domingo, junio 30, 2013

La dama duende


No puedo recomendar lo que vimos anoche en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres. Una dama duende de dos horas y media con algunos actores televisivos que terminaron la representación casi afónicos, de tanto grito. Sin ritmo —apagado por numerosas y dilatadas mutaciones—, despojaron la propuesta escénica de Calderón de toda trascendencia. Difundida como un homenaje de Cáceres —sic— al desaparecido gran Miguel Narros, esta representación ha pasado con más pena que gloria —tampoco lo pretendían— por aquí, por donde ya pasó antaño una mejor  La dama duende en una de las primeras ediciones del festival —creo que de José Luis Alonso—, que no duró tanto. Tampoco otra más reciente —que aquí no vimos— de Gabriel Garbisu de hora y media y pico. Y es que anoche, por dilatar, hasta el colofón fue largo, sin razón justificada. Es una lástima que se desbaraten así aciertos en otros lados como la escenografía y sus posibilidades, o determinados gestos en la dirección de actores..., para casi nada. Lástima.

viernes, junio 28, 2013

Rayuela, 50 años


Hoy se cumple medio siglo de la publicación de Rayuela (1963) de Julio Cortázar. Este blog, desde el 30 de junio de 2005, homenajea a esta obra y a su autor con el nombre de Pura tura, cuyo origen está en el capítulo 73 de la inmortal novela del argentino: «Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas. En uno de sus libros Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pudo ser el inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella... ¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete».

martes, junio 25, 2013

Antonio Rodríguez-Moñino x 2


 Mañana miércoles 26 de junio se presentan en la Biblioteca Pública «A. Rodríguez-Moñino/María Brey» de Cáceres, a las 20:00 horas, dos novedades editoriales que son los últimos frutos de la conmemoración del centenario en 2010 de la muerte del insigne bibliófilo extremeño:

Antonio Rodríguez-Moñino, Estudios y ensayos de literatura hispánica de los Siglos de Oro. Edición a cargo de Víctor Infantes. Cáceres, Genueve Ediciones, 2012.
José Luis Bernal, Víctor Infantes y Miguel Ángel Lama (Eds.), Antonio Rodríguez-Moñino en la cultura española. Badajoz, Biblioteca de Extremadura (Colección Alborayque Libros, 7), 2013.

Intervendrán en el acto Manuel Rojas Gabriel, director del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura; Víctor Infantes, Catedrático de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid; y José Antonio Agúndez García, Director General de Promoción Cultural de la Consejería de Educación y Cultura del Gobierno de Extremadura.

El coloquio de los perros


El sábado vimos El coloquio de los perros en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres. Sobre el montaje de Els Joglars sabía de antemano que del coloquio de Cervantes, poco. Y que algunos puristas se habían rasgado las vestiduras clásicas y habían denunciado un cervanticidio cuando la obra se estrenó en Madrid esta primavera. Qué cosas. Queda bien claro que es una adaptación libre; y tan libre. Els Joglars, por primera vez dirigido por su estratosférico actor principal, Ramón Fontserè, y con la dramaturgia de éste y de Albert Boadella y Martina Cabanas, ha puesto en escena otra lectura del diálogo cervantino en clave de farsa contemporánea que es toda una lección de teatro con el texto clásico muy al fondo. Una lección sobre cómo expresarse en escena con los mínimos recursos, y una lección de interpretación. La de una espléndida Pilar Sáenz (Berganza) como pareja de Cipión (Fontserè), y la asistencia de un poco lucido pero digno papel de Xevi Vilà (Manolo) y de un notabilísimo trabajo —con el desenfado del vodevil y la comicidad del sainete— de los secundarios Dolors Tuneu y Xavi Sais. El don del habla —y la pérdida del don cuando acaba la noche— es lo que estructura esta ilusión teatral que se abre con ladridos puros que paulatinamente van articulándose en vocablos reconocibles y que termina con la palabra desleída en el puro ladrido del perro que vuelve a su ser después de haber puesto en solfa al bípedo «gilipollas», que es la última palabra —moraleja— que se dice en el espectáculo antes de los aplausos unánimes del público. O casi unánimes, que hay gente que se molesta mucho con estas adaptaciones, para añadir después que, como teatro, están bien. Qué digo bien; muy bien.

lunes, junio 24, 2013

El talismán de Bécquer


Este pasado sábado apareció en ABC Cultural la primera noticia pública del hallazgo de un manuscrito desconocido de Gustavo Adolfo Bécquer. La dio Víctor Infantes, que anunció también que está en marcha su estudio para una próxima edición —el «próximo otoño»— en Visor Libros. Los papeles se corresponden con la partitura de una zarzuela con música de Joaquín Espín Guillén —el padre de Julia, la amada de Bécquer— titulada El talismán, que debió ser el nombre definitivo de una adaptación musical de lo que pudo ser la versión teatral, bajo el título de Esmeralda, de la novela de Victor Hugo Nuestra Señora de París. De este proyecto a varias manos —Julio Nombela, Luis García Luna y el propio Bécquer— se sabía por el mencionado Nombela en sus Impresiones y recuerdos (1909-1912), quien contó que no llegó a representarse Esmeralda; y es probable —como apunta Víctor Infantes— que Gustavo Adolfo Bécquer y García Luna retomasen aquel proyecto y lo convirtiesen, con el cambio del título, El talismán, en el libreto para una pieza musical fechable en 1860 que forma parte de los papeles ahora divulgados. Entre estos papeles hay unas cuartillas autógrafas de Bécquer, pertenecientes a los tres primeros números de música del acto segundo de El talismán. El conjunto llega hasta nosotros gracias a la generosidad de un bibliófilo que hace tiempo adquirió estos manuscritos y que discretamente ha ido dando pasos hasta encontrar quien le diese una primera forma a su difusión. Es de agradecer.
Víctor Infantes, «El Talismán de Bécquer», ABC Cultural, sábado 22 de junio de 2013, págs. 4-5.

viernes, junio 21, 2013

La vida dañada de Aníbal Núñez


No conocí a Aníbal Núñez (1944-1987). Mi imagen primera de él tuvo forma de poemas. Luego vinieron algunos comentos sobre su vida por parte de quienes fueron sus amigos; sobre todo, de Ángel Campos Pámpano, que siempre puso más voz sobre su obra que sobre su vida, hasta el punto de hacernos conocer al poeta de un modo libresco, inmortalizado en poemas propios. De haber conocido uno a Aníbal Núñez habría sido a aquel que Fernando R. de la Flor llama extraviado ya antes de morir en este espléndido, personalísimo y sentido retrato intermitente del poeta salmantino que desde sus primeras líneas deja las cosas claras: «La vida dañada de Aníbal Núñez no es una biografía». No será una biografía; pero es el más completo reportaje del poeta, de su contexto y de su espacio o emplazamiento significativo, escrito por quien le conoció bien y por quien fue primer editor de su Obra poética en dos volúmenes (Madrid, Ediciones Hiperión, 1995), junto a Esteban Pujals Gesalí. Aquel reconocimiento póstumo que reunió sus poemas es hoy una referencia muy pertinente —y contestada aquí por su excesivo textualismo— para comprender esta apuesta por la unificación en un ensayo de vida/obra de un autor. Lo que parece decirme el libro de Fernando R. de la Flor es que mi imagen de Aníbal Núñez estaba incompleta; de modo que el libro de Fernando ha compuesto de la mejor de las maneras posibles la imagen que me faltaba. Había escrito que ha colmado la imagen que me faltaba; porque, ciertamente, La vida dañada de Aníbal Núñez parece crónica y etopeya compacta, casi sin resquicios, del escritor salmantino. Y una representación en forma de friso epigráfico de ello son los rótulos —31 en total, si elimino el «Breve prólogo» y «Sigue el breve prólogo» por delante, y «Muerto me lloró el Tormes en su orilla» y los «Agradecimientos» por detrás— que balizan el «doloroso camino» por la vida dañada —con T. W. Adorno al fondo— de quien, según siempre Fernando R. de la Flor, diez o quince años antes de su muerte, abandonó el interés por la escritura. Así que «El caso Aníbal Núñez», «Autoridad de autor», que son los dos primeros capítulos; o «La edad que atravesamos», «Redención del deterioro», «La luz pesa», «Los años perdidos» o «Yerbas secretas», que son otros logrados títulos, se presentan como diferentes estaciones de este recorrido que toca lados como la forma de vida de Aníbal Núñez, sus relaciones, su posición en el Parnaso, su alejamiento, su «dromomanía» en las largas caminatas por la ciudad, su ciudad (Salamanca) o su atlética genealogía. El resultado es un deslumbrante ensayo sobre una personalidad y sobre su tiempo; y, como en casi todo lo de Fernando R. de la Flor, una impagable taracea de referencias asociadas que son fundamentales para iluminarnos en la comprensión del mundo contemporáneo, desde Rudolf Wittkower hasta Eugenio Trías, de Peter Sloterdijk, Hanna Arendt o Vladimir Jankelevitch a Walter Benjamin, Jean Claire o la Ley de Peligrosidad Social. Claro que este libro no es una biografía; es mucho más que eso.
Fernando R. de la Flor, La vida dañada de Aníbal Núñez. Una poética vital al margen de la Transición española, Salamanca, Editorial Delirio, 2012.

martes, junio 18, 2013

El agua de los mapas


La buena dicha de volver a tener un rato de charla con Santos Domínguez —en el nuevo doméstico lugar ameno del poeta— quitó peso a la tardanza; pues había pasado demasiado tiempo desde nuestro último encuentro. Retirado con sus libros y sus versos, Santos no participa desde hace mucho en la vida literaria de su ciudad —Cáceres—, que es también la mía. No se lo alabo; al contrario. Él se lo pierde, otros se lo pierden y todos perdemos. Desde hace años, su presencia es otra: la de un lector notarial que, diariamente, sin tregua, escribe en su blog sobre una parte de lo mucho que se publica; y la de un poeta que con frecuencia aparece en los medios como el beneficiario del primer premio de un certamen poético. Cuando estuve con él, hace ya tres meses, me regaló un nuevo libro de poemas, otro premio de poesía: El agua de los mapas (Talavera de la Reina, Colección Melibea CXX, 2012), Premio Rafael Morales 2011 en su XXXVII convocatoria (¡y parece que última!). Lleva años Santos Domínguez instalado en este modo de publicar su obra, que, sin embargo, no la hace luego fácilmente localizable para un lector de poesía que muchas veces mira con cierta prevención al autor que acumula premios de innegable valía y de injustificado poco glamour. Sea como sea, en muchos casos, es incomprensible que libros de extraordinaria calidad queden semiolvidados tras la primera foto en la prensa del premiado o del jurado. Es el caso de libros espléndidos como En un bosque extranjero (Premio Tardor, Aguaclara, 2006) o Las sílabas del tiempo (Premio Barcarola, Nausícaä, 2007). Y también de El agua de los mapas, del que no conozco ninguna reseña. En esta obra, Santos vuelve a demostrar que su mirada poética ha de ser tenida en cuenta. El mar es desde hace tiempo y en buena parte el escenario principal de su inspiración poética y parece que El agua de los mapas es una constatación celebrativa en el conjunto de su obra. Si «La tarde navegable», primera sección del libro, es la que mejor expresa el afán contemplativo y litoral del poeta, «Un rostro sucesivo», la última y más breve a manera de colofón, es una especie de compendio de la poética de Santos Domínguez que toma como símbolo el mar y su eterna sucesión. Es un libro de recomendable lectura en el que volvemos a encontrar al poeta adjetival y preciso en la expresión y en la construcción del poema, en el que uno vuelve a sentirse llevado por el mismo ritmo familiar ya conocido en otros libros de Santos; pero que —sabiduría de orfebre— no suena en ningún momento a gastado y reiterativo. Reiterativo como su mar de olas y palabras.

viernes, junio 07, 2013

domingo, junio 02, 2013

Baile de máscaras


Me faltaba escribir aquí sobre el último de los «Tres extremeños en Hiperión», como tituló su artículo de Hoy Irene Sánchez Carrón —otra poeta de la misma casa— el domingo 12 del pasado mes de mayo. Desde que supimos que había logrado el Premio de Poesía Hiperión hasta que lo recogió el jueves 23 en Madrid, José Manuel Díez (Zafra, 1978) ha hecho todo lo posible para que su Baile de máscaras se difunda. Lo será próximamente en Cáceres. Y ojalá que aquí pueda ser el reunir en el mismo acto a los «Tres extremeños en Hiperión»: a José Manuel Díez —inapelable—, a Antonio Rivero Machina y a Basilio Sánchez. Ayer mismo el zafreño firmó ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. Ahora que he leído Baile de máscaras en su formato definitivo como número 648 de la colección Poesía Hiperión, echo en falta algo: la sonrisa de José Manuel Díez. Me refiero a la fotografía de Laura Covarsí. Es la única muestra que hay del rostro del poeta; pero de su persona hablan mucho las «Acotaciones» finales en donde se ve la manera de ser de José Manuel Díez y esa sonrisa que le define, ese exultante dinamismo. Esa capacidad de relación, añado. Y es que en este Baile están convocadas muchas personas. Parece una obviedad en una obra compuesta por treinta y nueve poemas en los que se expresan voces —máscaras— muy distintas de la historia desde el siglo XIII hasta 2011. «El Altísimo Juan Sforza compone unos loores a su dama mientras César Borgia marcha sobre Pésaro» o «El Serenísimo Príncipe Ludovico Manin contempla el apogeo de la primavera» fueron y son poemas de un Guillermo Carnero que escribió y fundamentó el culturalismo como un procedimiento literario que él mismo ejerció en su poesía («Reflexiones egocéntricas. Cuatro formas de culturalismo», en la revista Laurel, 1, primavera de 2000). «Grabado de un palacio de Venecia que J. B. regaló a A. M. S.» reza el título de un poema del Museo de cera de José María Álvarez, en cuyo índice todos los poemas llevan la marca de lugar y fecha que en Baile de máscaras ha querido José Manuel Díez dejar como un tributo a ciertos poetas leídos. «La joven Elsa Brosnan defiende su belleza legítima frente al espejo de una habitación de hotel», «El cineasta René Clair y el fotógrafo Man Ray conversan sobre el ready-made frente a la tumba de Marcel Duchamp», «El jardinero Antonio Porchia descubre al poeta Roger Caillois una nueva forma de hablar con uno mismo», son títulos de algunos de los poemas del libro de José Manuel Díez. Son, los títulos, una evocación de aquel culturalismo; el homenaje a unas lecturas. Dichos así, serían ejemplos suficientes para adscribir los textos que titulan al culturalismo duro del que escribió Carnero —que distinguió también un culturalismo de baja intensidad, un criptoculturalismo y un culturalismo ficticio. Pero en el caso de José Manuel Díez no hay la voluntad de ruptura que hubo en su día en la generación novísima, por ejemplo. Al contrario. La voluntad del poeta es enormemente constructiva, incitativa, diría yo, a la lectura y evocación de situaciones —analógicas, sí— que van del poema amoroso al metapoético, de la confesión íntima hasta el alegato social. Un sugerente baile de máscaras convocadas con arte, sentido poético y entusiasmo.