Acompañé al autor de este admirable libro que es La adivinanza del agua, cuya primera edición es de julio de 2019, en las presentaciones que se hicieron en Cáceres, el 27 de noviembre (Biblioteca Pública de A. Rodríguez-Moñino/María Brey), en Plasencia, el 30 de noviembre (Librería La Puerta de Tannhaüser), y en Madrid, el jueves 5 de diciembre (Librería Panta Rhei). Todo esto ocurrió cuando no nos imaginábamos que viviríamos lo que hemos vivido y aún estamos viviendo. Durante el encierro se canceló la presentación del lunes 20 de abril de 2020 en Moraleja (Cáceres), a la que habría acompañado también a Javier, para hablar de su obra, que vive un momento de madurez estética destacable. He tenido la satisfacción de seguirla casi desde sus comienzos, a mediados de la década de los ochenta, de cuando datan sus primeros originales caligrafiados e iluminados —si no estoy equivocado, el primero, el Cantar de cantares, es de 1986—, o más adelante, cuando publicó su libro de poemas Memoria de los viajes (Editora Regional de Extremadura, 1989), al que seguiría, diez años después y con el mismo sello editorial Teatro de sombras (Editora Regional de Extremadura, 1999); o su libro de relatos La locura y las rosas (Editora Regional de Extremadura, 1997), entre ambos libros de poemas. Hablo de esa madurez por el carácter sereno y sincrético que tiene este libro de La adivinanza del agua, en el que se reúnen todos los lados del ser artístico de Alcaíns. Aquí está el editor, por supuesto, pues el libro sale con el sello de Javier Martín Santos, que es la marca editorial de Javier Alcaíns —que atiende oficialmente por esos apellidos—, y bajo el que ha editado memorables volúmenes, en impresión láser y cuidados papeles, de autores como Pierre Louÿs y otros a través de las maravillosas ediciones de François-Louis Schmied, el impresor, grabador y diseñador y editor ginebrino cuyo perfil lo confirma como uno de los grandes referentes del quehacer de Javier Alcaíns. En la edición de Las canciones de Bilitis, de Pierre Louÿs, en el prospecto, escribió esto sobre el editor suizo: «[…] conoció los libros de horas y los incunables, en cuyas páginas encontró la arquitectura del libro que él más tarde modernizaría. […] Definitivamente instalado en París, Schmied decidió imprimir sus propios libros, cuidando todos los aspectos de la edición —tipografía, grabados, tipo de papel…—, con la intención de que cada ejemplar fuera una obra de arte. Atraído por los manuscritos medievales y por las miniaturas árabes y persas, modernizó con formas geométricas las iniciales, los pies de página y los entrelazos decorativos de los grabados, realizados al pochoir [—lo que en español vendría a ser el estarcido—] y realzados con tintas de oro y plata. Buscó en cada página una composición diferente que, integrada con el texto, trasmite armonía y una inexplicable felicidad cuando se contempla». Está claro que en la materialidad de esta impecable edición de La adivinanza del agua Javier sigue la línea de sensibilidad de un personaje como el impresor y editor Schmied. Y que cuando redactaba esa nota sobre el de Ginebra estaba pensando en algo parecido a lo que él siempre ha anhelado como editor. Y en que se siente una «inexplicable felicidad» cuando se contempla una obra como esta.
martes, mayo 26, 2020
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