle, de un instante. Si me llevo el tenedor a la boca o tomo un sorbo de vino, si veo un amanecer, es decir, la luz del día, o el sentir de una conversación de una pareja a la noche por esta calle en la que todo se oye. Y sobre todo si miro a los ojos de alguien que no puede sentir lo mismo que yo porque no es lo mismo; pero que seguro que sabe a qué me refiero. Es todo tan importante, tan vital. Tan sentido como sentir una cabeza sobre tu pecho o tu cabeza sobre el pecho de quien te abre a la vida. Parece mentira que sea verdad todo lo que ocurre, pase lo que pase. Dice que le gusta que me levante de pronto para leerle un poema. Que nadie se llame a engaño, pues no puede ser mío. Nunca he escrito nada parecido a algo que merezca ser considerado un poema; pero llevo toda la vida afanado, como tantos otros, en buscar el bien de quien quiero. Y no lo consigo. Por eso yo siempre aparento y quedo bien leyendo textos de otros. De Fray Luis de León a Gabriel Ferrater. De Lezama a Lima.

domingo, septiembre 02, 2018

Vuelta

Este año no he visto el mar. Eso creo. Pero lo veré, cuando dentro de poco vaya a Galicia. No me he bañado en las aguas de ninguna costa; ni siquiera en las de una piscina. No lo he echado de menos. El día de mañana igual no soporto algo así y me convierto en un ser acuático. Qué tontería. No hay remedio. Hasta en los programas de radio más alternativos se recurre a esa idea de que el fin del verano es una estación término y un estado de ánimo volver a lo que muchos llaman rutina, que, para mí, no es más que un diminutivo de ruta. La ruta que algunos quieren que sigamos. Siguen llegando mensajes de hoteles en los que me preguntan por Madrid o Budapest, por Córdoba o Berlín, y me dicen que yo soy el que tiene que decidir cuándo acaba el verano, para que no deje de viajar «ni en septiembre». Lo cierto es que mañana volveré al trabajo gustoso que me permitirá leer y escribir, como ha pasado siempre, sin necesidad de hacer un mundo de ello, sin dar más importancia que la que tiene volver a ver el mar después del tiempo que sea. Qué más dará.

sábado, septiembre 01, 2018

De «Los entendidos»

Es un fragmento de esas páginas que tengo escritas desde hace mucho bajo el título de Los entendidos, sobre la crítica literaria. Ahora veo que no tiene mucha relación con la crítica; pero como se trata de un diálogo con un personaje llamado Nuria al que el narrador cuenta sus impresiones sobre lo que lee, sí viene al caso que le hable sobre los modales en la manera de escribir, de un tipo de escritura en la que, se hable de lo que se hable, el policía siempre es un madero, el extranjero un guiri, el dinero es la pasta, los guardia civiles picoletos, el asunto la cosa, trabajar es currar, nada de nada nasti de plasti, la gente todo cristo, muchos tropecientos, y no respetar, por ejemplo, es pasarse por el forro de los huevos cualquier cosa o asunto. El trozo tiene casi quince años, y lo copio aquí sin tocar: «Tengo delante de mis ojos varios ejemplares de suplementos con textos de Pérez-Reverte. Tratan del uso de la lengua, del proyecto de restauración de una catedral, la de Vitoria, de la Academia Española, de los mendigos en las calles... El más antiguo es de diciembre de 2003, y hay otros de febrero y de junio y de la primera semana de agosto de 2004. Tomo al azar uno de ellos —«Hay diez justos en Sodoma»—, y en la séptima línea me encuentro con «la puta foto de prensa», y a partir de ahí a «golfos», «sinvergüenzas», «meapilas de sacristía», a la «estúpida arrogancia», en definitiva, a «anda y que nos den por saco». Yo, en realidad, no quiero referirme al contenido, sino a la manera de escribir, porque aunque un determinado asunto parece que impone un registro, en Pérez-Reverte da la sensación de que el hecho de hablar de los acontecimientos consuetudinarios que suceden en la rúa genera esa mala hostia escribiendo que permite a cualquier lector con un simple vistazo subrayar palabras y expresiones del tipo de las mencionadas o estas otras: «a mamarla a Parla», «patada en los huevos», «esos mierdas», «hijoputa», «acojonado», «el chichi de la Bernarda», «esos hijoputas»... Los ejemplos, ya digo, son los que tengo más a la mano, pero el lector puede hartarse si consulta algunas de las recopilaciones publicadas de estos artículos, Patente de corso (1993-1998), en Alfaguara, de 1998, y —obsérvese el título— Con ánimo de ofender (1998-2001), en la misma editorial, en 2001, ambas con prólogo y selección de José Luis Martín Nogales». Han pasado los años y yo, simplemente, estaba leyendo unos textos que escribí y que ahora justifican que me acuerde de lo que leí este pasado fin de semana y que reivindique al Pérez Reverte que escribió esto que aquí puede leerse: «No pasa nada, se puede».