miércoles, julio 30, 2008

Un pañuelo blanco para 'Clásicos Populares'

Esta tarde se ha despedido de la radio pública (Radio 1 y Radio Clásica) uno de los mejores programas de toda su historia, Clásicos populares. A pesar de esto, a pesar de que su director y fundador, Fernando Argenta (Madrid, 1945), ha conseguido con su programa varios Premios Ondas, varios, también, Premios de la Música de la antipática SGAE y dos más de la APEI de Radio y Televisión, el Premio Comúsica, la Medalla de Honor de la Quincena Musical de San Sebastián, el Micrófono de Oro, el Premio Fernando García de Castro del Festival Internacional de Música de Úbeda, numerosos premios en Cantabria, en donde nació su padre Ataúlfo Argenta (Castro Urdiales, 1913-Madrid, 1958), el Premio del Club Internacional de Prensa..., entre otros (incluso creo que en estos días pasados ha caído alguno más).
Las causas de su desaparición son vergonzantes; pero sólo con este palmarés podría defenderse ante cualquier examen sobre rendimientos. Cuando, hace dos años, cumplieron treinta —el primer programa se emitió el 12 de abril de 1976—, la directora general de RTVE entonces, Carmen Cafarell, llamó al programa para decir a Araceli González Campa —otra ‘desaparecida’ o ‘prejubilada’— y a Fernando Argenta que muchas felicidades y que les deseaba treinta años más “de ese programa maravilloso”. Hoy resultan patéticas las palabras en la web de Radio Nacional de España como despedida de honor de programas como Clásicos populares. Lo que más se repite es eso de “voluntaria”. Hasta al mítico Ramón Trecet le he escuchado algo parecido: —Se va el que quiere.
Ayer, Fernando, en su programa soltó la ‘tontería’ de un reclamo popular para llamar la atención por la despedida de este programa ejemplar: que los oyentes —o escuchantes, como quiere Pepa Fernández en No es un día cualquiera— saliésemos a la calle con un pañuelo blanco al cuello, al modo de los Sanfermines, o que pusiésemos un lazo en el coche en un lugar visible, o que sacásemos una sábana blanca al balcón. Hoy ha llamado gente al programa que lo ha hecho. Creo que ha sido una oyente.
Escucho el programa desde que era estudiante de Bachillerato, allá por el año 77, cuando quedé sorprendido por la manera de divulgar la música clásica que tenían personajes como el propio Argenta, Carlos Tena o José Manuel Rodríguez “Rodri”, que con Beatriz Pecker y Araceli G. Campa, también presentadoras del programa, o Eugenio Verdú, el productor, han estado presentes en la emisión de hoy, entrañable y emotiva. Reconozco que me han emocionado las voces algo quebradas de todos, y los silencios, sobre todo, cuando Fernando ha agradecido tanto a Toñi, a quien no tengo el gusto de conocer.
Una lástima, por todo. Pongo este pañuelo blanco.

Aquí puede escucharse este programa especial, el penúltimo de Clásicos populares.

Foto © Web de Radio Nacional de España

lunes, julio 28, 2008

Amapolas blancas

En el gremio de editores debe de haber alguna ley no escrita o norma de orden consuetudinario que recomiende la omisión del pasado editorial de una obra cuando no ha sido publicada por el sello propio. Esto es tan claro como que una editorial que se precie va a aludir al pasado de cualquiera de sus títulos siempre que haya sido publicado en el propio sello. Sin duda, la publicación en la colección “Andanzas” de Tusquets Editores de esta espléndida obra de Gonzalo Hidalgo Bayal, Campo de amapolas blancas, es algo extraordinario, y su edición, el objeto-libro, hace que el lector relea el libro como obra nueva; y así ha sido en mi caso. Pero esto no quita para que en un rincón se diga que este maravilloso texto salió por vez primera a la luz pública en la colección La Gaveta (número 2) de la Editora Regional de Extremadura en 1997. Y es verdad también que en esta nueva edición hay un agradable “Epílogo” de un amigo de Gonzalo, Luis Landero. Pero sigo sin entender esa norma o ley no escrita por la que esta misma editorial omitió el pasado de títulos como Paradoja del interventor, de, también, Gonzalo Hidalgo Bayal, o de Entre líneas, de, también, Luis Landero, ambas obras publicadas por primera vez en la también extremeña Del Oeste Ediciones.
Si alguien me pidiese una recomendación para leer ahora mismo, le daría este Campo de amapolas blancas. La verdad, también, es que le recomendaría éste, el objeto-libro que ha sacado Tusquets Editores; porque sé que el lector va a sentirse más cómodo y porque el texto gana de esta forma. Y, también, la verdad, le duraría poco el placer, porque se lee de una sentada, con delectación, claro.
Los críticos literarios fiables deberían recomendar libros casi sin argumentaciones; o sólo con algo parecido a lo que yo acabo de dejar en el párrafo de arriba. Casi nada. Nos ahorraríamos mucho. Y entonces, luego, los lectores, cuando les agradezcan a esos críticos que les recomendaron un libro, se convertirán en críticos y se explayarán —lo digo por experiencia, como crítico, como profesor, y no como lector— sobre aquellos aspectos o rasgos del libro en cuestión que lo hacen una obra recomendable. Entonces, puesto en el caso, yo recibiría cartas electrónicas con opiniones como las siguientes: el estilo de Gonzalo Hidalgo en esta novelita es primoroso; en esta novela hay mucha literatura y se incita amablemente a leerla —por ejemplo, a Sartre y a Camus; qué hondura de relato y qué perfiles de personajes; me ha ayudado mucho a entender la atmósfera de Paradoja del interventor; es un relato que tiene mucha poesía...
Ay, la crítica literaria.

Tablón de anuncios

Como el medio sobrepasa con mucho el modo de lectura, pongo aquí dos mensajes recibidos en los últimos días como comentarios a entradas antiguas. Si no, quedarían en ese limbo del medio al que nuestros hábitos lectores llegan con dificultad.

1. Escribe Francisco Javier Illán Vivas a propósito de mi itemLas reflexiones egocéntricas de Guillermo Carneo (y un poco de las mías)”:
“Hola.
El próximo número de
Ágora, papeles de arte gramático, incluye un especial dedicado a Guillermo Carnero y su generación.
Incluye un artículo del catedrático Díez de Revenga y una entrevista a cargo de Fulgencio Martínez.
Saludos.”

2. El otro comentario es de Julia Otxoa, sobre mi entrada Manga Ancha:
“Hola, soy la escritora Julia Otxoa, acabo de descubrir gracias a este blog la existencia de la revista Manga Ancha, el hecho de ser puente entre tres lenguas y saber que le han dedicado un número a la poesía y otro al cuento, me parece de un gran interés. Me gustaría contactar o bien con Emilia Torrado o algunos de sus editores para poder acceder a ella, si alguien puede proporcionarme algún correo electrónico se lo agradecería. Estoy escribiendo desde San Sebastián (Guipúzcoa) y aquí es imposible acceder a ella en las librerías.
Un cordial saludo.

Julia Otxoa
otxoarte@telefonica.net
www.juliaotxoa.net”


Fotografía © Toni Verd. Barcelona.

domingo, julio 27, 2008

Un poeta resentido

Vuelve a recordar Juan Goytisolo hoy en El País las veleidades literarias de este descerebrado, el que fuera líder serbobosnio Radovan Karadzic. Estábamos en Florencia cuando fue detenido y la prensa difundió la fotografía de este individuo de barba blanca y espesa. En La Stampa se hablaba de que le llamaban “Papá Noel”. A veces los lugares comunes propician unos símiles la mar de siniestros. Es un rostro del mal, y habría que acostumbrarse a él, e incorporarlo como tipo, igual que habría que hacer con el del monstruo Josef Fritzl.
Digo vuelve Juan Goytisolo porque ha escrito muchas veces sobre este psiquiatra de origen montenegrino, que bombardeó la Biblioteca de Sarajevo en agosto de 1992 hasta destruirla y hacer desaparecer “miles de manuscritos árabes, turcos y persas […], obras de historia, geografía y viajes; teología, filosofía y sufismo, ciencias naturales, astrología y matemáticas; diccionarios, gramáticas y poemarios; tratados de ajedrez y de música”, como el propio Goytisolo enumeró en su Cuaderno de Sarajevo. Anotaciones de un viaje a la barbarie (Madrid, El País Aguilar, 1993). Bombardeó la biblioteca y meses antes se ensañó con el edificio en el que vivía un inofensivo crítico literario que se burló de un libro de poemas escrito por el tipejo de la foto. Como escribió Goytisolo en un artículo de 2001 titulado “El último cuplé del bardotirador”, a los riesgos de la crítica (“atizar rivalidades, granjearse enemigos, crear fratrías, concitar odios irracionales, hacer el ridículo”) se suma éste. Y todo por un poeta resentido que se ha encaramado a otra peana.
Además de lo mencionado de JG, recomiendo, puestos a actualizarse sobre aquella barbarie vergonzosa, otros artículos del escritor sobre el genocidio reunidos en Pájaro que ensucia su propio nido (Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2001) y su novela El sitio de los sitios (Madrid, Alfaguara, 1995).

Florencia

Florencia es una ciudad muy bonita. Tiene mucho arte. Y hay mucha gente.

Fotografías © CMD

viernes, julio 18, 2008

La novela de Julián Ríos

Lo normal en mí sería decir que debo el conocimiento de Julián Ríos a la lectura de Juan Goytisolo; pero no es así. Cuando se publicó Larva, en 1983 —y Rafael Conte cuenta que hasta enero de 1984 no estuvo en las librerías—, la primera persona por la que conocí una recomendación sobre el libro fue mi amigo y antiguo compañero de instituto José Gras. Siempre me acuerdo de él cuando tengo entre manos algo de Julián Ríos. Me acuerdo más que de Juan Goytisolo, que ya es decir, y más que de Julián Ríos. (¿25 años desde la publicación de Larva y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales no dice nada? ¡Imposible!)
Mi hermano Josemari tenía la edición de Edicions del Mall, por donde la leí, y luego, años después (1992), compré la de Círculo de Lectores, con las ilustraciones de Antonio Saura. Por cierto, con una errata en la Nota supernumeraria o solapa: “ilustraciones”, cuando lo lógico, y lo correcto, en Ríos, es “ilustraiciones”. Comprendo las dificultades de cazar la errata en las turbulencias textuales de Ríos...
La leí hace ya unos meses, y he vuelto a pasar por sus páginas por revivir el placer de una lectura redoblado, además, por la curiosidad de leer a un Julián Ríos de los años sesenta —“Escribí Cortejo de sombras de 1966 a 1968 en Madrid (trataba entonces de revivir y de recrear sin regionalismos mi particular Galicia, el país de las maravillas de la niñez y de la adolescencia, con sus sombras del pasado ominosas a veces, al que se anexionaba entre nostálgico y fantasmal el país del que te irás y no volverás de tantos emigrantes) y cuando me fui a vivir a Londres, en 1969, me llevé el manuscrito con la intención de añadirle un par de capítulos que tenía ya esbozados.”—, y preguntarse —tonterías de filólogo— cuánto hay de verdad en aquello que dijo el gran Milalias y que el propio Ríos evoca, lo de que yo soy el que es hoy y que Ríos con esta novela antigua no ha tenido otra opción que ser lector de su propia obra antigua (?). “No tuve, por tanto —dice—, nada que añadir ni que quitar.”
Así las cosas, vale que Julián Ríos, el 19 de noviembre de 2007, fecha del prólogo explicativo de esta novela, escriba algo así como que con Larva trató de “ensanchar el castellano y sacarlo de sus castillas”, pero que en la novela de 1968 que se publica ahora hable del “brincalegre de los recreos”, de la “amadaesposa” que “lloraullando” y de los “gocespasmos”... A mí me da en la nariz que lo de Ríos viene de largo (como lo Míos con lo de Largos).
Cortejo de sombras (La novela de Tamoga) está compuesta por nueve capítulos que pueden funcionar también como secuencias independientes. Es evidente la noción de conjunto, y la relación que puede establecerse entre los textos, como entre “Cacería en julio” y “Dies irae”, dos entre estas historias que nos hablan de personajes que han de sumarse a la tradición de figuras como las creadas por los grandes de la literatura que nos ha llegado de los de Galicia, ese país de las maravillas.
Cuánto agradezco a José Gras sus complicidades lectoras. Ahora, me gustaría devolverle el favor recomendándole esta espléndida obra de un Julián Ríos mucho más cercano que hace tantos años. ¿O casi igual?

En estos espacios, esta novela de Julián Ríos ya fue comentada por Santos Domínguez en su blog y en sus Encuentros, en donde llegó a decir que “Si no hubiera permanecido inédita hasta hoy, si se hubiera publicado en 1969 por ejemplo, Cortejo de sombras hubiera obligado a escribir de otra manera la historia de la novela española contemporánea.” A veces, querido Santos... ¡Viva el Atleti y Curro Romero!

domingo, julio 13, 2008

Desde fuera

Este libro de Álvaro Valverde, su poesía, merece el mismo tiempo que una novela de seiscientas páginas. Así somos. Es espléndido. Me he detenido esta tarde en una de sus seis secciones, "Entonces la muerte", un réquiem de cuatro textos cuyos escenarios y evocaciones, cuyos muebles, son tan personales como la muerte que esta misma tarde se me ha vuelto a aparecer en los amigos. Doble luto sobre el luto para Mercedes Santos, y para sus hermanos, para Enrique, con quien he hablado de la tragedia de perder a sus padres en un accidente de tráfico. Como escribe mi hermano, qué espanto.

"En realidad, no sé
si vamos al encuentro de la muerte
o si venimos ya de su certeza."
Á.V.

Un novio para Yasmina

Quizá a alguno le parezca que todas las razones para recomendar una película como Un novio para Yasmina han de ser de carácter cinematográfico. Y así es, más o menos. Y eso, más o menos. Porque para alguien de aquí, de Extremadura, el primer largometraje de Irene Cardona ofrece otros atractivos. Ser la primera película de alguien que ha demostrado ya saber moverse en este campo; ser la primera película producida por Tragaluz, en este empeño, en colaboración con Tangerine Cinema Services, y con apoyo público de instituciones extremeñas. Del lado más personal de este espectador, ser lo suficientemente cercana como para conocer algunos escenarios y a un buen puñado de actores, desde mi ‘primo’ José Antonio Lucia, pasando por Paca Velardiez o Fermín Núñez, a quienes he tenido la suerte de conocer subidos a muchos escenarios de teatro; hasta las apariciones esporádicas de personas conocidas como Alejandro Pachón, Fulgencio Valares, Carmelo Sayago, con unas frases, o de Pilar Bacas o Paco Espada, entre otras. Pocas veces tiene uno la ocasión de señalar con el dedo a la pantalla en una sala comercial porque ha visto una cara conocida.
La propuesta de Irene Cardona de dividir la historia en secuencias episódicas variadas, en tono, duración e intensidad, tiene sus ventajas y su riesgo. A mi modo de ver, es la clave de que la gente salga del cine con una sensación muy agradable, que ya está bien. También de que seamos conscientes de los problemas que puede tener a veces reducir el lenguaje cinematográfico a la mínima expresión del sketch; pues se trunca el desarrollo de los matices de ciertas relaciones entre personajes, o se abusa de lo implícito, que ahorra tantas cosas que a veces puede dar la sensación de precipitación, como me ha parecido ver en el final de esta notable opera prima.
Palabras mayores para la interpretación de actores como María Luisa Borruel —Biznaga de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de Málaga—, Francisco Olmo, José Luis García Pérez o la luminosa Sanaa Alaoui; y para esa necesidad que todavía algunos creadores tienen de ofrecer estética y disfrute sobre una base ética, y que para éste que vio la película fue la razón principal de atender a todos los detalles. Tiene muchos.

viernes, julio 11, 2008

Ascensor

Puede que no sea normal entrar en un ascensor pensando en un libro; y menos recordarlo como un hecho relatable. 19 de junio. Hospital Infanta Cristina de Badajoz. Tomé el ascensor en la quinta planta, solo. Intentaba recordar si tendría La vida difícil, de Slawomir Mrozek, un escritor polaco. Ahora sé que lo tengo. Slawomir Mrozek, La vida difícil. Traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles (Barcelona, Quaderns Crema, 1995). Lo compré en el verano del 95. Recordaba un texto de ese libro titulado “Una charla sobre historia contemporánea” y un rifacimento del cuento de Caperucita Roja. Poco más. Entonces, el ascensor paró en la planta tercera. Entró una pareja (ella y él). Se besaron, se abrazaron. Y ella: —Primero comemos, y, luego, lo otro. Y llegamos al cero.

jueves, julio 10, 2008

Todo Alonso de Santos

O casi todo. Editorial Castalia —y el Excmo. Ayuntamiento de Valladolid— ha publicado la Obra teatral de José Luis Alonso de Santos. 847 + 1068. Son las páginas, respectivamente, de cada uno de los volúmenes de esta opera omnia en la que están desde ¡Viva el duque nuestro dueño! hasta En el oscuro corazón del bosque. En medio, una parte fundamental de la historia del teatro español en la dichosa era democrática, y no me refiero sólo a los textos —treinta piezas teatrales—, sino a las fotografías que incluye esta edición —está un Alonso de Santos como actor y está como autor protagonista; está una antología de carteles y portadas...—, a las dedicatorias —a Miguel Narros, amigo y maestro; a Anunciación Fdez. de Córdoba y Paco Cedrón en El Rincón, en tierras de Extremadura; a Marga, muchas veces; a Rafael Álvarez...—, y a las notas de autor a cada una de las obras, y a las que deberá acudirse para ver cómo un autor así contempla su propia obra, así. Desde el texto y desde la escena.
Por orden de importancia —el contrario al orden de aparición— he de mencionar a José Gabriel López Antuñano, autor de un esclarecedor Estudio preliminar; a Margarita Piñero y a Andrés Amorós, que incitan a la lectura de un íntimo; y a Francisco Javier León de la Riva, el Alcalde de Valladolid.
Ver también aquí (1), (2) y (3).

martes, julio 08, 2008

Tomás de Iriarte a lo digital

Bajo la dirección de Jesús Pérez Magallón –a quien espero en Cáceres dentro de unas horas–, profesor de literatura española en McGill University y director de la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha abierto página sobre Tomás de Iriarte (1750-1791). Al alcance del lector interesado y del investigador están sus obras en principales ediciones, desde las Fábulas literarias hasta sus traducciones, del Arte poética o de las Sátiras de Horacio; y están algunos de los estudios fundamentales sobre el escritor, los de Russell P. Sebold, Juan Cano Ballesta, Piero Menarini, Rinaldo Froldi, Emilio Martínez Mata o el propio Pérez Magallón, sin olvidar ese libro esencial a pesar de su tiempo, Iriarte y su época, de Emilio Cotarelo y Mori, del que también contamos con edición moderna. Una alegría más que da la Virtual Cervantes al mundo del dieciochismo.

lunes, julio 07, 2008

Pureza Canelo

La negación de No escribir supuso un golpetazo en la trayectoria poética de Pureza Canelo, que obtuvo con ese libro (Algaida, 1999) el Premio de Poesía Ciudad de Salamanca. Una de las antologías más difundidas de la poesía de Gil de Biedma se cerraba con uno de sus Poemas póstumos (1968), el titulado “De Vita Beata”, y me acordé de él cuando leí el libro de Pureza: “No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia.” Esto dicen los versos finales de aquel poema de Jaime Gil de Biedma, cuyos ecos quise buscar en el de Pureza Canelo, a quien veía rotundamente situada en una estación término para iniciar otro viaje por otras latitudes literarias.
En mayo, me envió cariñosamente su último libro, lleno también de negaciones. De carencias, valdría mejor, quizá. Dulce nadie (Madrid, Hiperión, 2008). Me acordé de No escribir. Y, así, he leído este nuevo libro; desde la lectura del anterior; y he comprobado que la autora nos dice, una más, que escribir es la salvación ante la soledad, la pérdida o el desamor. Más de lo mismo. Entiéndaseme. Más de lo mismo, pues, en esa evidencia; no en la propuesta poética de Pureza, que ofrece, con su voz, un surtido de sugerentes registros. (Estoy leyendo Desde fuera, de Álvaro Valverde, que acaba de publicar Tusquets en sus “Nuevos textos sagrados”, y veo en él un valor parecido. Entiéndaseme). Nadie pero dulce; todavía pero existo; pérdidas y olvidos; pero poesía y palabra en Pureza Canelo. Esta sincopada reflexión sobre la vivencia de la escritura poética, esta especie de estado crítico, es lo que más me ha condicionado en la lectura de estos versos, que, como digo, no han perdido de vista en casi ningún momento aquellos de No escribir. Esa negación.

viernes, julio 04, 2008

Ariza

Manuel Ariza Viguera es Catedrático de Historia de la Lengua Española en la Universidad de Sevilla. Lo fue antes en la Universidad de Extremadura, adonde llegó en 1975, hasta 1989, si no me equivoco. Fue mi profesor en quinto curso, en Historia de la Lengua. Un excelente profesor, prestigiado por sus estudios de onomástica, de lingüística histórica, de historia de la lengua literaria..., con un extenso currículo (ver parcialmente aquí). No hemos dejado de tener cierto contacto, con encuentros esporádicos, porque él no ha dejado de venir por Extremadura a reuniones, seminarios o lecturas de tesis doctorales. En estos días, tengo la satisfacción de cuidar el proceso de edición de un libro que reúne sus artículos dispersos sobre el extremeño. Saldrá en una colección querida para él, en los “Anejos del Anuario de Estudios Filológicos” del Servicio de Publicaciones de la UEX.
Mi despacho de la Facultad es vecino del de un buen amigo de Ariza, de otro de mis profesores de antaño, hoy compañero cercano, Antonio Salvador Plans, impulsor junto a Manolo del I Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española y de la Asociación de Historia de la Lengua Española. Por él sé mucho de Ariza. Y por él he sabido ayer que la CNEAI (Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora) le ha denegado el último de los sexenios de investigación que solicitó a finales del pasado año. Mi antiguo profesor y amigo Manuel Ariza ha escrito una carta a la Ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, que quiero reproducir, extractada, y así, con el permiso de Manolo, ayudo a su difusión. La ha enviado también a la prensa, a S.M. el Rey, y al Presidente del Gobierno.

“Excma. Sra. Ministra:
Por primera vez en mi dilatada vida académica, me han negado un sexenio de investigación, el último que me faltaba. Quiere ello decir que la comisión ha estimado que yo no he tenido los méritos científicos suficientes para que se me conceda un pequeño aumento de sueldo —147’05 euros mensuales. Me considero absolutamente insultado cuando, como puede comprobar, en el último sexenio he publicado 27 artículos y tengo 18 en prensa. Parece que eso no es suficiente.
La ley dice que, al menos, hay que tener cinco publicaciones para poder obtener un sexenio de investigación. Parece que 45 son pocas. Me gustaría saber cuántos han publicado en el mismo sexenio los componentes de esa comisión.
No voy a hablar de los méritos académicos de algunos miembros de la comisión, aunque podría, pero quiero destacar que la constituyen: un catedrático de historia de las religiones, una catedrática de ética, un catedrático de inglés, un catedrático de filología catalana, un catedrático de literatura española y finalmente una catedrática de lengua española de mi mismo departamento. No hay nadie de mi especialidad. Ni creo que ninguno de ellos se haya leído mis publicaciones.
[…] dos aportaciones a dos Congresos Internacionales de Historia de la Lengua Española, máxima reunión de los especialistas y que cuenta con un comité científico, no han merecido ni siquiera un aprobado, pero además, sin ningún criterio, pues uno tiene un 4’5 y otro un 4. Madre de Dios, uno se pasa meses investigando, gasta un buen dinero para asistir a los congresos —hoteles, comidas, etc.— para ni siquiera aprobar. ¿Qué se pretende?, ¿acabar con los congresos?
¿Es que son malas investigaciones?. La comisión lo ignora. Solo sucede que alguien —algún idiota científico, dicho sea en la acepción de Nebrija— ha decidido que los congresos no tienen predicamento científico. (Por cierto, uno de los congresos de Historia de la Lengua fue presidido por Sus Majestades los Reyes). Por lo tanto, suspenso en congresos.
¿Y por qué un artículo publicado en una revista mejicana solo tiene un 5’50?. Lo ignoro, como ignoro por qué no llegan a notable dos capítulos míos en la mejor Historia de la Lengua que existe.
La comisión actúa por parámetros fijados de antemano con unos criterios que nada tienen que ver con los científicos. Y se supone que deben juzgar mi investigación, mi contribución a la ciencia. Pero claro, eso es pedir peras al olmo: ninguno de ellos está capacitado para juzgar mi investigación, simplemente porque no son especialistas en Historia de la Lengua.
Pero permítame que me detenga en los supuestos criterios científicos que hacen que se valore más una u otra investigación. ¿Qué es lo que más cuenta? ¿el interés científico?, ¿la novedad?, ¿que se rellene una laguna existente? No, nada de eso, lo que cuenta para la comisión es si se publica en inglés —¡los de Filología Hispánica!—, y en revistas extranjeras; pero las mejores revistas de la especialidad son españolas, por lo que no tiene ningún sentido. ¿Qué es lo que menos? Los congresos. ¿Por qué? Lo ignoro, cuando —como dije— generalmente en ellos hay un consejo de selección y además es la única investigación que nos cuesta dinero, a veces mucho. Alguien ha copiado parámetros que a lo mejor son positivos para la gente de ciencias o para los generativistas, pero que no tienen entidad en otras especialidades. Parece que alguien ha decidido que lo científico es ‘café para todos’.
Porque resulta sorprendente que si publico un artículo en inglés en una revista de Australia sobre un asunto baladí la comisión seguramente lo valorará con un 7 o con un 9 (no sé si influye el quilometraje), y si publico una investigación importante en la revista de mi Universidad la comisión no la valorará
Pero, es más, la comisión no ha tenido en cuenta el resto de mis investigaciones, que no son pocas, así es que mis demás trabajos no merecen las sesenta centésimas que me faltan para conseguir un mísero seis. Perdone la expresión: tiene narices. […]
¿Así es como ese Ministerio va a fomentar la investigación? […]
Es evidente que pienso recurrir e ir a los tribunales si es necesario, pero he querido que V.E. sepa lo que pienso.”